martes, 29 de septiembre de 2009

El viejo Quinteros

Ayer por la noche, a sus setenta y dos años, murió Daniel Quinteros. Es difícil ponerlo en palabras, pero lo cierto es que a todos los que lo conocimos en vida nos cuesta realmente afirmar que haya muerto. Ayer cenamos con él en su casa de San Telmo y con él conversamos hasta que se fue a dormir. Antes de que se fuera a dormir lo saludamos efusivamente, y después los demás nos fuimos a conversar a su biblioteca durante otro par de horas. En los últimos tiempos ya casi no nos reconocía, por supuesto, pero esa noche también se mostró simpático y agradable, lo mismo que durante toda su vida. Creemos que murió poco después de acostarse en la cama y cerrar los ojos.

Daniel era un tipo especial. Repito que es difícil decir que haya muerto. Cuando digo esto de él, no lo hago en el sentido de que es porque vaya a vivir por siempre en nuestra memoria —a pesar de que así lo creamos—, sino porque, para él, ayer fue el momento de su nacimiento. De nuevo, no quiero decir que ayer haya comenzado su vida en un sentido espiritual, ni nada de eso. Ayer, Daniel Quinteros llegó a nuestro mundo.

Daniel, en el sentido más literal que pueda imaginarse, vivió toda su vida a destiempo. Para él, el futuro (aquello que todavía no había vivido) era nuestro pasado, y sus memorias transcurrían en nuestro porvenir. A su forma de verlo, nació el 28 de Septiembre del 2009 y vivió hasta el 9 de Agosto de 1937. Dicho de otra manera, él sabía que moriría siendo pequeñísimo en 1937, y nosotros le creíamos cuando decía que el 29 de Septiembre del 2009 ya no estaría entre nosotros, porque todavía no habría nacido.

Pereyra y yo lo conocimos en el '73, en un viejo bar de la calle Corrientes. Nosotros tendríamos 19 o 20 años, y él estaba por sus 36. La primera vez que lo vimos casi terminamos a las piñas porque el muy tarambana se sentó en nuestra mesa y nos saludó como si nada, como si nos conociéramos de toda la vida, y nos habló por nuestros nombres y apellidos, y nos preguntó sobre cómo andaban nuestras familias. Con el gordo Pereyra pensamos que era una movida política, que nos estaba buscando por algo. Cuando se dio cuenta que la cosa se estaba poniendo fea, se disculpó y dijo dos cosas que en ese momento nos parecieron rarísimas: que no se había dado cuenta de que al fin había llegado el día en que le habíamos dicho que dejábamos de conocerlo, y que no nos preocupáramos porque ya de todas formas se estaba yendo para Uruguay. Nos pareció un desquiciado, pero como de repente se había puesto un poco melancólico, el gordo y yo decidimos calmarnos. Se levantó de la mesa y, antes de irse, nos dijo: "Daniel, yo era Daniel Quinteros. Adiós, muchachos", y se fue cabizbajo y a paso triste. Pereyra se entró a cagar de risa.

Después de eso, tardamos como un año en acostumbrarnos a tenerlo cerca. El tipo nos seguía saludando, a veces varios días seguidos, a veces desaparecía una semana, pero siempre volvía. Nos resultaba extrañísimo que cuanto más pasaba el tiempo, más tiempo parecía que faltaba para su proyecto de irse a Uruguay. Fue recién por el '75 que nos empezó a caer la ficha, que fue cuando lo conocimos al Núñez; era un tipo que acababa de llegar del otro lado del charco, y que parecía conocer a Daniel por lo menos desde el '66. Dijo que no lo veía desde el '73, cuando se había venido para acá. Algunas semanas después de estar juntándonos los cuatro, cuando el Núñez y Daniel vieron que ya no podíamos seguirles sus charlas, decidieron explicarnos, al gordo Pereyra y a mí, de qué se trataba la vida de Daniel Quinteros.

Su mente funcionaba como la de todos nosotros. Los libros los leía de principio a fin, obviamente. Su memoria generaba recuerdos de la misma manera que nosotros, pero le gustaba decir que lo habían puesto a andar al revés. Con su sola presencia, aunque quizás para la humanidad pasara completamente desapercibida, demostró lo relativo del tiempo. Un tipo que conocimos una vez, y que estudiaba no sé qué cosa, nos dijo que si el tiempo no era eterno en sí mismo, Daniel por lo menos sí lo era: cuando él mueriera en el '37, para nuestro tiempo iba a estar naciendo, y cuando para nostros muriera en el 2009, él en sí mismo iba a estar naciendo; dijo que quién sabía dónde se cortaba el asunto. Nos dijo también que menos mal que había nacido viejo y muerto joven, que sino lo otro quería decir algo así como que sus padres también eran como él, y que lo mismo con los padres de sus padres hasta quién sabe cuando, y que eso sería una paradoja temporal inconciliable. Estaba un poco pirado el tipo, siempre lo dijimos.

Daniel estaba completamente adaptado a vivir al revés. Agarraba y a la mañana temprano, cuando los demás se levantaban, él decía que se iba a dormir. Cuando se despertaba era de noche y nosotros nos estábamos yendo a acostar. Pero mal que mal era básicamente lo mismo. Igual que con los saludos: para él toda su vida "hola" significó lo que para nosotros es "chau" y al revés. Las conversaciones entre amigos con él eran prácticamente normales, porque él se sabía cosas del pasado, fuera porque las había leido o porque nosotros se las habíamos contado en nuestro futuro, y así la podía caretear un poco. Rara vez nos contaba cosas del futuro de la humanidad o de nuestras vidas, porque sabía que a nosotros no nos gustaba. A veces se le escapaban algunos comentarios o algunos consejos. Todos nos asustamos cuando, en el '85, un día saludó al pelado Ortíz como si no lo conociera. Al día siguiente le pasó eso de que lo agarró el tren. Nosotros más adelante le hablamos del pelado para que no nos volviera a dar el susto en el pasado, pero se ve que siempre siguió haciendo lo mismo porque no le ubicaba la jeta.

Con el pasar de nuestros años él fue juntando algo de guita, porque tomó buenas decisiones financieras. Más allá de eso, su vida transcurrió con bastante calma y relativa normalidad. Nunca tuvo quilombos con la cana y ningún científico, salvo el pirado aquél, se enteró de su asunto. Daniel era un bohemio de esos intelectualoides. El único placer que no se pudo dar fue el de hacer la carrera de Historia, que siempre le pareció una idea copada. Se reía de la ironía de que sus métodos pedagógicos fueran unidireccionales y no se adaptaran a gente que la caminaba al revés. De su infancia sabemos poco y nada, pero creemos que debe haber sido traumático ser un pibe al que no le entienden que piensa al revés, y que además sabe que cada vez va a entender menos de lo que pasa a su alrededor. El gordo Pereyra tiró el chiste de que debió ser el recién nacido más inteligente de la historia. Cuanto más viejo fue, menos información tenía del mundo y más senil parecía. Nosotros siempre hicimos el esfuerzo de que conociera las cosas más antes que después en su vida. Pero hablar de él da para rato.

En definitiva, poniéndolo de otra forma, mañana por la noche va a nacer Daniel Quinteros. Todavía hoy nos es difícil conciliar la idea de que el tipo vaya a nacer, pero damos fe de que así va a ser. Mañana en un momento se despertará en una casa de San Telmo y cuando lo vayamos a saludar desde la biblioteca no va a saber quiénes somos, pero igual lo vamos a hacer efusivamente y le vamos a dar su primera cena.

Ahora que lo pienso, quizás el tipo toda su vida comió la comida fría y después se le iba calentando, pero nunca nos dijo nada porque le pareció de lo más normal. Hoy en el entierro lo charlamos con los muchachos, y nos pareció que, a fin de cuentas, nosotros le debemos haber dado su nombre y su apellido. Qué cosa, che.