lunes, 30 de junio de 2008

Diario para las generaciones futuras

Lunes, 30 de Junio de 2008 | Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

Siendo las 16hs de hoy, me tomé un helado porque tenía calor, estando en la calle en remera. Eso no está bien. Para un mayor entendimiento, remito al investigador a la entrada realizada el día Sábado 14 de Junio de 2008 en este mismo jornal.

domingo, 29 de junio de 2008

La octava plaga

De proporciones casi bíblicas, la peor tragedia que cayó sobre la humanidad en los últimos cien años —después de la bomba atómica, no quiero ser hijo de puta— fue la aparición y la creciente necesidad de tener cables. Estos seres pueden adoptar cientos de formas, pueden medir desde unos pocos micrómetros a muchos metros de diámetro, pueden tener unos pocos milímetros a muchísimos kilómetros de largo, pueden ser simples, dobles o enrulados, y ni hablemos de la función. Pero si hay algo que es cierto es que no hay forma de escaparles, siempre están ahí, metidos en el medio, molestando un poco, pero esperando el momento preciso para hacernos la vida imposible.
Y no hay solución. Lo intenté miles de veces, atándolos, ordenándolos, haciendo agujeros en la pared, conectándolos secuencialmente en el toma para que los cables no se enreden, pero todas estas no son más que fugaces soluciones, pequeños intentos de un simple ser humano de pelear contra lo inevitable. No hace falta más que una simple ráfaga de viento producida por el grácil batir de las alas de un gorrión para que todo intento de orden se diluya en las mantecosas manos del tiempo; no pasa mucho tiempo sin que todos los cables de los parlantes formen un nudo prácticamente inverosímil entre sí, también con el cable del monitor atravesado en el medio, el cual a su vez forma un nudo marinero con el USB del módem, que está entrelazado en una danza infernal con el resto de sus amigos coaparatistas: el cable de alimentación y el de teléfono. Ni hablemos del mouse y el teclado, porque me agarran temblores histéricos.
¡Ah! ¿Qué? ¿Que existen aparatos inalámbricos, me decís? No, ni da, son más caros. Yo me quedo con los cables.

viernes, 27 de junio de 2008

Un jugado

En la medicina existió siempre un tabú según el cual el corazón era un órgano intocable: si se lo tocaba con algún cuerpo extraño, se producía un paro cardíaco que conducía a la muerte. El consenso general era, por supuesto, que no se debían hacer experimentaciones en humanos que requirieran contactar con el corazón.
Pero en 1929 un tipo, Werner Forssmann, que acababa de terminar su carrera de médico y estaba en Alemania para formarse en cirugía, agarró y se metió a sí mismo un catéter vertical, opaco a los rayos X, por unos 65 cm a través del pliegue del codo. En la sala de rayos, la radiografía le mostró a los concurrentes que la punta de el catéter estaba en la aurícula derecha de su corazón. Junto con dos científicos más (Cournand y Richards) recibió, en 1956, el premio Nobel por el aporte de esta técnica a la medicina (el catéter en la aurícula para extraer sangre venosa mixta), y por destruir el tabú del órgano intocable.

jueves, 26 de junio de 2008

Zoom anatómico

Dentro de algunas ramas de la Medicina, como la Histología y la Anatomía, hay centenares de detalles deliciosos, capaces de saciarnos a todos aquellos —somos pocos, no voy a decir que no— que tenemos un gustito particular por la etimología de las palabras, y en el buen modo. Hay para todos los paladares.
Muchas veces pensé, desde que estoy en la carrera, que los estudiantes de Medicina deberíamos ser introducidos con algunas nociones basiquísimas de latín y griego antes de empezar la carrera, o en el curso mismo de primer año. De esa manera no sería tan espantoso encontrarse con accidentes óseos con nombres como "apófisis unciforme", "apófisis estiloides" u "olécranon" que, cuando uno lo piensa dos segundos o lo investiga tres minutos, se da cuenta que derivan de palabras como "uña", "estilo" y, si mal no recuerdo, "pico de cuervo", respectivamente, todas notaciones muy gráficas si uno ve de qué estructura se trata.
A lo largo de la historia, los anatomistas —los tipos copados y humoristas de la medicina—, han ido nombrando las estructuras según lo que les parecía que veían. Sin ir más lejos, un músculo al que todos conocemos, el deltoides, no tiene otra etimología que: "delta" (letra griega, delta) y "-oide" (forma de), o sea, "forma de delta" (forma de triángulo). Como ese, todo el cuerpo está plagado de ejemplos: huesos con forma de barco (escafoides o navicular), músculos como suelas de zapatos (sóleo) o de varias cabezas (bíceps, tríceps, cuádriceps), órganos con forma de escudo (tiroides), válvulas con forma de gorro pontífice (válvula mitral), entre tantos otros. Otros anatomistas (o los mismos), no tan osados, pero no sin menos desafío, han nombrado músculos según su función, como los pronadores y supinadores, los flexores superficial y profundo de los dedos, etc. Un ejemplo que siempre me divirtió horrores (y qué fácil me divierto) es el del músculo dorsal ancho, aquel muy grande que tenemos en la espalda, al cual los antiguos anatomistas lo nombraron "anis scalptor" y "anis tersor" por sus funciones de rascar y limpiar el ano; función más clara, imposible. No son pocas las estructuras que han recibido el nombre de su "descubridor" (mejor dicho, aquel que primero las describió en detalle), como Falopio, Eustaquio, Farabeuff, Willis, Langerhans, y una lista infinita de gente que se ha inmortalizado en nuestros mortales cuerpecitos.
A todo aquel joven anatomista e histologista, asustado por la infinidad de nombres complicados, le aconsejo que se divierta buscando los significados detrás de las palabras. Incluso las de algunas a las que tan acostumbrados estamos, como "insulina", tienen su origen. Ésta, por ejemplo, es la proteína (por eso la típica terminación "ina") de la ínsula, o sea, de la isla, por ser aquella que se secreta en los islotes de Langerhans del páncreas (en las células B de estos, para ser exactos)...
...¡Está bien! ¡Está bien! No me reten, admito que es rebuscado. Pero mantengo mi punto de que detrás de todo nombre complicadísimo, hay un anatomista que nos quiso simplificar las cosas.
No quiero cerrar este post sin criticar a esa otra raza, los genetistas, aburridos como ellos solos. Son esos tipos que te engañan con una suerte de simpatía la primera vez, les das tu número de celular y, chau, no paran de mandarte mensajes de texto sumamente aburridos. Estoy convencido. No hay cosa menos interesante que los nombres de los genes. Por sobre todos ellos, de los que no quiero ni acordarme, sobresale uno, el "sonic hedgehog". Quizás algún día me entere de por qué lleva el nombre del simpático puercoespín azul; mientras tanto me quedo con mi teoría: "¡Pá! ¡PÁAAAA! Mirá, pá, es Sonic ¡Pá! ¿Querés venir a jugar? ¡Papá! ¿Qué estás haciendo?" -"Estoy buscando un nombre para este gen que descubrimos hoy en el trabajo, ahora no te puedo atender" -"¿Qué es un gen? ¡Páaaa! Ponele Sonic, ¿dale que le ponés Sonic? ¡PÁ! Daaaale, poneele Sooniccc".
Sí, estoy seguro.

martes, 17 de junio de 2008

Jugando con el destino

Hay cosas en la vida que uno sabe que tiene que hacer; oportunidades que tiene que aprovechar. Es conciente (uno) de que si las deja pasar —sea por simple desgano, por imposibilidad de realizar la acción, o lo que a uno fuese a ocurrírsele como excusa— pueden pasar semanas, e incluso meses, hasta que la ocasión se vuelva a dar.
Uno tiene que preguntarse, como expectador y partícipe de la vida, "¿por qué, oh, por qué, esta situación me viene dada ahora? ¿he, acaso, de aprovechar este regalo que me ha sido dado por los Dioses sin chistar, y sin derecho a pensármelo dos veces?" y actuar en base a la respuesta obtenida. Si el procesamiento de la idea fuese a quedar retenido en las crueles garras del tiempo por un rato más largo de lo debido, también el instante de acción estaría perdido. Es menester ser rápido y tener la astucia de actuar en el momento indicado y de la forma correcta. Si no, ya lo sabe uno, tendrá que esperar a la próxima oportunidad.
Lástima. Ya compraré la Guía T en un par de meses, cuando me la vuelvan a ofrecer quizás en el subte o quizás en el tren; también me la podrían ofrecer en un colectivo, ¿no?

P.D: Soy bien conciente de que la puedo conseguir en cualquier quiosco de diarios y revistas, pero me gusta histeriquear con el destino.

El no-post

Iba a escribir un post interesantísimo relacionado con la Neurología, pero decidí que no lo voy a hacer hasta que no sepa del tema.

Atte.:
El autor

sábado, 14 de junio de 2008

Locura

"¡Es el fin del mundo! ¡Es el fin del mundo!", gritaba el loco en la Edad Media y lo mandaban a la hoguera.
"¡Se viene el fin! ¡Se viene el fin!", gritaba el loco en el siglo XIX, y lo mandaban a la cárcel.
"¡Se acaba el mundo! ¡Se acaba el mundo!", grita el loco hoy... y un poquito le creemos. Pero igual lo encerramos para disimular y hacer de cuenta que no pasa nada, y que el clima primaveral a una semana del invierno está perfecto.

miércoles, 11 de junio de 2008

Diálogo

-Hola, buen día
-Hola, ¿qué tal? ¿En qué lo puedo ayudar?
-Sí, mire... Necesitaría un hígado nuevo, el otro que tenía está cirrótico. Cuarenta años me duro, nomás, ¡una barbaridad!
-Y sí, los productos ya no son lo que eran. ¿Qué modelo le gustaría?
-No sé, ¿qué tiene?
-Tengo desde ocho a doce lóbulos, aumentando el precio en cada uno, por supuesto; cada uno con su juego de venas interlobulillares y toda la bola. ¿A dónde lo va a enchufar?
-Tengo una vena cava de 5cm de diámetro y un milímetro de grosor, ¿le queda algo para eso?
-VCI5... No, en este momento no, pero le podemos conseguir un adaptador elástico.
-Bueno, sí, y... digamé, ¿tiene de esos nuevos que se puede cambiar de control autonómico a somático?
-¡Es usted un aventurero! No, todavía no me entraron. Supongo que la semana que viene...
-Ja, ja, sí, es que bebo mucho, y a veces preferiría poder controlar todo el proceso de desintoxicación yo mismo. Ya me compré el controlador cortical y todo —tenía un socket libre en la cisura rolándica—, me costó un huevo y medio.
-¡Epa! Pero, ¿y los espermatozoides?
-Vio cómo es esto. Cuando los necesite, haré el esfuerzo y los compraré. Mientras tanto mantengo el control hormonal normal.
-Sí, sí, bueno. ¿Se le ofrece algo más?
-¿A cuánto tiene el gramo de receptores de insulina?
-$213
-Deme tres gramos, así tengo por un tiempo.
-¿Algo más?
-¡Ah, sí! Deme un frasquito de líquido sinovial, y... Necesitaría un reemplazo aórtico.
-¿Segmental o completo?
-No, sólo hasta D12
-Y, le sale... $1018, con mano de obra incluída.
-¿Y la garantía?
-De cincuenta años
-¡Qué poco! Bueno, lo pienso y vuelvo otro día. Mientras me llevo el hígado, los receptores y el frasquito. ¿Puede ser una bolsita?
-Cómo no. ¿Sabe instalar el hígado? Tiene que tener cuidado con el hiato de Winslow, ¿sabe?
-Sí, no se haga drama, mi primo es Ingeniero en Humanidad Corpórea.
-¡Ah, bueno! Aquí tiene, sírvase usted.
-Muchas gracias, don.

Se los estoy diciendo, en 300 años éste va a ser un diálogo de todos los días.

domingo, 8 de junio de 2008

Misterio

El otro día esperaba el colectivo. Estaba recién bañado, perfumado, con una botella de vino en una bolsa muy paqueta, y con cierta falsa dignidad como la que que le confiere a uno el uso de un sobretodo. Cuento las monedas, porque sospechaba que algo raro estaba pasando; ya las había contado en casa y el resultado siempre era el mismo: tenía un peso, formado por dos monedas de veinticinco y cinco de diez. Pero aún con ese resultado, las miraba con cierta desconfianza.
Llega el colectivo, me subo, digo "Un peso, por favor", y empiezo a poner las monedas. Al terminar de depositarlas, el marcador todavía me pedía 10 centavos. Me dije "¡Pero qué rareza!" y empiezo a buscar en mis bolsillos, pensando que quizás alguna se había resbalado en la espera, pero no encuentro nada. Después de un rato le digo al chofer "No, esperá, cancelámelo." para dejar pasar al otro pasajero que ya se había subido. Al volver a intentarlo, me aparece nuevamente que faltan 10 centavos, y empiezo ahora así a buscar minuciosamente por todos los bolsillos. Encuentro una monedita en uno de ellos y la pongo, sin fijarme de cuánto es, con la esperanza de que fuese, efectivamente, lo que me faltaba. Pero no, Murphy mediante, la moneda era de 5 centavos. Me faltaban cinco para el peso.
Sigo buscando, cada vez más desesperado, y una señora me toca el hombro y me dice "Ahí está la moneda que se la cayó, señor", miro a donde me señalaba y veo que había una moneda incrustadísima en el metalcito tipo zócalo que tiene el piso del colectivo, la levanto pensando "No hay chance de que sea mía, pero tampoco es de nadie más", y procedo a poner todas las monedas de nuevo en la máquina. ¡De nuevo, faltaban cinco centavos!
Fue una cruel treta del Destino, de esas que mucha moraleja no tienen. De todas formas, el Destino también es un tipo copado y te pone una solución siempre. Un hombre se me acerca y me da diez centavos. Cuando fui a devolverle el cambio, ya se estaba bajando y yo me quedé con cinco centavos suyos, embebidos en una mística misteriosa. Aunque ni para un Flynn Paff mágico me alcancen.