lunes, 10 de mayo de 2010

Fracaso

¡Uy! Bueno, hoy era de nuevo el cumpleaños de esta cosa del blog y me olvidé. Bah, no, decir que me olvidé es una salida fácil y barata. Ni siquiera puedo decir que no tuve tiempo porque, a pesar de todo, sí lo tuve, y hasta un poquito también casi que me sobró. Lo suficiente como para actualizar esto, digo, porque me acordaba pero no lo hacía.
Pero vos viste cómo es esto: que las rachas de escritura, que esto, que lo otro, que después lo hago, que todavía hay tiempo. Pero hay tiempo mientras haya tiempo, que después ya te cumple años el bloc de notas virtual y chau, ya no llegaste de nuevo a los 100 posts. Porque, ¿se acuerdan? Hace un año dije que hubiese estado bueno llegar a los 100 posts para su cumpleaños, porque es como redondo, y me faltaban poquitos, no sé, veinte, ponele. Ahora debo andar por el 92 o 93, porque dejé cosas en el tintero, pero no me acuerdo cuántas, y eso el blogspót te lo suma igual.
Bueno, la cuestión es que sí tengo cosas para escribir, pero lo voy a hacer en otro momento, como por ejemplo la semana que viene. Pero es un ejemplo, nomás, che, no me agarren literalmente como esa gente de la tele que no para de agarrarse literalmente y mostrarse videos de las cosas que dijeron unos a otros (¿lo siguen haciendo? no sé, no veo tele), como si uno nunca jamás cambiara de opinión. Que hasta las cositas esas que tenenemos por el cuerpo cambian de opinión. Un día tenés una célula de un epitelio plano estratificado, y al otro día tenés un carcinoma escamoso invasivo, ¿eh? Mirá vos. ¿Se acuerdan cuando escribía sobre las celulitas? Algún día les vuelvo a escribir sobre las celulitas, que sé que a ustedes les gusta. También algún día vuelvo a eso de los cuentitos, y si se portan bien, tal vez hasta escribo alguna otra cosa sobre música.
Que la música es linda. Tan linda que hay gente que paga veinte mil pesos para un poco de música en el Colón, que suena mejor que esos parlantes que tenés vos ahí. ¡Ja! Te hice mirar. Sí, bueno, eso.
Uy, ahora me dieron ganas de escribir. Estaba bueno esto de escribir, che. Pero no a mano, porque este año desarrollé la letra de médico. ¿Les conté sobre eso? (No, no les conté, ya sé, es una forma de hablar). Bueno, a ver si en un año más logro llegar a los 100 posts. Digo, total solo tengo que escribir siete u ocho. ¿Qué tan difícil puede ser?

Tanti auguri al blog.

sábado, 27 de marzo de 2010

Reflejo

Si me preguntan, les digo que lo que soñé ayer es completamente irrelevante. Uno de esos sueños que, mientras se sueñan, uno piensa que se los tiene que acordar porque va a estar bueno para algo. O más que un pensamiento es una sensación, y no es durante el sueño, sino después o quizás antes. No sé, por ahí. Pero sabía que me lo tenía que acordar y sé que apenas me desperté ya no me lo acordaba. Sólo me quedaba la premisa: que el tiempo en los espejos corre de un modo diferente.

No me pregunten por qué, en el sueño yo hablaba con mi reflejo, o al menos interactuaba de esa forma particular en que se interactúa con alguien en los sueños, que no es exactamente quien se supone que es. Pongámosle que yo hablaba y el del espejo me contestaba cosas que en el sueño sabía que pertenecían a otro momento de la conversación, quizás media hora antes, o hasta tres horas después. Pero nos entendíamos. Sé que nos entendíamos porque no recuerdo que no nos entendiéramos. En el sueño, mi propio tiempo saltaba hasta el momento en que obtenía la respuesta del otro lado, pero sabía que el reflejo estaba desfasado y que mi tiempo era continuo.

Todo eso lo deduzco a partir de no más de dos imágenes mentales que me quedaron grabadas y algunas sensaciones. Las imágenes tal vez un poco se mueven, pero diría que no son más que instantáneas de mí mismo frente a un espejo que quizás está un poco empañado, y que seguro no es ninguno de los que pueda haber en mi casa. Todo lo demás son sensaciones, como la sensación de que en el sueño pasaban muchas más cosas y de que cierta trama había pero no me la puedo acordar.

Digo que el sueño es irrelevante porque no tiene misterio: no tengo que darle vueltas y vueltas para entender de qué interpretación rebuscada de la realidad salió. Ese mismo día se le había acabado la pila al reloj grande de mi habitación en el que suelo leer la hora. Se había quedado a eso de las 5:35 y avanzaba lentísimo, cosa que cuatro horas más tarde recién eran las 5:45. Así que cuando eran las doce de la noche o las tres de la mañana, leía siempre primero una hora fuera de hora, y después la corregía mirando la hora del celular o de la computadora. Había una hora real y una hora que era reflejo de la que alguna vez había sido —y sería, cuando la hora real volviera a pasar por ahí. Había un yo real y un reflejo en otra dimensión temporal que con algún momento debía corresponderse.

Pero me gusta pensar que tal vez fue al revés: ¿quién dice que el reloj no se rompió como un reflejo del mundo onírico? Quizás en algún sueño me vaya a olvidar de haber escrito esto y del resto de mi vida, y sólo me acuerde del reloj roto.

lunes, 15 de marzo de 2010

Maya

Todo empezó aquel día, hace algún tiempo que ni yo como narrador de este relato puedo precisar. Quizás fue ayer o hace dos siglos, o un milenio antes de nuestra era. ¿Acaso importa? Él notó sin interés un movimiento involuntario en su mano, una pequeña flexión en las falanges distales de los dedos anular y meñique izquierdos. Casi imperceptible. Un tic. Una fasciculación que por sí sola hubiese resultado totalmente irrelevante a cualquier relato.

El asunto siguió con un temblor vermiforme en la mano izquierda, que se propagó desde la muñeca hasta la punta de los dedos, y al cual no supo todavía conectar con aquel pequeño tic involuntario de hacía quizás dos días, quizás una semana. Lo cierto es que esta vez no lo pudo ignorar y tardó hasta siete minutos en quitárselo de la cabeza. Le costó aún más olvidarse de un violento movimiento de flexo-extensión que le sacudió el antebrazo izquierdo, haciéndole volcar una jarra de agua que llevaba.

Ya nunca más pudo recordar cómo era su vida antes del día en que todo su miembro superior izquierdo, desde el hombro hasta la mano, ejecutó una violenta danza espontánea.

Preocupado, había consultado a médicos, curanderos, ancianas, curas, sacerdotes, psiquiatras, hechiceros, chamanes, oráculos y homeópatas. Pero, antes o después de exhaustivos tests mioneurales, de análisis de sangre y de orina, de estudios genéticos, de rituales tanto paganos como santos, de sangrías y de ayunos, todos le habían dicho que seguramente se debía a estrés o a un espíritu que se le había metido. Le dijeron que se tomara vacaciones e hiciera sus rezos, que consultara con alguien más especializado o que ardiera en las llamas de la hoguera, y que se tomara tres de estas pastillas azules por día.

El movimiento del brazo comenzó siendo completamente aleatorio, una corea sin ton ni son que iba y venía. Con el pasar de los días o de los meses, porque ya era difícil de seguirle el rastro al tiempo, la frecuencia de los episodios iba aumentando, hasta que en determinado momento se había vuelto todo un solo movimiento constante. Sin pausas. Sin respiro. Pero fue a partir de entonces que la intensidad de los movimientos también comenzó a disminuir. Cada vez eran más lentos y agraciados, hasta tener la forma de actos voluntarios. Pero no provenían de su voluntad, y de eso estaba seguro. Todo su brazo ejecutaba lo que le placía.

Por esos tiempos, a su miembro inferior derecho comenzó a pasarle lo mismo y con una progresión similar. Era desesperante. Quiero que el lector se ponga en su lugar: era sinceramente desesperante.

No supo ver que había una conexión en el movimiento involuntario de ambas extremidades hasta que estuvo tomado también todo el brazo derecho. Se dio cuenta que había una torpe armonía en sus movimientos; armonía de la cual quedaba excluída la pierna izquierda, que todavía era suya. Fue ésta la que logró mantener el equilibrio de todo el asunto por un tiempo. Aprendió a caminar cuando la pierna derecha así lo requería; para cambiar de dirección, inclinaba su cuerpo sobre el lado izquierdo y saltaba, pivoteando con el pie funcional sobre su eje. También era este pie el que ayudaba a no chocarse contra las paredes, porque su nuevo cuerpo no veía hacia donde iba, algo que resultaba ciertamente peligroso. Cuando no quería moverse de donde estaba y su pierna derecha comenzaba la marcha, él lograba tirarse al suelo y elevar las piernas, una de las cuales entonces caminaba sola en el aire. Pero eventualmente perdió también la pierna izquierda.

Su angustia en ese momento no fue nada comparada con la que sintió cuando perdió el control del tórax, el abdomen y la cara. Seguía respirando perfectamente, pero no era su respiración. Sin su cara y sin su respiración ya no tenía forma de expresar su dolor o sus alegrías. Había perdido lo que lo hacía sentirse vivo y ser él mismo. Había perdido su ser externo. Lo único que sentía suyo era el control de los ojos y los párpados. Como con el resto del cuerpo, los gestos que en su cara se veían eran ajenos a su control.

Él, quizás por reflejo, seguía intentando moverse. Más allá de todo, sentía aún sus piernas, sentía sus manos y sentía todo el cuerpo, pero no los tenía con él. Sus ojos, sus oídos y su pensamiento estaban en la que consideraba su realidad, pero sus sensaciones táctiles, su gusto y su olfato no se correspondían con lo que sus ojos veían que tenía que sentir. Esto lo hacía marearse a menudo. Tampoco le dolía cuando se suponía que le tenía que doler, como por ejemplo cuando se chocaba contra una pared o tropezaba con una roca. En ocasiones, y aparentemente de la nada, sentía intensas oleadas de dolor, cuya cualidad podía variar desde golpes y pinchazos hasta terribles quemaduras. Su cuerpo, sin embargo, sólo registraba las cicatrices que él había visto causarse. De la misma manera, los climas que sentía muy rara vez eran las que se suponía que correspondían al lugar donde estaba, pero le parecía que tenían un sentido geográfico propio.

Con el tiempo, comenzó a observarse a sí mismo, a sus sentimientos y a sus sensaciones. Entendió que si cerraba los ojos y prestaba atención, todo cobraba sentido. Ya no se mareaba. Podía ahora sentir e interactuar con un segundo mundo que lo rodeaba, ajeno a su vista y a su oído. Sentía y agarraba objetos, caminaba por terrenos por los que podía moverse bien si prestaba atención. El cuerpo que palpaba no era el suyo. Era quizás un cuerpo de hombre o de mujer, con vestimentas que tal vez podían ser de lo más refinadas, o de lo más andrajosas. Era quizás un rey, una princesa, un monje tibetano, una amazona, un empresario, un troglodita, o un miembro de alguna cultura que nuestra sociedad no ha visto aún.

Se acostumbró entonces a vivir con los ojos cerrados. Encontraba tranquilidad de esta forma, y podía vivir una existencia en que su ser no era su ser, pero era. En él no había ya confusión. Cuando abría sus ojos notaba que su cuerpo también había encontrado la paz. Pasaba ahora largas horas meditando y no se interesaba ya por los placeres terrenales. Su cuerpo era de él mismo y era de alguien más, y en el cuerpo de alguien más estaba él mismo. Sabía ahora que no era el único ser en el Universo, y ya no podía creer en la realidad de la realidad, pues no había una sola, ni había dos, ni había tres. Más que nunca, se sentía parte de un Universo que a su vez era una parte de él mismo. Él era todo y era nada. Entendió que la realidad es infinita y eternamente cambiante, y que lo que parece serla, no lo es.

En ese momento, el velo de la ilusión desapareció y su cuerpo murió.

miércoles, 3 de marzo de 2010

La siesta

Convencidos de que la muerte no era eterna sino simplemente un estado más del ser humano, los habitantes de alguna remota tribu, quizás en África o quizás en algún lugar de Asia, se dedicaron a preservar a sus muertos. Así como el sueño es la otra cara de la vigilia en el largo ciclo de la vida, ellos creían —o sabían— que la muerte lo era así de la vida en un círculo mucho más extenso, quizás eterno. Tan prolongado es tal estado de muerte que el cuerpo sucumbe eventualmente a los influjos de la descomposición, como así lo haría alguien que, yaciendo en cama por meses, no fuese debidamente cuidado. Sabiendo ellos esto, dedicaron todos sus esfuerzos a mantener alejado de sus muertos el decaimiento, conservándolos.
Así, pasado un período de tiempo que la humanidad todavía no ha visto, el primero de sus fallecidos despertó a la vida y en la antigua civilización se celebró su segundo amanecer.

sábado, 27 de febrero de 2010

Si matás a alguien, tal vez te hacen una canción y todo

Los asesinatos y sus protagonistas, tan retratados en la literatura universal, son todo menos un tema tabú en la música popular. Se los ve tratados en infinidad de estilos musicales y en distintas regiones del mundo. Por mencionar unos pocos y que todo el mundo debe conocer, podríamos tener a Mack the knife, originalmente una canción en una obra de teatro alemana, traducida al inglés y convertida en standard de jazz por Louis Armstrong, y popularizada aún más por este otro tipo que no me acuerdo cómo se llama, o también Maxwell's Silver Hammer de los Beatles dentro del rock británico. En el Río de la Plata tenemos tangos como Dicen que dicen*, en la que el propio asesino cuenta y hace confidente de su historia al que la oye, o la Milonga de Gauna, de Jaime Roos, homenaje al guapo ficticio creado por Adolfo Bioy Casares. El crimen muchas veces es un tema retratado con cierta ironía o humor, y no se descarta que las canciones puedan tener melodías francamente alegres —o, por supuesto, claramente oscuras.

De entre todos los que se puedan nombrar, hay un tema que se destaca por su notable historia musical de constantes interpretaciones y reinterpretaciones a lo largo de más de un siglo. En la cultura norteamericana, "Stagger" Lee Shelton, un taxista y chulo que vivió en el siglo XIX, quedó inmortalizado en esta canción como arquetipo del tipo rudo y frío que se sabe fuera de la ley y al que todo el mundo le teme. Un auténtico badass, como alguna vez leí que le decían. En vísperas de la navidad de 1895, Lee Shelton mató de un tiro en el abdomen a William Lyons (o Billy De Lions, como se lo llamaría a veces). Ambos eran amigos y jugadores frecuentes, y la historia dice que esa noche Lyons le sacó el sombrero a Shelton de la cabeza y se lo puso él (las distintas versiones también dicen que Lee lo perdió en una apuesta). Este último, irritado y viendo que Lyons no se lo iba a devolver, le disparó en el abdomen y, mientras su amigo agonizaba en el suelo, le sacó el sombrero y se fue caminando tranquilo. Cuando finalmente lo detuvieron, Lee Shelton fue ejecutado en la horca.

Stagger Lee se convirtió en una canción popular en el folclore del blues, y una de las versiones más viejas de las que se tiene registro la grabó Mississippi John Hurt en 1928. Es ésta:



Esta versión se centra en cuatro puntos de la historia: primero, la aparente inhabilidad de la policía para capturarlo, luego el pedido de piedad de Billy Lyons ("Please don't take my life, I got two baby children and a darling loving wife"), la crueldad de Stagg al contestarle que no le importa su familia y que se lo merecía por robarle el sombrero, y finalmente la muerte del asesino y el alivio del pueblo.

Más tarde se popularizó una nueva versión del tema, más larga y con una melodía y letra ligeramente distintas. Fue la que grabaron artistas como Neil Diamond, Lloyd Price o, en este caso, Wilbert Harrison:



En esta versión el narrador es alguien del pueblo, cuyo bulldog le ladra a los dos hombres que estaban hablando en la oscuridad. Ahora se centra más bien en el momento del asesinato, apareciendo nuevamente el pedido de piedad de Billy ("Oh please, don't you take my life", pero esta vez tiene tres hijos y la esposa está enferma). Ahora se muestra cómo Stagger Lee va a buscar el revólver .44 a su casa y vuelve al bar para matar a su amigo. No se menciona ni a la policía ni la muerte de Shelton.

La cosa se pone divertida cuando más adelante aparece una versión groseramente más inocente cantada por el propio Lloyd Price en 1959, que llega a niveles de popularidad mucho más altos que las versiones anteriores, ya que es presentada ante la audencia del programa American Bandstand de Dick Clark. Este último fue el que impulsó el cambio en la letra, diciendo que la original era demasiado morbosa para su público.



Esta vez la melodía y la forma en general se mantienen, pero la pelea es porque Stagger Lee le prestó plata a Billy Lyons y éste, además, le robó a la novia. En lugar de haber un revólver de por medio, Stagg se enoja y dice que no le quiere hablar nunca más a su amigo. El tema se resuelve cuando, en lugar de morir, Billy se da cuenta que hizo mal y le devuelve la plata y la novia a Lee, que lo perdona y todos son felices de nuevo. (¡Convirtieron a Billy en el malo, che!)

Hoy día rondan otras versiones más oscuras en las que se le atribuyen más asesinatos y se concentran en la crueldad e inmisericordia de este muchacho, ahora mencionado como Stack-O-Lee, que fonéticamente suena básicamente igual. Son muy parecidas, o tienen elementos muy en común, las versiones de RL Burnside (que asumo será la original de esta nueva tanda), Nick Cave (de un aire muchísimo más oscuro y la cual, digámoslo así, tiene un tinte más sexual hacia el final), y una sorprendentemente buena versión por Samuel L. Jackson para la película Black Snake Moan**:



Esta es la única versión de la que tengo registro en la que el asesino está hablando en primera persona. Es básicamente la misma estructura que en la de Burnside y Cave, en la que aparecen elementos como caminar por el barro para llegar a la taberna llamada Bucket of Blood, de matar a tiros al cantinero con su .44 y más tarde a Billy Lyons. Además, es la única versión en la que no se menciona el nombre de Stagger Lee y se da a entender de quién es el que está hablando por la referencia a Billy Lyons.

Hay otra versión por Grateful Dead en la que dicen que como los oficiales le tenían miedo, la viuda Lyons fue y le disparó en las bolas para que después lo ahorcaran. Y llegamos a mi versión favorita, por Pacific Gas & Electric, que es parte de la banda de sonido de Death Proof, de Quentin Tarantino:



En esta versión se conjugan muy bien elementos que aparecen en todas las demás, junto con otros nuevos. Están el bulldog del narrador, que ladra al oir la pelea de los amigos —ahora llamados Staggolee y Billy DeLyon; se mencionan también el barro por el que camina el asesino, su acusación de haberle sacado todo el dinero y el sombrero, el pedido de piedad de Billy (nuevamente los tres hijos y la esposa) y, de nuevo, que a Stagg no le importaran ninguno de ellos. Se vuelve a hacer referencia al miedo de la policía (excepto el sheriff ahora) de ir a buscar al asesino o del alivio de todos al morir éste, y aparecen partes más divertidas como que el verdugo se asusta al ver que no se rompía el cuello de Staggolee. Finalmente, una vez muerto amenaza al mismísimo Diablo con su revólver .41 y se proclama el nuevo amo del Infierno.

La lista de los artistas que interpretaron este tema es francamente interminable (si no me creen, busquenlá, que yo la acabo de ver). Me encantaría ver que con alguna otra canción se hubiese hecho algo por el estilo. Claramente, algunas se prestan mejor que otras; no podría imaginarme algo así con Blackbird o Dale alegría a mi corazón. ¡Por favor!

*Agradezco a Nico, que me tapó el bache en mi conocimiento de tango
**Pongo esta versión sin imágenes de la película, porque esas tenían los fucks y motherfuckers censurados, y no es tan divertido.

viernes, 22 de enero de 2010

Mindblowing

Imagínense que esto que acaban de leer es el mejor cuento en la historia y estense contentos. Es un servicio de mí para ustedes.

lunes, 18 de enero de 2010

Y barbarie

Es por esa cosa que tenemos los argentinos. Un ombligo muy atractivo, ponele que es. ¡Pero botellazos! Por favor.
Ya había empezado ayer, pero no fue para tanto. Yo llegué tipo ocho, cuando los sonidistas estaban preparando todo, y me senté en el suelo, a pocos metros del escenario. Éramos muchos en el suelo. Y de a poco empezó a aparecer gente que quería ver más de cerca, o ya no encontraba lugar en el suelo, y se paraban delante de la valla. O sea, detrás de la valla, pero delante nuestro. Y de un momento para otro, todos, por esa cosa sincicial que tienen las multitudes, estaban gritando "¡Abajo!" y chiflando. Costaba entender que lo que querían los protestantes era que se sentaran los que estaban parados adelante. Porque había como dos metros entre la valla y el escenario, y costaba ver lo que pasaba. De todas formas, los gritos tenían esa tonalidad medio amistosa del "¡Eh, bolú!" porteño. Ayer, digo. Pero en cuanto Lebón pisó el escenario, lo aplaudimos y nos pusimos de pie, y lo seguimos aplaudiendo otro poco, y ya nadie estaba sentado. Porque además no es música para escuchar sentado. No. Y empezaron a tocar y nos olvidamos de todo el asunto.
Pero hoy, ¡ay! Hoy fue más bestial. En el momento no me di cuenta a qué me hacía acordar toda la escena, pero ahora creo que la imagen mental que me daba era la de El Matadero, de Esteban Echeverría. Creo. Tal vez me acuerdo mal el cuento, no sé, lo leí hace más de cinco años. No, acá no hubo unitarios, eso seguro. Cuestión que hoy llegué más o menos a la misma hora que ayer, quizás un poco más temprano. Ponele que a las ocho menos cuarto. Había menos gente que ayer, y todos estábamos preparados para quedarnos sentados todo el rato, porque calculábamos la música como más tranquila. Y era domingo y había reposeras y familias. Este país tiene algo con los domingos y las reposeras, sea donde sea que uno esté. Se fue haciendo la hora y empezó a pasar lo mismo que el día anterior: empezó a llegar gente que por tal o cual motivo no quería sentarse y se empezó a poner atrás de la valla. Pero nada que ver con lo de ayer, ¿eh? Hoy era una monocapa de personas, tipo nada, y las cabezas apenas sí tapaban un poco más el escenario que lo que lo hacía la valla misma. Y eso que yo estaba sentado bien adelante, o sea que si a alguien tapaban, era a mí y a un par más. Pero igual, los que estaban sentados más atrás se pusieron a gritar "¡Abajo!". Esta vez con un poco más de furia que ayer. Yo no sé, si me preguntás a mí, hubiera elegido otra palabra, tipo "siéntense", o algo que sea un poco más entendible como "Che, los que están adelante parados, ¡abajo!".
Como dije, había familias con reposeras. Había un perro que ladraba agudo. Había un bebé. Y estaba esta familia, con la madre teñida de rubio, en sus muy mal venidos cuarentas, el nene parado sobre la reposera, y la nona, que parecía que mucho no sabía dónde estaba, o le daba lo mismo, y que tenía un gesto un tanto cliché de abrir y cerrar una boca que parecía no tener dentadura. Tenía un ángulo hacia adentro. Raro. Como un Pac-Man, ponele. Pero raro. La madre era la que más gritaba a los de adelante, con una sonrisa socarrona y un aire de no tener nada mejor que hacer. No había empezado el show, y los gritos de "¡Abajo!" ya eran furiosos. E incesantes. Furiosos e incesantes, eso.
Hubo como un respiro cuando se prendieron las luces de show y parecía que iba a empezar. Yo me paré y empecé a ir para adelante, como varios otros, y de nuevo empezaron los gritos, todavía más furiosos y con cierta amenaza en el tono. Y bueno, algunos nos sentimos un poquito intimidados y volvimos a sentarnos. Y apareció Mavi Díaz y su banda entre todo el abucheo para los que estaban parados. Pobrecita. Empezaron a tocar y todavía seguían gritando, y casi no los aplaudían a ellos. Estaban más concentrados ahora en lograr su objetivo de bajar a los de adelante que en escuchar la música. Preferían ver que escuchar. Yo eso te lo califico de gesto vacío, disculpame. Cuando ella empezó a cantar, ahí se callaron. Y cantaba lindo, denserio. Pero el clima estaba tenso y entre tema y tema mucho no se aplaudía, y a veces incluso seguían abucheando a los de adelante en lugar de aplaudir y vitorear al grupo. Daba como vergüencita la falta de respeto hacia los músicos y el ensañamiento por lograr creo que ya no sabían qué cosa.
Ah, no les dije: para ese momento ya habían volado hacia delante algunas bolsas cargadas, supongo, con papeles usados y ese tipo de basura. Sospechosamente tenían una trayectoria que bien podía nacer desde la señora teñida de rubio, que les juro que parecía divertida con todo el asunto de los gritos.
Lo triste de todo esto fue cuando la banda hizo el último tema anunciado y se retiró. Pasaron algunos segundos desde que se habían ido del escenario, y ahora la multitud sentada ya estaba enfurecida, y volaron incluso algunas botellas, siempre con los gritos de "¡Eh!" y "¡Abajo!" acompañando. Está bien, eran botellas de plástico, exageré. Pero, dale, estaban tirando botellas a la gente. Y nadie estaba cómodo, ni los que canturreaban, ni los que estaban parados, ni los que estábamos sentados solamente, tratando de estar cómodos. Y nadie cedía: ni los que estaban parados se sentaban, por una cuestión de respeto o buena onda, ni los que cantaban se resignaban a calmarse. Porque ya está, che, no es tan grave. Bueno, lo que decía: lo triste fue que entre todo el abuchamiento, Mavi Díaz y su banda volvieron, y ella dijo "Gracias, gracias". ¡Pobrecita! Pensaba que era un encore, un bis, y todo el asunto no tenía nada que ver con ella ni con nadie que pudiese estar en el escenario. Y he visto encores en mi vida, pero nunca ninguno que no lo fuese realmente. No sabía ni que existían. Los encores que no son encores, digo.
Pero cuando apareció Luis Salinas, yo me paré. Muchos nos paramos, y no nos importó nada. Lo queríamos ver más de cerca. Y todo estuvo perfecto. Casi. Porque parecía que ya había pasado todo el asunto. Pasaron no sé cuántos temas, y de repente no sé, hubo un intervalo de unos pocos segundos y un tema que empezaba despacito, con un solo de piano lindísimo, pero ya estaban gritando de nuevo. Y digo que era lindísimo porque parecía que debía serlo, pero ya no se podía escuchar directamente. Y te juro que no sé qué les agarró ahora, porque llevábamos como cuarenta minutos parados y nadie había ni chistado. Pero se ve que tenían que llenar el silencio. Y el tecladista estaba tocando y sintiéndolo, y los de atrás no paraban de abuchear. Pero no a él. Y fue largo. Fue una árdua pelea entre abajos y shhh!s que hizo que ese pedazo de música se perdiera.
Y sólo por ganar la discusión, ¿eh? Sólo por ganar la discusión, que ya era solamente forma y no tenía contenido. Porque era obvio que no nos íbamos a sentar y que no teníamos por qué hacerlo. ¿Qué pasaba si nos sentábamos?

Bueno, bueno, perdón, pero después de más de cuatro meses de no escribir, tenía que empezar por algo más campechano, que sino no me sale. Pero es que miren qué lindo que tocan la musiquita: