martes, 2 de diciembre de 2008

La realidad superó a Hitchcock

Yo no lo sabía en aquel momento, pero aquellas nubes vaticinaban algo extraordinario y siniestro. Cubrían la tarde de aquel sábado como un manto obscuro que acaso un victimario usara sobre su víctima para llevarlo a los abismales designios de la muerte. ¡Ah! ¡Qué tonto, qué ingenuo fui! Pero la humanidad no podrá juzgarme, ni tan siquiera un número reducido de quienes lean estas crónicas, pues no tenía forma de saber que de un presagio se trataba.
Lo tenía todo planeado; sabía que llegaría demasiado temprano al Instituto. La pregunta sería retórica: "¿Puedo subir a las aulas?" y allí me quedaría al resguardo de aquel otro destino. No contaba, sin duda, con que el joven recepcionista chino del Instituto sería un heraldo de la cruel mano del Destino. Algo en la severidad de su semblante me obligó a preguntar, no ya tan retórico, si era demasiado temprano para subir. "Y sí, es un poco temprano" dijo con una naturalidad que no acompañaban a sus frías gesticulaciones, y prosiguió: "podés volver en cuarenta minutos". Para no agravar la situación, disimulé mi abatimiento y le dije que iría a recorrer las cercanías, procurando volver a la hora prevista. No me respondió, y salí por el chirriante portón metálico.
Le había mentido, no recorrería nada, mi único plan era buscar un lugar (¡si tan sólo hubiese buscado otro lugar!) donde sentarme a leer, pero supuse que no le interesaría, y que tampoco bastaría para que se apiadara de mí. Encontrar ese lugar fue tan simple que hasta el día de hoy me revuelvo los sesos pensando que quizás un artilugio demoníaco situó esa plazoleta —que nunca había visto en los cuatro meses que allí llevaba asistiendo— que ahora veía tan clara y tan llamativa después de sólo haber cruzado aquel maldito portón. También se me cruzó la idea de que una voluntad divina me había llevado allí, elegido para ser testigo y narrar los acontecimientos que sobre ella acaerían. Voy a tomar un descanso ahora, no puedo proseguir sin haber juntado fuerzas.
¡Ah! Qué bien sienta la música al temple del alma humana; puedo seguir con la historia. Había dicho que, por la razón que fuera, esa plazoleta con sus bancos de piedra había sido ofrecida a mi vista. No puedo sino repetirlo: yo era desconocedor de mi destino y no sé si ahora, puesto de nuevo en aquel momento de decisión, volvería a ir o buscaría otro lugar. Crucé la avenida que me separaba del lugar de descanso y, al llegar ahí, pude sentarme en uno de los dos bancos que el lugar me ofrecía. En el otro, había sentados dos de esos seres que me harían vivir el más calcinante terror en los huesos. Ya diferenciándose de su hermafroditismo primario, pude entender que se trataba de un macho y una hembra de la especie. Parecían tímidos, y de cuando en cuando se comunicaban en su ininteligible idioma, el cual tampoco intentaría siquiera escuchar. Relatos de otros infortunados como yo decían que apenas sí pudieron sobrevivir al andrógino sonido, más terrible que el canto de las sirenas, por no estar siquiera dotado de su belleza. Más tarde lo comprobaría.
Su apacibilidad me dio confianza y allí decidí quedarme. De mi bolso saqué la última edición del tratado de Fisiología Humana y me dispuse a estudiarlo, enredándome —como tantas veces lo hubiese hecho en el pasado— en las complejidades del corazón del hombre. ¡Galeno, Harvey, Frossman, Einthoven y tantos otros lo habían descripto ya! Me devolvió a la realidad un ómnibus ya venido a mal que se estacionó enfrente mío. Su único pasajero y conductor era un pobre hombre que se dejaba encantar por las músicas de antaño, aquellas dulces melodías de Vilma Palma o Los Rodríguez que jamás podrían ser producto de las frías eras modernas. Sin darle demasiada importancia, tampoco advertí lo que presagiaba y seguí con mi lectura.
Sin darme cuenta, el cielo se volvía más y más gris. Pronto llegaron más y más de estos seres. Primero fueron dos hembras, después cinco, luego, quizás, tres machos. Cada vez que levanta la vista eran más y ya no sabía de dónde salían. ¿Quizás se reproducían por algún mecanismo asexuado delante de mi vista? Pero... ¿Habían logrado sortear su propia evolución ontológica y presentarse directamente en esa forma? No, no podía ser. Ninguno de mis libros sugería la posibilidad de algo así en la naturaleza. Pero allí estaba la prueba delante de mis ojos, ¡simplemente aparecían de la densa atmósfera que nos circundaba!
Finalmente empezaron a rodearme. Se sentaron en mi banco. Me obligaron a escucharlos. Con inocente perversidad uno gritaba "¡Cantemos algo!" y los demás lo seguían. Sus cánticos paganos hablaban sobre una casa o un campo al que debían asistir; en todos mis años de estudio musical, jamás había yo oido tales tonadas; parecían reservadas sólo para su selecto grupo. Nunca dejé entrever mi incomodidad, pues hacía de cuenta que estaba completamente absorto en mis lecturas. ¡Mentira! Estaba dominado por un terror que se había mezclado con fascinación por estas criaturas; estaba atrapado por aquel canto diez mil veces más maléfico que el de ochenta y seis sierenas. La propia Medusa se hubiese convertido en piedra bajo sus poderes y ni las cabezas de la Hydra hubiesen podido ganarles en número, que ya superaban los treinta o cuarenta. Y seguían apareciendo.
Algún autor clásico pasado al olvido había propuesto a estos seres como cachorros humanos. ¡Que me condenen si alguna vez pasé por una etapa semejante! Pero allí estaba, una evidencia de tal cosa que en el momento me pareció innegable. Ahora me permito pensar que quizás el cantarle el feliz cumpleaños a uno de sus miembros fue una estrategia para engañarme aún más y llevarme al borde de la desesperación. No lo sé. Quizás, y esto se me ocurre mientras escribo, sus milenios a la sombra de los humanos les llevaron a adoptar algunas de nuestras costumbres. Tampoco lo sé. Su nombre real, hominidae adolescens, sin embargo, refleja su capacidad de inflingir dolor sobre sus víctimas.
Ya no podía calcular su número, era imposible, me tenían completamente acorralado. Tenía que pensar una estrategia para salir de ahí sin llamar la atención. Opté por que lo más sensato sería pretender que no me había percatado de su presencia y que me estaba yendo de allí no por estar aterrorizado de su presencia, sino por otra razón. ¡Rogaba porque alguien me llamara al celular! Pero no, eso los podía llevar a un frenesí sexual y hasta quizás ritual. No, no era buena idea. Recordé entonces al joven recepcionista chino y al Instituto; por fortuna ya debían haber pasado cuarenta minutos y mi excusa era tan real que la falta de mentira en mis actos incluso podría jugar a mi favor (tal vez tenían la capacidad de detectar alteraciones en el campo psíquico de sus víctimas, yo no lo sabía). En una pantomima desesperada miré mi reloj y actué como si me hubiese percatado de la hora y de un compromiso puntual. Guardé el libro con calma y salí de la turba, sin hacer movimientos bruscos.
A la distancia y desde el Instituto pude calcular que su número superaba los 50. Dos ómnibus esperaban llevarlos a sabe Dios dónde.
Esa misma tarde, ya alejado del terror que había vivido más temprano, finalmente la tormenta cayó sobre mí. En el escaparate de algún negocio pude ver a una señorita temblando, seguramente por el frío. "¡Si supieras!" quise decirle, pero no me entendería. Me limité a seguir caminando bajo la lluvia, que ya no era una amenaza sino el final mismo de la historia.

jueves, 20 de noviembre de 2008

No era necesario

Yo sé que a nadie le interesa, y ni siquiera a mí mismo debería interesarme porque jamás la voy a aplicar. También sé que a los señores científicos a los que podría interesarles no les va a interesar porque ya deben tener una mucho más compleja y precisa. Por otro lado, es una gran pérdida de tiempo que esté escribiendo esto, si a nadie le va a interesar; tiempo que podría estar usando para estudiar para el final que estaba preparando en el momento de desarrollar la fórmula que permite calcular la cantidad de ATP* generado a partir de una molécula de ácido graso:

[(Cn/2 - 1) . 5] - 2 + 6Cn = ATPn

Donde Cn es el número de carbonos que tiene la cadena del ácido graso en cuestión. Normalmente tienen de 4 a 24 carbonos, y ahí está el problema de acordarse cuántas moléculas de ATP genera cada uno (cosa que a ningún estudiante en su sano juicio le interesa saber).
Pero ahí no termina el asunto, con la versión 1.1 de la fórmula, pueden calcular la energía que eso genera, según:

{[(Cn/2 - 1) . 5] - 2 + 6Cn} . 7,3 kcal/mol = kcal/mol generado en la oxidación biológica

Y en un arrebato de genialidad, desarrollé la versión 1.2 (beta) que permite calcular cuanta energía se produciría realmente por la combustión de ese mismo ácido graso fuera de la célula, dividiéndolo por 0,4024, o lo que es lo mismo:

{[(Cn/2 - 1) . 5] - 2 + 6Cn} . (7,3 kcal/mol / 0,4024) =
= {[(Cn/2 - 1) . 5] - 2 + 6Cn} . 18,14 kcal/mol = kcal/mol generado en la oxidación experimental

Si no fuese completamente innecesario, la patentaría. Y no, por favor no me golpeen, prometo escribir algo más interesante pronto. En realidad no lo prometo, pero tengan la ilusión de que lo haga. O no, no sé, hagan lo que quieran, qué les voy a andar diciendo yo lo que tienen que hacer. ¡Por favor, gente grande!

Advertencia: sólo la probé con ácidos grasos saturados de cadena par, porque ya había gastado demasiado tiempo, así que no sé si funciona con otros ácidos grasos.

*El trifosfato de adenosina (ATP) es la molécula por excelencia que el organismo usa para obtener energía. Como se dice por ahí, es la "moneda energética" de las células.

Una dosis de su propia medicina

Los barbitúricos son drogas que se usan hace más de un siglo como anestésicos por su capacidad de deprimir el sistema nervioso (porque dejan entrar cloro a las neuronas, y otras boludeces). El primero en sintetizar el ácido barbitúrico fue Adolf von Baeyer* a mediados del siglo XIX. Como no podían lograr que fuese químicamente activo (el tipo lo único que hizo fue sintetizar el ácido), se empezaron las investigaciones para conseguir algún derivado con algún tipo de efecto.
Fue en 1903 que dos científicos que trabajaban para la Baeyer, Emil Fischer y Joseph von Mering, dieron con la fórmula del barbital, que se probó sumamente efectivo para dormir perros. Los dos científicos murieron, al parecer, por una sobredosis de barbital. Ambos se habían vuelto adictos a su creación, pero no sabían que el cuerpo no generaba tolerancia a la misma después de un tiempo, como sí pasa con otras drogas. ¡Irónico destino!

*Sí, el de la marca

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Tres formas y otra de yapa

Tradicionalmente en el estudio del sistema nervioso y sus funciones existen dos formas de proceder —bastante horribles, se podría decir— para entender tal o cual mecanismo o estructura, y una tercera para el estudio en los humanos. ¡Veamoslás con tres pequeños casos!

-Estimulación:
Una forma es estimular directamente una determinada zona del cerebro que se quisiera estudiar. Para eso se pueden agarrar unos microelectrodos y descargar una pequeña corriente sobre ese área, y ver cómo reacciona el individuo, o también a veces se inyecta alguna sustancia en la circulación cerebral para ver cómo afecta al comportamiento.
En 1954 dos científicos, Old y Minner, estaban experimentando en una ratita, precisamente con esa técnica de estimulación eléctrica. Estaban investigando algunas funciones relacionadas con el aprendizaje y la memoria, estimulando zonas que se sabía que estaban relacionadas con eso. Pero se ve que en una fallaron y le dieron a otro lugar del cerebro (probablemente el hipotálamo) cerca de donde estaban trabajando. Después de ese intento pudieron ver que la rata volvía compulsivamente al rincón de la jaula donde se había producido ese estímulo, y que no podía alejarse de ahí por mucho tiempo. ¡La rata se había vuelto adicta al rincón! Inmediatamente los dos autores dejaron de lado sus investigaciones previas y se pusieron a trabajar sobre este nuevo descubrimiento, que marcó el primer paso a entender cómo funcionan neurológicamente las adicciones.
Más adelante el estudio derivó en la implantación de electrodos adentro del cráneo del individuo (se vio en ratas, humanos, y otros), con la posibilidad de que éste se dé a sí mismo choques eléctricos en zonas que, al estimularse, producen sensaciones de placer; por supuesto, se volvían adictos al auto shock. A partir de ahí se empezó a describir lo que se conoce como "circuito de la recompensa", que se afecta en los casos de adicciones.

-Inhibición o ablación:
Otra forma mucho más cruenta es remover una determinada área del cerebro, dejando, por supuesto, al animal vivo después para ver cómo reacciona. En base al nuevo comportamiento se deduce para qué servía eso que sacaron (por ejemplo, si se sacan los centros de la saciedad, se va a ver que el individuo no puede parar de comer).
Otro grupo de investigadores, liderado por Jouvet, fue capaz de poner de manifiesto el comportamiento onírico en un gato. Lo que hicieron fue agarrar al desafortunado miau-miau y le sacaron una partecita del cerebro que se conoce como locus coeruleus, encargado —junto con otras estructuras— de inhibir el tono muscular durante el sueño paradójico (o REM) que es el momento de máxima actividad onírica durante el sueño. Al no tener inhibición sus músculos, los investigadores pudieron observar cómo el gato, completamente dormido, podía actuar lo que estaba soñando.

-En humanos la ablación tiene que ser natural:
¡Y no! ¿Cómo vamos a hacerle algo así a un humano? ¡Qué monstruosidad! Mejor esperamos que se lo haga él solito y después lo estudiamos.
Así es como se dio el famosísimo caso de Phineas Gage, un obrero de ferrocarriles. En 1848, estaba trabajando con unos explosivos, como siempre lo hacía, pero en un descuido se olvidó de tapar la pólvora con arena para que no fuera tan reactiva. Una chispa encendió la pólvora y la hizo explotar; una barra metálica participó de la explosión y le atravesó el cráneo a Phineas, entrando por la mejilla y saliendo por la tapa del cráneo (¡miren, una reconstrucción digital!). En su recorrido por el interior del obrero, la barra se llevó toda una porción del cerebro: el lóbulo frontal. Lo increíble del caso es que Gage sobrevivió al accidente y a los dos meses el doctor Harlow le dio de alta por haberse recuperado completamente.
Todos sus conocidos lo describían como un hombre bueno y capaz, pero después del accidente se había convertido invariablemente en un tipo maleducado e impaciente y no era capaz de mantener planes a futuro; como que sus facultades más humanas habían sucumbido ante aquellos comportamientos más animales. Por ponerlo simple, a partir del caso de Phineas se entendió la importancia del lóbulo frontal en los mecanismos de conciencia y comportamiento social, que actúan en favor de las buenas acciones.
(Si a alguien le interesa, el pobre Phineas perdió su trabajo por haberse convertido en un tipo completamente insoportable; después lo metieron en un circo, en el que exponían su cicatriz y la barra de metal, hasta que se murió de un ataque epiléptico antes de cumplir 40).

-La tecnología:
Actualmente la tecnología, con todo esto de las resonancias magnéticas, los estudios de circulación y todo eso, permiten ver qué áreas del cerebro se activan con determinados estímulos o acciones de la persona, sin tener que recurrir a ningún tipo de técnica invasiva. Esto da lugar a que científicos tempestuosos salgan todo el tiempo en las noticias a decir cosas como "¡Descubrimos que el amor y el odio son casi casi caaasssiii la misma cosa!". Usadas responsablemente, en poco tiempo se podrían descubrir muchísimas cosas divertidísimas e interesantes sobre el funcionamiento del cerebro. O no. ¡Ya veremos!

martes, 4 de noviembre de 2008

Sencillamente genial

Ayer mientras estudiaba me topé con esto. Yo no sé si el que lo escribió es un genio diabólico, o simplemente un retrasado, pero que me hizo reir, eso es seguro.


Bah, no sé, tal vez sea todo parte de uno de esos experimentos socioneurofisiológicos para ver cómo reacciona la gente cuando lee tal o cual cosa (después lo aplican a revistas de chimentos, ponele). Si me están leyendo los experimentistas (que seguro que lo están): no, ninguno de esos enunciados me produjo diarrea. ¡De nada!

lunes, 3 de noviembre de 2008

¡Era un pato!

Y de repente me doy cuenta: si hago un esfuerzo, puedo escuchar el zumbido de los autos contra el pavimento a, quién sabe, quizás unos cien, ciento cincuenta, o doscientos metros de distancia. Pero realmente no lo estaba notando porque ya no era importante, porque ahora tenía a Julio Verne en una mano, un árbol —entre tantos otros— arriba de mi cabeza y contra mi espalda, y un lago que, si bien bastante sucio, es siempre un buen dador de placer.
Es en el medio de esa estúpida revelación que lo veo, y ya no puedo volver a la historia de Alex y su docto tío hacia el centro de la Tierra. A una velocidad constante se va moviendo y realmente puedo ver la rítmica contracción de sus cuádriceps, sartorios, tibiales anteriores y de sus bíceps, semimembranosos, gastrocnemios, entre tantos otros, tirando de sus fémures, sus tibias o sus metatarsos. Y puedo ver el diafragma contrayéndose para dejar entrar el aire, y después lo veo relajarse para dejarla salir. Veo el oxígeno entrando a la sangre, veo las neuronas motoras descargando acetilcolina sobre los músculos, que a su vez reciben adrenalina para que puedan usar sus reservas de energía. Vislumbro a sus riñones filtrando sangre y quizás al sistema parasimpático inhibiéndole la motilidad intestinal. Veo mejor y ahí están sus dos membranas timpánicas y sus cócleas y sus células ciliadas y sus tantas más de mil neuronas llevándole información a su corteza auditiva. ¡Y ahí lo entiendo! Era sólo un tipo corriendo y escuchando música en su mp3.
Aquel otro con sus células en constante crecimiento, división y reordenamiento (quizás algún día dentro de veinte años me lo encuentre abajo de este mismo árbol, con todos sus órganos ya en su lugar) y su cordón umbilical no es más que un bebé en el vientre de su encinta madre. Eso que se agita en el agua ahora es un pato, y ese agua ya dejó de ser una solución de quién sabe qué concentración y cuál otra osmolaridad con sus miles de solutos. Ese bicho que revolotea al lado mío, bueno, sigue siendo un bicho que revolotea al lado mío. ¿Qué es? ¡Nunca lo había visto!
Puedo dejar de pensar en colecistoquininas, insulinas, low y high density lipoproteins, serotoninas, dopaminas, núcleos del rafe o de la sustancia nigra o supraquiasmáticos o ventroposteriores o rojos u olivares, colesteroles, glomérulos, bilirrubinas, biliverdinas, conjugaciones con glicina o taurina, y tantas otras cosas de las que ya me olvidé hasta nuevo aviso. Mi propia corteza parietal posterior puede descansar y dejar de asociar todo eso. Mi circuito límbico, si tan solo me olvidara de él, me haría estar contento de mi hallazgo.
Y la naturaleza vuelve a ser naturaleza, y las personas vuelven a ser personas, y la música... ¡Ah! La música deja de ser sonido de fondo. Ahora vuelvo a salir de mi casa, después de un mes y medio, sin pensar que cada vez falta menos para tener que responderle a un tipo cuando me pregunte por la fisiología humana, porque ya lo hice hoy. Por hoy tampoco me importa que las moléculas de glucosa estén activando receptores ligados a proteína G o con qué frecuencia descargan los receptores térmicos de frío de mi lengua, sólo disfruto mi helado.
¿Q...? ¿Que en un mes son los finales y no debería relajarme tanto? ¡Pará, flaco! No molestés, y haceme el favor de escuchar este tema de Fandermole interpretado por Aca Seca Trío, que bien conocen la Naturaleza.



Tema: Carcará
Autor: Jorge Fandermole
Aca Seca Trío: Andrés Beeuwsaert (piano) - Mariano Cantero (percusión) - Juan Quintero (guitarra)

jueves, 16 de octubre de 2008

Paradojona

Siempre pasa. Los exámenes que uno compra para practicar siempre tienen errores, sean de contenido, ortográficos, o lo que fuere. Pero este me pareció bastante particular (no hace falta que entiendan de qué están hablando las respuestas):

3) Marque lo incorrecto:
-a) Las hormonas esteroideas son transportadas en plasma por proteínas de transporte sintetizadas por el hígado
-b) La vida media de las hormonas esteroideas es menor que la de las hormonas peptídicas
-c) Las hormonas esteroideas se conjugan en hígado con sulfato-6-glucurónico
-d) Las hormonas esteroideas se hacen hidrosolubles (en hígado) para poder ser excretadas
-e) Ninguna es correcta

¡Ah! Es obvio para aquel que sepa que la respuesta correcta es la (b), sin dudas, porque las hormonas peptídicas (como la adrenalina) necesariamente van a tener una vida menor que las esteroideas (como testosterona) por sus efectos y porque hay que sacarlas rápido de la sangre. Pero, oh, maravillosa estupidez humana, la respuesta (e) nos trae un problemón: nos plantea que ninguna es correcta, lo cual es absolutamente incorrecto porque hay tres respuestas (a, c y d) que sí lo son. Entonces la respuesta más correcta (por lo incorrecta) sería la (e) ,por tres contra uno. Yo veo una cosa así y marco la (e), no me importa que sepa que el que hizo esto no se dio cuenta que había hecho una pregunta sin sentido y pretendiera que marcara la (b), como efectivamente pasaba.
¡Pero cuánto más divertida era mi respuesta!

jueves, 9 de octubre de 2008

¡Ups! Me salió una cadena de pensamientos

¡Qué maravillosos son los sistemas de la vida! La ciencia no es más que un cristal a través del cual los observamos y como tal los ata a su propia realidad: si el cristal es azul, los sistemas que estudiemos se verán azules; si es rojo, se verán rojos. Ese cristal a su vez fue hecho de esa forma por el hombre para cumplir un determinado propósito (o quizás porque le fue imposible que fuera de otra manera) y por eso es él mismo el que, en última instancia, le da el color —o cualquier característica, en fin— a ese sistema que esté estudiando. La inabarcabilidad de la tan lógica mente humana pide esas abstracciones a gritos, esos modelos que no hacen más que recortarle un pedacito al Universo y ofrecérnoslo para que quizás, sólo quizás, podamos entenderlo un poquito más. Los seres vivos estamos formados por sistemas complejísimos, de lo más ingeniosos y que siempre mantienen una lógica absoluta con su entorno. Cuando no se los entiende, cuando se los piensa como faltos de sentido, bueno, es que algo estamos mirando mal, algo se nos está escapando.
La ciencia se trata básicamente de eso, de encontrarle el sentido a ese Universo, tratando siempre de ajustar un poco más la mira. Pero ojalá fuese tan simple y tan poético como eso. A la vez que tiene la capacidad de amar, el ser humano —que no escapa al eterno juego de las dualidades— es un ser egoista y ambicioso. En su camino (quiero decir, en su historia), en su afán de entender a ese Universo del que es tanta parte como cualquier otro ser, otra cosa, pareciera que se olvidó de que lo que quería era "entender", porque se dio cuenta (se creyó tan vivo) que podía forjar con sus propias manitas las herramientas para combatirlo, para cambiar todo lo que le molesta de Él. No quiero sonar tan juicioso, no digo que conscientemente quiera combatir al Universo, pero no deja de ser el resultado. Se abocó a entenderlo, no para vivir en armonía con Él, sino con la convicción de que puede encontrarle el punto débil, el lugarcito por donde entrarle para darle vuelta la partida y poder vivir un poco más cómodo.
Y sí, bueno, sabemos muchas cosas y sabremos muchas más; hacemos muchas cosas y haremos muchas más; tenemos muchas cosas y tendremos muchas más, ¿pero a qué costo? La ciencia misma nos mostró que en algún lugar desviamos el camino, que en nuestro afán de entender dejamos de comprender. En nuestro afán de crear, destruimos; en nuestro afán de hacer, deshacemos lo que ya se había hecho. En fin, en nuestro afán de curar hacemos daño. ¿Por qué? ¿Cuál es la necesidad? ¿Tan importantes somos? Quiero decir, ¿tan estúpidos somos para no poder pensar cómo tener todas estas fábricas, estos autos, estos medicamentos sin tener que dejar una ola de destrucción a nuestro paso? ¿Tanto nos cuesta cambiar las cosas que sabemos que están mal y nos van a hacer peor?
Sí, podrán criticarme mis palabras; sí, puede que sea por un bien mayor, o que la fuerza de la costumbre nos sigan llevando por ese camino; o no, no sabré contestar a la pregunta "¿y vos cómo lo cambiarías?". Pero no puedo dejar de sentir el retorcijón en el estómago cada vez que leo un ensayo médico en el que se experimentó con animales para explicar tal o cual insignificante funcionamiento de tal o cual cosa. No puedo dejar de sentir vergüenza cuando leo que más del 50% de las muertes antes de tiempo en nuestro país (en el mundo civilizado) son por enfermedades tan prevenibles como la diabetes, la hipertensión o el cáncer de pulmón. No puedo dejar de sentir frustración cuando veo que se puede pasar el primer, el segundo, el tercer año de Medicina sin tener tan siquiera una materia de procedimientos básicos de primeros auxilios (¡y nadie sabe que el 107 es el número del SAME!), o de prevención primaria de la salud, o de atención primaria de la salud.
Aun así, tengo la secreta fe de que no van a pasar muchos años más sin que se vea un cambio substancial en la manera en que se ve y se piensa el mundo. Los pequeños cambios ya están por todos lados y se ven, y son reconfortantes. Y hablando de pequeños que se ven y son reconfortantes, y también de animales, miren, un video de Michel Petrucciani:



Michel Petrucciani (piano) - Miroslav Vitous (contrabajo) - Steve Gadd (batería)
Little Piece in "C" (for U)

Por cierto, sí, originalmente el post iba a ser sobre rutas metabólicas y me dejé llevar. ¡Se los debo!
Y por cierto, Michel Petrucciani tenía una enfermedad que se llama "osteogénesis imperfecta" que es una malformación en un tejido embrionario (el mesodermo) que es el que más tarde forma parte de huesos, músculos y tantas cosas más
. ¡Tanto más admirable!

martes, 7 de octubre de 2008

¡Algún día aprenderán!

Con un ávido hambre de aprender o tan sólo enterarme de cuestiones que quizás escapen a lo inmediatamente observable, o que bien tengan explicaciones un poco más difíciles de encontrar (me podría estar refiriendo a lo oculto o lo alternativo, si quieren), siempre me gustó moverme por lecturas que directa o indirectamente apuntaran un poco a eso, desde Oriente con Lao Tse hasta Occidente con Jung, por mencionar un par. Al entrar en la carrera de Medicina, lo más científico que alguna vez había leido era a Nietzsche y sabía que me estaba metiendo (pero no hasta qué punto) en un mundo totalmente distinto, no ya pragmático sino que a veces macabramente intentaría cambiar la realidad para adaptarla a sus teorías y sus números, y que a la vez repudiaría, criticaría, intoleraría todo aquello que no pudiese explicar. La idea —un tanto ingénua, si quieren, no me importa— siempre fue intentar unir esas dos formas de ver el mundo, que en mi cabeza no deberían más que complementarse.
En la primera clase que tuve de Química dentro de la carrera, la profesora, al hacer un breve raconto histórico de la ciencia, dijo "En el siglo XIX los científicos se dieron cuenta que los seres vivos producían una infinidad de moléculas que no podían ser sintetizadas en los laboratorios y le pusieron el nombre de Química Orgánica a su estudio". "¡Ajá!", me dije yo, "¡Ahí lo tienen, malditos humanos, el poder de la Naturaleza! ¡Eso les va a enseñar!". Pero el relato de la profesora seguía: "...No pasaron muchos años hasta que los científicos lograron sintetizar las primeras moléculas orgánicas fuera de los seres vivos". "Ufa", pensé yo, y me limité a seguir escuchando, con la seguridad ahora de que me estaba metiendo en un mundo completamente desconocido y quizás un poquito hostil.
Los años pasaron y un cariño siempre creciente hacia esa ciencia se fue apoderando de mí hasta volverse parte inseparable de mi forma de pensar, a veces incluso nublándome la vista de ésa, la otra parte, la más alternativa, pero sin nunca perder el objetivo aquél de intentar unir los dos mundos. Ayer, en una clase de Neurofisiología sobre el sueño y la vigilia, ya llegando al final de la misma y quedando sólo unos pocos de nosotros escuchándolo, el profesor dijo "Y es justamente por este núcleo [cerebral] que los científicos ahora están mucho más cerca de entender y estudiar la percepción". Asociando desde siempre la percepción con una suerte de sexto sentido, si quieren, pensé "¡Ajá! ¡Qué revelación! ¡Eso les va a enseñar, malditos positivistas!" y me erguí en el asiento en actitud de prestarle más atención. Por supuesto, el discurso seguía y mientras gesticulaba con los antebrazos poniéndolos a 45º y 90º con respecto al suelo, concluyó "...Gracias a él es que ustedes pueden percibir que esto que estoy haciendo es un triángulo". "¡Andá a cagar!" pensé y volví a dejarme caer en el asiento con todo el peso de la resignación.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Desinformación exuberada

"Che, ¿cómo se escribe exuberante?" me preguntó un amigo. No sin cierta sorna empecé a responderle "Es obvio que..." y me di cuenta que me había venido una de esas espantosas lagunas mentales, esas en las que uno sabe —debería saber— muy bien la respuesta. La naturaleza de las mismas puede ser de lo más variada, desde el nombre de (Mario) Pergollini hasta un acorde o la letra de una canción. Podrían pasar horas, a veces días hasta que la respuesta aparecaiera sola en la cabeza, flotando, perdida, en medio de otra acción de lo más inconexa con el asunto en cuestión; tales son las intrincadas vías de la inconsciencia.
Por suerte existe Google —no lo niego, hay veces que el orgullo hace que uno se niegue a usarlo y siga buscando la respuesta en la cabeza. Basta con buscar "Pergollini" o "la rubia ésa de Loco por Mary" para llegar a la tierra firme en los mapas mentales. Cuando el asunto es ortográfico, como en este caso, no cabe más que buscar las dos posibilidades de cómo se escribe una palabra (si se tienen más de dos opciones, bueno, uno no tiene una laguna sino que se enfrenta con un serio caso de ignorancia) o bien escribir una y esperar a que el Google lo corrija. Ahora mis dos posibilidades eran "exHuberante" y "exuberante" a secas. Busqué primero la primera; aún con 16.800.000 resultados, el buscador me sugirió "Quizás quiso decir: exuberante", yo le respondí "Bueno, sí, quizás era exuberante, quién te dice, no sé, nadie es perfecto, a ver, mostrame qué tenés". ¡5.680.000 resultados! Es verdad, sí, hay una sincera diferencia de 11.120.000* páginas a favor de "exhuberante" señalándola como la opción correcta, pero ahí había algo raro. Ya casi liberado de los nocivos efectos de la laguna, y con una sana desconfianza por la internet, decidí buscar por otro lado.
Por suerte existen los diccionarios, y por suerte decidí conservar uno en la biblioteca. "Exuberante" era la ganadora, simplemente por tener una definición cuando "exhuberante" ni siquiera figuraba. Corrí y se lo informé a mi amigo, que parecía un poco urgido por saberlo. Pero todavía quedaba un asunto más importante en mis manos: ¿Cómo les hago saber a esas 16.800.000 páginas que lo escribieron mal? ¿Y cómo hacía para publicar este post sin pasar a ser la página 16.800.001 con "exhuberante" escrito? En la Vía del Señor hay algunas preguntas que no tienen respuesta.

*"16.800.000 - 5.680.000", pero lo cierto es que en un mundo ideal no debería haber lugar para ese error, ¿no? Tan mal no estoy, ¿no? ¿Eh?

sábado, 20 de septiembre de 2008

Primavera hormonal

¡Bueno, bueno! Me estaba tomando un recreo bastante intencional que pensaba romper precisamente hoy, con este post. Estaba todo planeado, todo.
Pero, ¡ah! La primavera, la primavera... No hay época del año más relacionada con el florecimiento y la algarabía reproductiva. Utilizada desde siempre con tanto simbolismo en innumerables poesías e incontables canciones, es ese momento del año en que todo ser vivo* empieza a sentir ese enamoramiento o ese instinto sexual que hace que el mundo gire (o sea, no, digo, no hace que el mundo gire, ustedes me entienden, ¿no?, es sólo una expresión); las flores florecen, los animales se aparean y los hippies cantan canciones en las plazas, ¿pero por qué? Por varias razones, algunas son un poco obvias y otras no tanto. Ya me conocen: voy a hablar de las segundas.
Desde hace relativamente poco (un par de siglos) se habla en la biología de los ritmos circadianos o, lo que es más o menos lo mismo, del reloj biológico. Se vio, quiero decir, todos lo vemos si prestamos un poco de atención, que en la naturaleza existen ritmos, ciclos en los que pasan regularmente cosas pautadas, y todas ocurren a su debido tiempo: a la noche dormimos y durante el día no; en distintos momentos del día nos da hambre; en fin, en algunas estaciones pasan algunas cosas y en otras, otras. Lejos de ser algo mágico, todas estas cuestiones tienen una correlación hormonal, ¡y que se atreva alguien a discutírmelo! Pero, de nuevo, ¿cómo se regula? o, mejor dicho, ¿cómo sabe el organismo qué momento del día o del año es? ¡Por la luz, claro! ¡Ah! La luz, fuente de vida en todo el planeta, ahora vemos que también sirve para esto. Contaba Diego Golombeck, en una charla que dio este año, que la forma en que se corroboró la importancia de la luz en el crecimiento de, por ejemplo, las plantas, fue tan simple como agarrar una, ponerla en un armario con la puerta cerrada y ver cómo se retardaba su crecimiento.
En los animales, la luz entra en el ojo e impacta en la retina, que es una capa de células pegadas contra el fondo del globo ocular especializadas en captar esa luz y transformarla en un impulso eléctrico. Por otro lado, en el cerebro existen varios centros que se encargan de mantener andando esos ritmos circadianos (como el núcleo supraquiasmático en el hipotálamo, si a alguien, no sé a quién, le interesa). Ya dije alguna vez, y se los voy a repetir cuantas veces haga falta, que en el cerebro está conectado todo con todo. Así, esa información de la retina no va solamente a la parte del corteza cerebral que nos muestra lo que vemos, sino que se dispara también para otros lugares como, justamente, ese centro en el hipotálamo que regula el reloj biológico.
Existe también en los organismos superiores una glándula poco conocida, la pineal (o epífisis) a la que algunos autores se atrevieron a llamar "el tercer ojo"; efectivamente es una sola y está un par de centímetros por encima del entrecejo, pero en la mitad posterior del cerebro, a la vez que cumple funciones muy relacionadas con la luz, como voy a explicar. En algunos anfibios está tan desarrollada y es tan importante que incluso tiene como una retina propia y envía prolongaciones a lugares por abajo de la piel del cráneo para captar la luz directamente. Pero en el hombre y muchos otros mamíferos la información lumínica de los ojos corre un camino bastante largo para finalmente alcanzar a la pineal. En esta glándula se fabrica una hormona, la melatonina, que se encarga de inhibir a muchas otras, como algunas hormonas sexuales y otras de crecimiento. Aunque esto no se demostró mucho que digamos en el humano, está bien visto en la rata y otros poco agraciados animales de experimentación. Y sí, gentes, ¿qué hace la luz? Inhibe la síntesis de melatonina. Simplificando: si hay luz, no hay melatonina que inhiba a las hormonas sexuales y éstas pueden funcionar. ¡Todo un rebusque! ¿Se dieron cuenta ya por qué esto nos importa? En primavera los días empiezan a ser más largos, empieza a haber más luz y voilà, ¡hormonas sexuales para todos!
Y no es solo la vista; todos los sentidos tienen un mayor o menor efecto psicogénico reproductivo. El olfato, sin embargo, es uno bastante especial. Siendo el sentido evolutivamente más antiguo, le quedaron atribuidas algunas funciones importantísimas de contacto con el mundo, y no solamente la de reconocer si un olor es rico o feo**. Es a través del olfato que actúan las famosísimas feromonas y que los animales pueden interactuar con el mundo. Comentemos al pasar que feromonas existen de varios tipos y no solamente aquellas sexuales que todos conocemos; pueden, por ejemplo, avisar a un animal que existe algún peligro cerca. Con la aparición y evolución de nuevos sentidos, el olfato en el humano quedó relegado a un plano bastante secundario. No obstante hace poquitos años se descubrió la presencia de un órgano, el vómero-nasal (OVN), que se sabía en otras especies como un receptor bastante especializado de feromonas, ¡y en nosotros no es nada rudimentario! Pero bueno, basta de chácharas, voy al punto: sí, hay ciertos químicos, ciertos olores, que al ser captados en la nariz puede inducir la liberación de hormonas sexuales. ¡Si lo sabrán los vendedores de perfumes!
Una vez puestas en marcha las hormonas, no hay límites para lo que puede pasar. Algunos pájaros mostrarán sus coloridas plumas, y otros pajarones intentarán asombrar con sus nuevos pasos de reggaetón,
algunos felinos demostrarán su fiereza, y la gran mayoría de los animales expelerá sus olores. Y no es necesario que ese olor provenga de su misma especie; intuyo, por ejemplo, que muchos aromas florales deben poder estimular muy bien al OVN. Es una idea, ¿eh? No sé, ustedes fíjense.
Salid, salid, pequeños, y disfrutad de los primeros días de la primavera, que después el cuerpo se acostumbra a los estímulos y ya no es tan divertido. Bueno, quizás esa primavera tarde algunos días más en llegar, ustedes saben cómo es esto de las estaciones.

*se salvan sólo algunos, como el ciervo y la oveja, que van al revés
**Les digo más: los centros olfatorios cumplen una función bastante importante en la regulación del sueño, aun cuando se corte su conexión con los receptores nasales.

viernes, 12 de septiembre de 2008

¡Explicámelo con hepatocitos!

Siempre es interesante ver cómo al especializarse uno en determinada área de la actividad humana, más tarde o más temprano termina bañándose en lenguajes que son absolutamente propios de tal. Lenguajes que, sin dejar de pertenecer —en nuestro caso al menos— el castellano, son tan indescifrables para el oido ajeno que parecen venir de tierras a la vez tan lejanas como extrañas (claro que a veces captamos alguna que otra palabra porque sigue siendo castellano; lo mismo que nos pasaría en una conversación cotidiana con otras lenguas romances como el italiano).
Así, los que hablamos de Medicina podemos pasarnos horas hablando de células, receptores, bombas sodio/potasio, proteinas, palabras terminadas en "hemia" o en "uria", triglicéridos, ácidos fosfóricos, adeninas trifosfatadas, tales o cuáles glándulas endócrinas y exócrinas, síndromes, potenciales de acción o de membrana, médulas, cortezas, acueductos, hiatos, regiones anteriores, posteriores, mediales, laterales, superiores, inferiores, cefálicas, caudales, proximales o distales, en fin, tantas más cosas, sin siquiera mosquearnos. Los filósofos podrán discurrir entre sofismas, teorías kantianas o hegelianas, mayéuticas socráticas o lo que sea; lo mismo pasa con los músicos, arquitectos, albañiles, mecánicos, abogados, lo que quieran. Por intereses personales cada uno de ellos puede llevarse mejor con el lenguaje del otro, a veces incluso pudiendo vislumbrar un poquito qué les quisieron decir. Por el contrario, se pueden producir inmensos bloqueos mentales capaces de aturdir y aburrir al más despierto de los oyentes (obviamente, jamás entenderán qué les quisieron decir).
Les juro que lo intento, voy a entidades físicas, averiguo por internet, me quedo largos ratos buscando a ver si por casualidad llego a donde tengo que llegar o si me cae la ficha y entiendo qué significan palabras como "fiscal", "regimen" o "resarcitorio", pero no hay forma, simplemente no puedo pagar mis impuestos.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Quizás algún día

No me acuerdo precisamente cuándo fue, pero en algún momento cuando empecé a estudiar Medicina, algún profesor de algo y sin siquiera venir al caso nos dijo "Bueno, chicos, el hígado tiene más de 150 conocidas", y entre caras que no parecían haber sufrido la más mínima emoción (y sin demostrar la mía, a ver si me linchaban por ignorante) me dije "¡Epa, epa! ¿No estaremos exagerando, che?" y anoté "...Más de 150 funciones" como quien anota algo importantísimo sabiendo que esa línea se va a perder entre todas las demás, mucho más importantes, en un cuaderno que después nunca más iba a saber cuál era.
Pasaron los años y, todavía, cada vez que me hablan del hígado no puedo evitar volver a ese momento —que ya ni sé cuándo fue— y decir "¡Bueno! Una función más para la lista". Algún día, cuando me sienta un poco más capacitado, voy a hacer una lista de todas las que alguna vez supe para ver si llego por lo menos a las treinta. Si en su momento lo hice con todos los huesos para ver si eran 206 y con los músculos para ver si eran 501, ¿por qué no con las funciones hepáticas? ¿Eh? ¿Quién me lo va a impedir? ¿VOS me lo vas a impedir? Ya vas a ver, le voy a decir a la Seño.

martes, 9 de septiembre de 2008

A falta de uno

Bien, bien, un post un tanto inusual. Tengo el agrado de decirles que, inconforme con tener uno solo, ahora tengo dos blogs. El segundo, recién empezando, se llama Medicina Cotidiana y lo escribo con un querido amigo y colega que también tiene otro blog, Incierto Destino, que nada tiene que ver con la Medicina pero igual les recomiendo lo visiten.
El nuevo blog tendrá explicaciones sobre procesos conocidos y diarios explicados desde un punto de vista anatomofisiológico, se imaginarán que de una manera mucho más simple de lo que alguna vez haya escrito acá. De ninguna manera implica una mengua de mi participación hacia Telodeletreo porque el carácter de los textos es levemente distinto, así que les recomiendo seguir los dos.
Descubrí que Blogspot tiene una opción para poner links a otros blogs y que aparezca cuál fue el último post (y cuándo) realizado. Lo pueden ver en el menú de la derecha, abajo del resto de los blogs.

Sin más que decir, ¡salú! Por un nuevo comienzo.

Enseñanza

¿Saben cómo saber cuando definitivamente están frente a una mala traducción de un libro? No, ya no me refiero a las dificultades de lectura que pueda presentar por conjugaciones dudosas y retorcidas (a veces fruto de traducciones muy literales), o a errores de tipeo como "especies extingidas" o "penenecen" (pertenecen) que, bueno, a cualquiera le puede pasar*.
Se dan cuenta en el momento que leen que escribieron "misterioso" como "Mr.ioso".
Esos dos segundos que tardé en darme cuenta de qué me querían decir no me los devuelve nadie.

Pensándolo mejor... ¡Ni siquiera me lo explico! ¿Cómo hacés para traducir "mysterious" a "Mr.ioso"? Mi única explicación es, teniendo en cuenta que todos los nombres propios en el libro están acompañados del prefijo "Mr.", algún zanguango le pasó un corrector que transformaba "mister" en "Mr.", por si al traductor se le había escapado algo. Que no me sorprenda volver a encontrarlo en otra parte del libro.

*No, en realidad si me estás vendiendo un libro no, lo digo para parecer un tipo abierto.

Recuerdo

El otro día me acordé (en realidad me acuerdo todo el tiempo, pero nunca tengo una excusa para escribirlo, así que medio como que inventé que "el otro día me acordé" para tener una, en fin...), revisando los anaqueles de una de esas librerías chiquitas de la calle Corrientes, de una historia del año pasado.
Estaba con el microscopio rindiendo el último parcial de Histología y el profesor me dice "Bueno, vas muy bien, ahora decime qué es esto" y, sabiendo que había algo raro en lo que estaba a punto de contestar, dije "Bueno, este... Esto es, teneme paciencia, nunca me sale muy bien pronunciarlo: una válvula de Kierkegaard" —"De Kerckring...". Jamás entendí qué hacía un pensador decimonónico en mi cabeza en aquel momento, pero está más que comprobado que ir mal dormido a un parcial no es buena idea. No, no.

Por cierto, si a alguien le interesa, las válvulas de Kerckring son un mecanismo de lo más ingenioso que tiene el intestino delgado para aumentar su superficie y captar más nutrientes de los alimentos: lo único que hace es plegarse un poquito y listo. En realidad tiene otro mecanismo mucho más efectivo, que es el de tener microvellosidades en las células, aumentando directamente la superficie de éstas.

lunes, 8 de septiembre de 2008

A ver cómo lo perciben

¿De cuántas formas distintas percibimos el mundo los distintos habitantes del planeta? ¿Cómo saber si lo que perciben dos individuos para un mismo estímulo, cualquiera que éste sea, es igual? Es más, ¿por qué habríamos de esperar que fuese igual? Algunos podemos caer en las más profundas meditaciones escuchando las variaciones Goldberg, emocionarnos con Adiós Nonino, o maravillarnos a puntos inimaginados con Fantasia Impromptu, mientras otros podrán, en todo su derecho, aburrirse hasta el sueño con tales cosas y entretenerse con Bailando por un Sueño. Lo mismo se aplica a los colores: más allá de las emociones que puedan despertar, ¿cómo determinamos si dos personas que, ya puestas de acuerdo en que lo que ven es amarillo, realmente lo ven igual? No sé si se me entiende; se pueden concensuar las percepciones, pero sólo gracias a un induccionismo un poco barato y nunca contrastable.
El cerebro es un órgano de lo más maravilloso desde todo punto de vista; capaz de crear los más articulados engaños, nos sume constantemente en una realidad inexistente allá afuera y sólo existente acá adentro. Lo sabían hace miles de años los hinduistas y llamaban maya a este mundo de engaño e irreal; lo saben hoy los fisiólogos y por miedo no le ponen nombre científico (¡y cómo hacerlo, si la ciencia no existe sin la percepción humana, por mucho que lo quieran!). Escriben los doctores Goldstein y Saavedra* "[Las percepciones] no existen como tales fuera del cerebro. Nuestras percepciones no son registros directos del mundo que nos rodea; son construidas internamente de acuerdo con reglas innatas y un preconocimiento impuesto por la capacidad del sistema nervioso".
Supongamos a dos personas con el mismo aparato acústico (un pabellón auricular parecido, una cadena de huesecillos intacta y unas estereocilias funcionando correctamente**), la una es un estudiante de Arquitectura (por decir algo) y la otra es profesor de piano en el Conservatorio Nacional, y al mismo tiempo oyen un coral de Bach. Si nunca tuvo una experiencia previa con esa pieza o con el estudio de la música, seguramente el futuro arquitecto escuche —más allá de que le guste o no— algo chato, sin más para escuchar que lo que sobresale al oido. El músico, en cambio, se verá inundado casi sin querer de muchísima información: cuatro o más voces que se conjugan unas sobre las otras, variaciones armónicas, expresiones en la ejecución del artista, etc.
¿Cómo? ¿Por qué? El cerebro está preparado para integrar los estímulos que todo el tiempo le llegan, al estar interconectado e integrado en miles de millones de sinapsis ("conexiones", pero no me iban a validar la redundancia, yo los conozco). Así un estímulo (sea acústico, visual, olfativo, gustativo, táctil, térmico, de dolor, o lo que quieran) al ser captado se va a integrar casi inmediatamente con miles de otras cuestiones (emociones, recuerdos, reflejos, conocimientos de otro tipo, etc.) que sumadas darán la percepción final que puede o no llegar a la conciencia, y entonces se generará una respuesta apropiada según se haya considerado que el estímulo era bueno o malo para el organismo (cambiar de canción, cerrar los ojos, escupir, gritar de dolor, o relajarse y dejarse inundar por el estímulo, no sé, lo que quieran).
Si bien existen en todo el sistema nervioso áreas bien determinadas con funciones específicas, como ser el área del lenguaje, el área motora, él área visual, y todas las que se puedan imaginar, le es completamente necesario que todas estén integradas. Por ejemplo, al oir un ruido fuerte necesita que lás áreas de audición se conecten de alguna manera con los músculos del cuello para poder girar la cabeza (maldita evolución que nos quitó la posibilidad de girar sólo las orejas) hacia la fuente de sonido; con las áreas visuales para intentar localizar esa fuente; en fin, con todo el cuerpo para liberar adrenalina y poder producir el escape si fuese necesario. Pero por otro lado tiene la capacidad, gracias a experiencias previas (o no) de inhibir a todos los demás sistemas y a sí mismo. Por ejemplo, si se estuviese en medio de una construcción y uno se sobresaltase a cada ruido fuerte, quedaría neurótico a los cinco minutos; necesita adaptarse e ignorar un poco los ruidos. De la misma manera que si se está en una conversación mirando a una persona, se deja de prestar atención a los ruidos del ambiente y se puede focalizar la vista sólo en esa persona, ignorando el entorno. Con el pasar del tiempo seguramente iré escribiendo más al respecto.
¡Uy! No quería hablar de Medicina. Disfruten a Oscar Peterson:


"You look good to me", el virtuosísimo Oscar Peterson en piano, con Ray Brown y Niels Pedersen, dos de los mejores contrabajistas en la historia del jazz, una joyita

*"Fisiología Humana de Houssay", Editorial El Ateneo, 7º Ed.

**Lo digo así para que se entienda, pero realmente existen adaptaciones incluso a este nivel entre una persona que está especializada en lo que hace y otra no lo está.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Patología

A veces realmente pienso que tengo un serio problema neurológico que obtusa mi sentido de la justicia y la culpa, dándole matices patológicos. Quizás un tumor productor de acciones políticamente correctas en el lóbulo frontal, no sé, yo tiro propuestas.
El subte estaba operando con demoras (la relatividad de esto es evidente y no lo voy a detallar ahora), y al lado de los molinetes había un empleado de Metrovías dispuesto a abrirle las puertas del costado a quien así lo reclamara. Ya no era hora pico y éramos contados los usuarios en ese momento. Yo había visto cómo segundos antes le había abierto la portezuela a una señorita, pero no sabía si había sido por motivos extraordinarios o porque simplemente se estaba ofreciendo ese servicio a todo el mundo, así que cuando fue mi turno de pasar (cuando realmente llegué hasta los molinetes) le pregunté al empleado "¿Paso por ahí, o por acá normalmente?". No sin cierto tono de burla —quizás se había leido las Obras Completas de Lewis Carrol la última semana, no sé—, y sin saber que estaba siendo parte de un experimento neurosociológico que nunca vería sus conclusiones, me contestó "Ah, no sé, eso depende de vos. ¿Por dónde querés pasar?". "¡Pe...!" fue lo único que atiné a contestarle antes de sumirme en profundas cavilaciones que me retuvieron cabizbajo y casi paralizado por algunos segundos.
"Su saldo es 3,60" leí en el marcador del molinete y guardé la billetera. "¡Está loco! ¿Te das cuenta?" escuché a mi interrogador decirle a otro usuario, que seguramente había aceptado la oferta, mientras ya bajaba por las escaleras hacia el andén.

Algún día lo veré desde otra perspectiva y entenderé tal vez por qué lo hice. No sé, digo.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Donde animal hubo, huesos quedan

Para el apasionado por la anatomía, o bien para el simple estudiante y/o conocedor de ésta, la hora de comer puede ser momento de grandes deleites ya no gastronómicos, sino también intelectuales. El único requisito es que lo que se esté por ingerir provenga de algún animal y no esté triturado. ¡Momento, momento! Ya los veo prendiendo las antorchas, déjenme explicarles.
No sabemos si fue por obra de Darwin, Dios, el Universo o Perón, pero lo cierto es que el grado de similitud que tienen las distintas especies animales (sobre todo me voy a referir a los vertebrados) entre sí es de lo más notable. No quiero ni siquiera ponerme a decir lo idénticas que son las células de unos y otros ¡No! Vamos a lo más evidente. Parece obvio, pero todos estos animales tienen cabeza, todos tienen un cuerpo y no estaría de más decir que casi todos tienen extremidades. Todos tienen ojos, nariz, boca, sistemas nerviosos, aparatos óseos y musculares, vías respiratorias, tubos digestivos, sistemas de alimentación y excreción, y así podría seguir in eternum. Me alejo del tema principal, ¿pero por qué es tan obvio? ¿Qué tiene de obvio que una especie tenga exactamente las mismas cosas que el humano (u otra especie a comparar), si son diferentes? ¡Nada! Nos parece obvio porque estamos acostumbrados, porque desde que nacemos (y no ya desde el colegio) estamos rodeados de estas otras especies que son como nosotros pero un poquito diferentes. El pensamiento, quizás inconsciente, sería algo así como "Yo sin ojos no veo, entonces para ver se necesitan ojos y por eso está bien que este otro animal los tenga". Los más despiertos podrán criticarme y decirme "No, pará, pará, yo estoy viendo a mi perro y no se me parece en nada, sabelo." Les doy cinco segundos para abstraerse, pensarlo y darse cuenta que hay algo un poco raro en este asunto. Vamos de nuevo: ¿pelos? ¿dedos? ¿uñas? ¿dientes? ¿pupilas? Claro, por supuesto que existen diferencias: el perro tiene cola y el humano no. Pero el perro tiene cola y el gato también, en eso se parecen ellos y siguen siendo especies diferentes. Los mamíferos tienen pelos y las aves tienen plumas, pero todos tienen cuatro extremidades. Al intentar encontrarle una explicación llegamos en primer lugar a dos opciones distintas: 1) Un ser superior nos creó a todos los seres vivientes con un mapa similar 2) Descendemos (evolucionamos) todos de distintas formas desde un ser primitivo en común. Las dos son interesantes y las dos nos sirven ahora de igual manera: de alguna forma llegamos a ser iguales —pero la discusión a ese respecto la dejo para otro momento. Lo interesante de esto es: ¿qué tan iguales?
Hay bastantes formas de responder eso, pero pongámoslo así: tan iguales que, al momento de estudiar un proceso fisiológico, lo visto en una especie se puede transportar con bastante facilidad a las demás. Por ejemplo, una enorme cantidad de lo que se estudia como "embriología humana" realmente nunca se estudió en humanos (por motivos bioéticos y de facilidad tecnológica), sino que se estudió en aves y otras especies y se transportaron los conocimientos, considerándolos como homólogos —a medida que se fue accediendo al estudio de embriones humanos se fueron ajustando algunos detalles que efectivamente variaban, pero se vio que el concepto general del embrión se conservaba. Y si la embriología es básicamente la misma, podemos sospechar que el resultado en las distintas especies va a ser bastante parecido. La diferencia va a radicar en que algún miembro rote, otro se desarrolle más, aparezcan estructuras propias o se eliminen las innecesarias, el embrión se geste más o menos tiempo, etc., y voilà, al nacer tenemos un individuo característico de la especie estudiada. Es fascinante ver el grado de homología que hay entre un organismo y otro: las arterias y los nervios siguen trayectos similares, los huesos son casi idénticos y los músculso también, se pueden distinguir con toda tranquilidad las vísceras y otros órganos. Y no, no me refiero a comparaciones evidentes entre especies, como un mono y un humano. Me refiero, por ejemplo, a que el radio (hueso del antebrazo) de un dinosaurio tiene exactamente la misma forma que aquél del ser humano.
Y acá es donde entra la diversión a la hora de cocinar o de comer. Supongan que están preparando un pollo para la cena y saben anatomía humana: van a empezar a notar que, igual que nosotros, tiene piel, tiene aponeurosis, tiene grasa subcutánea; van a llegar a los músculos y van a notar que la distribución es bastante parecida; van a llegar a los huesos y van a notar que todos están allí, la escápula, el cúbito, el radio, el húmero, el fémur, la tibia o el peroné; van a notar que incluso las articulaciones se parecen, los cartílagos, los ligamentos (rompí en lágrimas de emoción* el día que descubrí que el pollo tiene un ligamento redondo igualito al humano entre la cabeza del fémur y el hueso coxal). Lo mismo pasa si lo están comiendo: si prestan atención, van a gritar maravillados "¡Uy, mirá! ¡Es la arteria tibial anterior!" o "¡Los ligamentos cruzados!", entre tantas otras. Dejemos al pobre pollo y vayamos al asado: vamos a ver músculos abdominales, cortes de tórax, glándulas y órganos (la molleja es el timo, uno de los encargados de la inmunidad; el bofe son los pulmones; los chinchulines, los intestinos; y el tan codiciado caracú es la médula espinal). Con suerte quizás encontremos un conducto inguinal por ahí dando vueltas.
Aconsejo al joven anatomista carnívoro que preste atención a lo que come. No sólo aprenderá anatomía sin la necesidad de tener que ahogarse en formol, sino que ganará casi seguramente un nuevo respeto por los seres vivos en general.
Desaconsejo fuertemente practicar esto frente a madres de cualquier tipo (la propia, la de un amigo, la de la novia, la madre de la madre o del padre, etc.), a mujeres impresionables a las que uno quiera impresionar (el efecto no será exactamente el deseado, aunque por una cuestión semántica parezca que sí), y ni hablar de hacerlo frente a hombres cuando se es una mujer intentando ser femenina. No. Rotundamente. Les será vedada la integración a la sociedad.
Listo, yo les advertí.

*No, mentira, es sólo un recurso literario.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Master en Recepción

Personajes casi ignotos cumpliendo funciones importantísimas los hay en todos lados. Pueden ser los escenógrafos de una obra de teatro, los guionistas de una serie de televisión o el tipo que llena con agua las jarritas esas que siempre hay en las mesas de las conferencias de prensa; los ejemplos abundan. Pero lo que sí tienen en común es que todos ellos son opacados y relegados no ya siquiera al foro del escenario sino a un plano mucho más profundo u oculto (e invisible al público) por los "verdaderos" actores de la cuestión, esos seres petulantes, ansiosos de conseguir la atención de todos. Lo peor de todo es que ellos conocen a sus escenógrafos y guionistas, y la gente que está en el medio también los conoce, pero nadie los quiere mencionar al público en general. Quizás algún curioso interesado por su obra se entere, pero son los menos.
En pos de reivindicar a estos héroes anónimos es que hoy voy a hablar de los receptores celulares. Quizás me haya tentado de hacerlo alguna vez hablando sobre las hormonas o las proteinas, pero realmente merecen una mención aparte. Pongámoslo así: La célula es como una casa y para separarse del resto del mundo esa casa tiene paredes exteriores que vendrían a cumplir las mismas funciones que la membrana celular. Esa casa también va a tener distintas habitaciones internas, a su vez delimitadas por más paredes (más membranas), y en las cuales se van a producir los distintos procesos con una mayor eficiencia de la que tendrían si fuese todo el mismo espacio. Por supuesto, puede ser que el lugar donde vivamos sea un loft y en ese caso la analogía la establecemos con una bacteria, que no tiene compartimentalización celular (y mañana aparezco apaleado por todos los propietarios de lofts de la ciudad porque, guarda, no vayas a compararlos con bacterias, ¿eh?). Bueno, ahora supongamos (y también háganme el favor de por ahora pensar que no existe ni el teléfono ni la internet, ni tampoco la televisión, y eso) que en esa casa queremos meter algo; tenemos un par de opciones. Si por alguna razón macabra* quisiéramos meter agua o algún gas como el oxígeno en la casa podríamos hacerlo a través de las ranuras de las puertas y las ventanas sin ningún problema; lo mismo, si quisiéramos meter un sobre más o menos finito podríamos también hacerlo de la misma manera. Ahora, si quisiéramos inmiscuir algo un poco más grande y además necesitáramos que el dueño de casa nos firme que recibió el paquete y todo eso, necesitaríamos tocarle timbre y hacer pasar lo que sea que le tenemos que dar por la puerta, pero eso ya requiere un gasto de energía un poco más grande por parte de los habitantes de la casa (a menos que mágicamente la puerta estuviese abierta y pudiésemos empujar el paquete para adentro), mientras que de la otra forma no. Con la célula pasa más o menos lo mismo: hay algunas sustancias como el agua, los gases, moléculas muy pequeñas o moléculas liposolubles (como las hormonas esteroideas) que pueden difundir directamente por la primera "ranura" que encuentre en la membrana sin ningún problema. Cuando lo que queremos hacer pasar ya es un poco más grande como, no sé, la glucosa, hormonas proteicas (como la adrenalina) y tantas otras, necesitamos tener estructuras especializadas tipo canales que lo puedan hacer para la primera, o bien tendríamos que simplemente mostrarles lo que teníamos para ellos y volver a irnos en el caso de las segundas. Pero, ¡epa!, casi me dejan irme de tema.
Las membranas de todas las células están plagadas de estas proteinas que hacen las veces de receptores y que tienen la misión de captar sustancias (hormonas, proteinas, azúcares, neurotransmisores, lo que quieran) del entorno y reconocerlas. De esto se entiende que los receptores tienen que tener un altísimo grado de especificidad, o sea, el receptor para adrenalina es completamente distinto del receptor para dopamina aun cuando son sustancias relativamente parecidas, y así con todas las sustancias. Qué es lo que pasa una vez que el ligando (la sustancia que recibida) se une al receptor, eso depende de las características de este último y por eso es que a veces se lo puede considerar más importante (¡no me peguen!) que al ligando mismo.
Volvamos al ejemplo de la casa, pero ampliémoslo un poco más. Supongamos ahora que el cuerpo es como una ciudad y que sus ciudadanos tienen un excelente sistema de mensajería. De hecho, la ciudad funciona gracias a esta red de mensajes: A le manda un mensaje a B para que le avise a C tal cosa, y C les dice a A y a B que no le rompan más, que ya recibió el mensaje, y así todo el tiempo. Los receptores serían en esta analogía las personas que atienden la puerta de la casa cuando llega el mensaje. Para simplificar voy a repetirles que pueden pasar dos cosas: el mensaje podría ser un paquete que tiene que ingresar a la célula, o bien podría ser solamente un texto del que la célula se tiene que enterar. En el primer caso el receptor abre la puerta, recibe el paquete, le firma al cartero y se lo lleva para adentro (después ya verá qué hace con él, si lo usa para cocinar algo, para limpiar la casa, o para lo que sea que sirve lo que recibió). En el segundo caso el receptor es como un chiquito de 8 años que abre la puerta y al ver la cara del mensajero grita "¡Pá! Hay un señor en la puerta que quiere verte. Dice que para mañana a primera hora tenés que tener un cargamento de hormona tiroidea listo para distribuir.", actuando de segundo mensajero del original.
Hasta acá parecería que el receptor es tan importante como el mensaje, pero hay algunas cuestiones interesantes, y ahora sí ya nos olvidamos un poquito de la analogía, y tomamos a las hormonas como ejemplo de ligando para simplificarme las cosas. La intensidad de la respuesta puede depender tanto de la cantidad de hormona que se liberó como de la cantidad de receptores que se manifiestan en la superficie de la célula. Efectivamente, ésta tiene la capacidad de regular de distintas formas cuántos receptores quiere mostrar; cuantos más haya, obviamente más fuerte será la respuesta. Pero por otro lado, y esto tiene una importancia farmacológica fundamental, los receptores no tienen un grado de especificidad totalmente efectivo. O sea, una misma proteina podría llegar a reconocer dos compuestos diferentes (pero iguales justo en la región de la molécula que se tenía que unir con ellos); este segundo compuesto, que no es el que suele unirse, puede actuar de dos maneras: puede ser agonista del primero (tener su mismo efecto) o ser su antagonista (bloquear su efecto). Y de acá se desprende otra cosa interesantísima: no importa cuál sea el mensajero, lo que importa es qué es lo que hace el receptor. Dicho de otra forma: mientras algo se una al receptor, la respuesta va a ser siempre la misma, es estereotipada.
¿Y la importancia farmacológica? La mechamos con lo que decía un par de posts atrás: cuando una sustancia produce un efecto muy fuerte en el cuerpo, como la insulina o la adrenalina, por ejemplo, hay que degradarla apenas se tenga oportunidad para que ese efecto no se prolongue demasiado en el tiempo. Agarremos a una persona con diabetes tipo I que perdió la capacidad de producir insulina** pero sigue con los receptores para insulina intactos. ¿Qué podemos hacer? Inyectarle insulina, claro. Pero si le inyectamos cualquier insulina, en el momento mismo que pase por el hígado se va a degradar, así que necesitamos inyectarle una que "no se reconozca como degradable", o sea, un agonista suyo. que pase sin problemas por el hígado En realidad tampoco hay que ir necesariamente a lo patológico para verlo: hay muchísimos procesos normales en el cuerpo que actúan de la misma manera, muchas sustancias que son capaces de interactuar con receptores de otras para poder regular todo el organismo. Es más complicado de lo que suena, pero es lo que hace tan espectaculares a los organismos vivos. Parafraseando a un profesor de Fisiología, "...es increible que funcione, ¿no?"
Así que ya saben, mientras la insulina y otras hormonas se llevan todas la fama y el glamour, son los receptores los que tienen la última palabra. En condiciones normales, de todas formas, ningún elemento en el conjunto de la mensajería es prescindible, no lo olvidéis y no os hagáis los vivos, que os estoy vigilando.

*a la célula, igual, hasta cierto punto le encanta
**dicho mal y pronto, la insulina ayuda a que la glucosa pueda entrar a algunos tejidos como el múscular o el adiposo; contrariamente, en otros tejidos como el cerebro no se necesita su presencia para que la glucosa entre.

martes, 19 de agosto de 2008

No sos vos, soy yo (y él es él)

Quizás en un plan Divino de armado de fichero, o quizás por las simples reglas del azar y la variabilidad vemos en la naturaleza que ningún individuo es exactamente igual a otro. Es de lo más evidente cuando comparamos individuos de diferentes especies: ¡Atrévanse a decirme que un pato se parece a un elefante! (no van a pasar muchos posts hasta que yo mismo diga lo parecidos que realmente son, pero ahora lo digo en pos de lo más obvio). Tal vez ya no lo es tanto cuando son de la misma especie, pero aún entonces todos podemos afirmar con mayor o menor grado de certeza que los individuos nunca son exactamente iguales. Incluso cuando se trata de gemelos idénticos —yo no sé si el lector alguna vez estuvo en contacto con unos o no— siempre existe algún grado de diferenciación que puede ser tanto a nivel físico como psicológico.
Para apoyar mis palabras no necesito hablar de las huellas dactilares/digitales (que son un invento argentino*, como el dulce de leche y las alpargatas) porque ya todos las conocen y saben que son un infalible método de diferenciación. Lo que no muchos saben es que existen unas "huellas digitales de ADN" (que, claro está, no son digitales, pero le pusieron así porque son como las digitales pero de ADN, vistes). En los cromosomas de los individuos existen secuencias de nucleótidos repetidas que —se cree— no codifican para nada. La cantidad de estas secuencias es lo que varía entre uno y su semejante, habiendo posibilidades realmente bajas de que existan dos individuos con la misma cantidad de éstos. Claro está, la excepción a la regla se ve en los casos de parentesco porque como se hereda un cromosoma de cada padre, se sobreentiende que las secuencias que tiene se corresponderán mitad con las del padre y mitad con las de la madre.
Para estudiar el ADN de una persona se pueden utilizar distintas técnicas que no vienen ni un poquito al caso, pero hay una que ahora nos compete y que se llama "Southern blotting" (Southern es el apellido del que la creó, pero después se creó una técnica similar para ARN y otra para proteinas que se llamaron "northern" y "western"; los bioquímicos cuando quieren pueden ser simpáticos**) que consiste en cortar al ADN de la muestra en varios pedacitos y separarlos por su tamaño en un gel con una técnica que se llama electroforesis (que es como ponerlos enfrente de un imán, esperando que los más chicos se muevan más rápido que los más grandes), y de esa manera obtener un patrón propio para el individuo.
Esta es una técnica que cada vez se usa más en la práctica forense para identificar personas aun cuando no se tiene una huella clara (pero sí se tiene alguna otra muestra, como sangre) de una forma bastante precisa. Son como pequeñas cositas que nos puso Dios cuando éramos un repollo galáctico en la fábrica de cigüeñas para ver si alguna vez nos dábamos cuenta.
Si alguno vio alguna vez CSI, seguramente notó que todo el tiempo están con unos papelitos que son algo así***:



¡Ahora pueden decir "¡mirá, mirá, eso es un southern blot!" la próxima vez que vean CSI con alguien y quedar como unos ganadores de la vida!

*Vucetich, el ideador del sistema, en realidad nació hace un siglo y medio en lo que ahora es Croacia y después vino para acá; y en realidad basó su trabajo en lo que Francis Galton, que era británico y primo de Darwin, había dejado inconcluso. Pero bueno, la investigación fue impulsada y llevada a cabo acá. Que no se me vengan a hacer los vivos porque se pudre todo.
**En inglés: southern = del sur; northern = del norte; western = del oeste)
***La foto es un robo a mano armada de la primera que encontré en Google, que conste.

viernes, 15 de agosto de 2008

¡No se calienten, acá está! (Desarrollo)

Después del precalentamiento, acá está la parte que les interesaba. Si están leyendo esto sin haber leido lo anterior, les comento que en el post de abajo hay una introducción a la temperatura y el calor. Digo, no sé, quizás les interesaba, che.
Con eso dicho, vamos al cuerpo. Algo que no les dije aquella vez que hablé de las proteinas y de las enzimas es que todas tienen temperaturas idóneas en las que ejercen su acción y de las que un alejamiento de apenas algunos grados puede causar que se desnaturalicen, pierdan su función. No hace falta pensar mucho para darse cuenta que en nuestro organismo esa temperatura está alrededor de los 37ºC (puede variar según los individuos, aceptándose un rango de normalidad entre 36 y 37,5ºC), siendo temperaturas menores a los 36ºC o mayores a 41ºC peligrosas para la estabilidad del organismo. Por eso éste necesita decir "Bueno, loco, yo me planto acá, y de acá nadie me mueve" y generar muchos mecanismos para mantener la temperatura invariable, aunque las condiciones del entorno cambien. Se dice que un ser humano desnudo puede mantener su temperatura inalterada aun cuando la temperatura fuera del cuerpo esté entre los 10 y los 55ºC (calor seco).
Ahora sí, ¿de dónde sale esa temperatura? De miles de procesos distintos. El principal es el que dije en el post que desencadenó todo: la tasa metabólica basal. Cuando las células intentan extraer la energía existente en los alimentos para poder aprovecharla, hay una parte que se "escapa" en forma de calor no aprovechable. Es más, cuando esa energía que sí se pudo captar se usa en otro proceso que la requiera, se pierde otra parte también como calor. El metabolismo basal es el normal que todas las células necesitan simplemente para mantener el organismo en funcionamiento. Por otro lado está el metabolismo adicional que los músculos generan siempre al contraerse (porque utilizan más energía) o la energía extra que se usa en los procesos digestivos. Por fricción se genera calor de dos formas: por el rozamiento de las fibras musculares entre sí y con los tejidos cercanos, y por el rozamiento de la sangre con los vasos (que produce la caida de presión a nivel de las venas y eso favorece la circulación). Algunas hormonas como la adrenalina o las tiroideas también pueden aumentar la generación del calor. Todo esto no es, por supuesto, al nivel de una sola célula, sino de billones.
Bueno, ¿y cómo se regula? También hay muchísimos mecanismos. Tanto la piel como los órganos internos tienen sensores térmicos, y son distintos los sensores de frío que aquellos del calor (sé que a toooodo el mundo le encanta repetir, para ganar cualquier tipo de discusión "lero lero, el calor es la ausencia del frío", pero para el cuerpo son cosas distintas). De hecho, hay diez veces más sensores de frío que de calor por unidad de superficie, deduciéndose que al cuerpo le preocupa mucho más el descenso de la temperatura que el ascenso (vean arriba que el margen que existe para que baje la temperatura corporal sin que provoque daños es casi inexistente, contrario al ascenso de la misma, que puede ser de varios grados). Una vez que el cuerpo se enteró que hay un cambio en la temperatura tiene dos opciones: si la temperatura está alta, tiene que eliminarla; si está baja, tiene que conservarla.
Para eliminarla tiene que hacerlo a través de la piel porque está en directo contacto con el exterior. Como el aire está siempre en movimiento, tiene la capacidad de "barrer" el calor y ayudar en el proceso (por eso los vientos fríos dan tanto más frío, porque se llevan el calor que vamos generando). La sangre es la que agarra el calor que tienen los órganos internos y lo llevan hasta la piel, y acá es donde aparece uno de los mecanismos principales de regulación térmica: se puede regular el grado de dilatación de los capilares para permitir o no el paso de sangre (desde casi cero hasta algo así como el 30% del caudal sanguíneo total por minuto). Y es por eeeso que cuando hace mucho calor nos ponemos rojos y cuando hace mucho frío, completamente pálidos: porque se abren los capilares para eliminar calor o se los cierra para conservarlo en el cuerpo, respectivamente. El sudor es otra forma: como el calor específico del agua es tan alto, se necesita entregarle mucha energía para lograr evaporarla; mientras se le va entregando, esa energía queda en el agua del sudor y no vuelve al cuerpo (cuando los animales jadean hacen lo mismo, pero como su piel no tiene glándulas sudoríparas lo hacen a través de la lengua; la respiración agitada con la boca abierta ayuda a que el aire se renueve todo el tiempo, llevándose el calor). Por último, la reducción de la tasa metabólica también ayuda a no generar más calor del necesario.
Para conservar el calor, los mecanismos son un poco lo contrario. Se cierran los capilares, se produce temblor en los músculos (que ya vimos que ayudan bastante en la producción del calor), se incrementa la termogénesis química (producción de calor a partir de los alimentos), etc. La razón por la que se nos pone la piel de gallina es porque hay algo que se llama "piloerección" (paramiento de los pelos), que es un mecanismo que nos quedó de cuando teníamos mucho más pelo y que usan los animales que todavía lo tienen: la idea es parar los pelos de todo el cuerpo y generar un espacio por el cual el aire no pueda circular (es el mismo mecanismo por el que la ropa ayuda a conservar el calor). Pero el mecanismo más importante de todos es la regulación por medio del comportamiento: los receptores térmicos le dicen al cerebro "Che, mirá, por acá está haciendo frío, ponete media pila"; y como es el principal interesado en que todo funcione, agarra y manda las señales al resto del cuerpo para salirse de ese lugar frío o para conseguir algún tipo de abrigo.
Y llegamos al meollo del asunto: ¿qué es la fiebre? No es más que la pérdida de la capacidad del cuerpo de regular el calor. Existen algunas toxinas (cositas tóxicas que producen las bacterias malas malas) que tienen la capacidad de alterar las funciones regulatorias del cerebro, evitando que se libere el calor. Otra forma es que al contactar con las células de la inmunidad, las bacterias hacen que éstas liberen unas cositas que se llaman "interleuquinas", que a su vez provoca la síntesis de otras cositas que se llaman "prostaglandinas" las cuales a su vez estimulan al cerebro para generar la reacción febril. Las aspirinas tienen el efecto de inhibir la síntesis de prostaglandinas, y por eso tienen la capacidad casi inmediata de parar la fiebre.
¿Contentos?

¡No se calienten, acá está! (Preludio)

Nuevamente cediendo ante vuestras súplicas, vuestra insaciable sed de conocimientos, y desviándome un poco del camino para hacerlo, os ofrezco una explicación del porqué de la temperatura corporal. Pero nada viene gratis, queridos, primero habré de explicar un par de cositas de física (quizás química también) para cerrar un poco más la conceptualización de la energía. Para quien se lo quiera saltear, lo voy a separar en dos posts distintos.
Qué es la energía, ya lo dije. Que la energía es una sola y se puede interconventir entre sus distintas formas, creo que también, así que vamos a meternos de lleno en lo que nos compete. Lo primero que tenemos que definir es qué es la temperatura: la temperatura, para que lo entiendan, es una medida del grado de movimiento de las partículas que componen a un material, sustancia, o lo que quieran. No existe nada en el Universo cuyas partículas no estén en constante movimiento, y cuanto mayor sea ese movimiento, esa velocidad que tienen, mayor es la temperatura. A distintas temperaturas las cosas van ganando distintas propiedades (por ejemplo, pueden pasar de estado sólido a líquido o gaseoso, etc.) y nosotros tenemos la capacidad de sentir ese "grado de movimiento" a través del calor que produce. "¿Y qué es el calor? ¿Eh? ¿Me estás diciendo que son cosas distintas? Vas a ver a la salida..." Me dirán ustedes en este punto y yo con toda tranquilidad les respondo que sí, que son cosas distintas. El calor es la energía que aparece cuando un objeto con mayor temperatura se pone en contacto con otro de menor, transfiriéndole esa temperatura; es una energía de transferencia (no sé, ¿eh?, sí, quizás inventé eso de energía de transferencia, pero es para que me entiendan, lo hago por su bien).
Como los humanos somos así, a todo necesitamos ponerle una medida —un parámetro—, para poder cuantificarlo. A la temperatura tenemos tres formas de decirla: en grados Celsius (ºC), grados Farenheit (ºF) y grados Kelvin (K); los que más nos interesan ahora son el primero y el último.
Los grados Celsius se crearon dividiendo en 100 partes iguales las distintas temperaturas que recorre el agua desde su punto de solidificación (0ºC) y su punto de ebullición (100ºC) a presión de una atmósfera —porque bien es sabido que otros compuestos tienen otros puntos, y que las diferencias de presión los mueven de lugar. Los grados Kelvin tienen fines un poco más científicos; los 273K equivalen a nuestro 0ºC, o sea que los 0K equivalen a -273ºC, ¡una barbaridad! Un poco anecdótico: Los 0 Kelvin son eso a lo que se llama "cero absoluto", y es el punto en que la materia deja de tener temperatura porque sus partículas ya no tienen movimiento. Se ha logrado, con técnicas complejísimas, llegar a temperaturas cercanísimas al cero absoluto (0 con decimales), pero hasta donde tenía entendido, nunca se consiguió llegar.
El calor, si bien es energía como cualquier otra, tiene su propia unidad de medida: la caloría. Una caloría (cal) es la energía que se necesita entregarle a 1 gramo (o mililitro) de agua para que levante su energía en 1ºC. Una kilocaloría (kcal) son 1000 calorías, o sea, la energía para que un kilo/litro de agua eleve su energía en 1ºC. Otra vez se usa el agua como referencia, pero hay que entender que no todos los compuestos tienen esta misma propiedad. A la cantidad de energía que necesita algo para elevar (o disminuir) su temperatura en 1ºC se lo llama calor específico. El calor específico del agua es altísimo, y es una de las razones por las que es tan importante para los organismos vivos: porque se necesita entregarle mucha energía para que varíe su energía. Los metales, por ejemplo, tienen un calor específico muy bajo, y por eso se calientan o enfrían mucho más rápido que otros materiales.
Hasta acá con la breve explicación introductoria.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Cosas de las que la gente habla siempre sin saber qué son: tomo III

Bueno, por lo menos ya no soy el único con el problema de tener un título demasiado largo e imposible de abreviar; los muchachos del nuevo canal televisivo "Quiero música en mi idioma" van a tener un problema semejante, que ya veré cómo lo resuelven ellos para copiarme la idea, tal vez lo abrevien como "Q" (Cu) y yo haga lo mismo y le ponga "C" (Cé), no sé, ya veremos qué les copio. Porque, vieron, el organismo hace más o menos lo mismo cuando hablamos deeee:

Genética:
No me malentiendan si alguna vez he despotricado contra los genetistas y sus estudios. Por aburridos que sean eligiéndole nombres a sus descubrimientos (que, de todas formas, en la mayoría de los casos tienen un fundamento), pocas ciencias en la historia han aparecido con el potencial de brindar tanta información a la Medicina, y a la vida en general como ésta.
Quizás por ser una ciencia relativamente nueva, o quizás por ser "fácil de entender más o menos de qué se trata", la Genética se convirtió en la ciencia favorita de la verdulería (andá a explicarles la Teoría de las Cuerdas o qué es un quark, si podés), y es justamente por eso que es una de las cuestiones mejor encasilladas en "Cé" (Cosas que la gente menciona todo el tiempo pero no sabe qué son, acostúmbrense). Así que, ¿qué es la Genética? ¿De dónde sale? ¿Cuál es su alcance? ¿Y en qué me afecta esto a mí, che?
Empecemos por donde no se suele empezar: El genoma de un individuo es aquel que le proporciona la información que le dice a la célula cómo sintetizar todas las proteinas que necesita para subsistir y poder cumplir todas sus funciones. Si pensamos en lo importantes que son las proteinas para el cuerpo (lo dije en posts como éste o este otro) entendemos inmediatamente la importancia de los genes.
Pero, ahora sí, vamos un poco para atrás, ¿de qué están hechos los genes? Están hechos ni más ni menos que de una de las cuatro biomoléculas básicas: los ácidos nucleicos (no intenten analizar el nombre porque no les va a dar mucha información: se comportan como ácidos y están en el núcleo de la célula) y éstos a su vez están formados por los llamados nucleótidos, que vendrían a ser los monómeros del ácido nucleico. Disculpen si ahora me enfoco un poco en la química, pero es importante para entender la función. Ahí va. Los nucleótidos son una combinación bastante particular de tres moléculas distintas:
1) Por un lado, como en el centro del asunto, hay una ribosa, un tipo de azúcar. Lo único que importa es que puede estar en dos estados: como ribosa o como desoxirribosa (por una cuestión química que poco les interesa).
2) Un grupo fosfato (combinación de fósforo y oxígeno) que es excelente para formar enlaces muy fuertes con otras moléculas, a los cuales si se los quisiera romper habría que entregarles muchísima energía (habría que hacer mucha fuerza), y eso le da al ácido nucleico una gran cohesión.
3) Y, con nombres cada vez un poco más raros, una base nitrogenada, que es la parte más variable del nucleótido, la que le da la identidad. Dependiendo de las propiedades de estas bases, pueden ser adeninas (A), guaninas (G), timinas (T), citidinas (C) y uracilos (U). [Para los interesados: estas son las llamadas "bases de Watson y Crick", las más importantes; existen más, como la xantina y otras, pero que no forman parte del código genético en sí y que son intermediarios en la síntesis o degradación de los demás, o que se usan en algunos tipos de ARN].
Conociendo sus partes, podemos ahora decir que la ribosa de un nucleótido se puede unir con el fosfato del siguiente (generando esa unión fortísima de la que les hablaba) y así constituir largas cadenas que pueden tener cientos de miles de nucleótidos que son, ahora sí, los ácidos nucleicos. Éstos pueden (según el tipo de ribosa que tienen) formar un ácido desoxirribonucleico (ADN), que puede tener las bases A-G-T-C en distintas combinaciones, o un ácido ribonucleico (ARN), que puede tener A-G-U-C. Para darle mayor estabilidad al asunto y decir "Acá somos gente seria, che, más respeto", una cadena así formada se une con otra a través de sus bases nitrogenadas, pero no cualquiera con cualquiera, ¿eh? También por razones químicas, A sólo se puede unir con T (o U, en el ARN), y C sólo se puede unir con G. Parece imposible de memorizar, pero los rioplatenses tenemos una excelente regla mnemotécnica: Anibal Troilo y Carlos Gardel. Cómo hacen en otras partes del mundo, no lo sé, tendrán que estudiar en serio. Nosotros sólo tenemos que cantarnos algún tango.
Bueno, ¿y qué? ¿Ya con eso puedo tener la nariz de mi tío o las uñas de mi abuela? Casi. Los nucleótidos son los que tienen que servir de información para saber qué aminoácidos poner en una proteina, pero éstos son 20 y aquéllos son 4, ¡caramba! La célula, que había ido al colegio, dijo: "Si cada nucleótido da un aminoácido, me quedan 16 sin correspondencia; si junto dos nucleótidos y cada dupla da un aminoácido, tengo 4^2=16 posibilidades, me sigo quedando corto; ¿y si junto tres nucleótidos? 4^3=64 posibilidades. ¡Bravo! Me alcanza, qué capa que soy, pero... me sobran. Bueno, hago que algunos aminoácidos tengan más de una combinación y listo." Y así es: los nucleótidos se agrupan de a tres, y eso se llama "codón". Por ejemplo: AAA, AAG, AAC, AAT, y así con todas las posibilidades. Algunos codones sin embargo están reservados para otras cosas: uno sirve de inicio (que también es el codón para el aminoácido "metionina", así que siempre las proteinas cuando se arman empiezan por ahí), y otros tres sirven de terminación.
Esta información "escrita" en nucleótidos está guardada en el ADN, sí, uy, uy, qué importante que es, pero no nos olvidemos del ARN, que es igual de importante y nadie le da ningún crédito. Cuando se quiere fabricar una proteina, hay que separar las dos cadenas, usar una de las dos como molde y empezar a copiar. Esta copia se hace en forma de ARN mensajero, que sale del núcleo y se encuentra con otras dos moléculas que tienen ARN: uno de transferencia (que es el que tiene adosado el aminoácido que se va a poner, o sea que se usa uno por cada uno que se necesite) y el otro es el ribosoma, que es como "el horno" donde se da la síntesis.
Un "gen", ahora sí, es una parte de la molécula total de ADN que sirve para sintetizar una proteina en particular. Existen también solo unos cuantos miles de genes para las millones de proteinas que forman el organismo. ¿El mecanismo? Es bastante ingenioso y simple, miren: La célula copia una secuencia, un gen completo en ARN y después lo agarra, lo edita con cut & paste, y forma miles de combinaciones proteicas con un solo gen. Si hubiese un gen para cada proteina, el ADN sería larguísimo, y convengamos que eso es incómodo; sería como buscar una frase particular en un libro de 2000 hojas. Algunas proteinas incluso se sintetizan enteras y se recortan en, por ejemplo, las distinas hormonas. [Para los interesados: Existe, por ejemplo, una proteina (prohormona) que se llama proopiomelanocortina (POMC, para los amigos) que tiene la secuencia de un tipo de endorfina, de la hormona que estimula la formacion de melanocitos en la piel (los de la pigmentación) y de la hormona que estimula a la glándula suprarrenal].
Explicado eso, vamos a la parte entretenida y anecdótica del asunto: una cadena de ADN entera mide unos 4 metros (con un diámetro de unos pocos nanómetros, eso sí); en cada célula humana tenemos 46 moléculas de ADN, y por cada individuo tenemos billones de células. La cuenta es fácil: si estuviese todo desplegado, solamente el ADN no entraría en toda una habitación (menos el cuerpo, que sería de un tamaño desproporcionado. Y sí, obvio, hay una solución: comprimir mucho, muchísimo, el ADN hasta formar unas cositas que entren tranquilamente en el núcleo de la célula y con espacio de sobra. Estas cositas son los famosísimos "cromosomas" (cada molécula de ADN, entonces, es un cromosoma). El número de cromosomas varía según la especie, y no necesariamente "cuanto más evolucionado, más tiene", he visto gente enojarse porque alguna especie "inferior" tenía más cromosomas que el ser humano. Nosotros tenemos 23 cromosomas: 22 de ellos son "autosómicos" (del cuerpo en general) y el otro es "sexual" (varía según el sexo).
Para asegurarse que la mutación en un cromosoma no afecte necesariamente a todo el cuerpo —como un mecanismo de seguridad— los cromosomas están duplicados en cada célula, así que tenemos 46 por cada una: 44 autosómicos y 2 sexuales. En el hombre estos dos cromosomas sexuales son los famosos XY, y en la mujer son XX (se llaman así por la formita que tienen, nada más).

Considerando lo que dije hasta ahora es bastante difícil ver el "¡Tiene las cejas de su abuelo! Lo que son los genes, che..." Pero piensen que como todo se reduce a las proteinas, que son las que forman las estructuras y las enzimas, el crecimiento del individuo va a estar guiado de la misma manera que guió a sus antecesores, y va a tener el mismo tipo de metabolismo, o parecido, resultando en que la forma que incorpora los alimentos, las grasas, transpira, en fin, todo, va a ser parecido. A todo lo largo del proceso de fecundación (desde que las células germinales se dividen hasta que mezclan la masculina con la femenina) hay varios procesos de "recombinación de genes" en los que se hace otro cut & paste de la información; este gen o cromosoma va para acá, este otro para allá, este lo compré yo pero si querés quedátelo, quiero el que tiene las rayitas azules, etc., y eso es lo que da la increible variedad de rasgos para los distintos individuos aun siendo de la misma especie.
A cada posibilidad de un mismo gen se la llama "alelo" (ojos azules, marrones o negros), a los genes que tiene un individuo se los llama "genotipo", pero a lo que realmente se ve (se expresa) se lo llama "fenotipo" (dos ejemplos: puede ser que sea morocha y se tiñó de rubia; o bien puede ser que tenga genotipo masculino y por alguna falla se desarrolló como mujer). Algo que no dije antes es que la información en cada uno de los cromosomas homólogos (el mismo tipo) no sea exactamente igual: como se hereda un cromosoma de la madre y otro del padre, a veces hay distintos alelos de un mismo gen en cada cromosoma y a veces coinciden. Según la fuerza que tengan para expresarse (según la facilidad con la que se pueda transcribir un gen a ARN), los alelos van a ser "dominantes" o "recesivos". Eso quiere decir que para que se exprese un alelo dominante basta con que esté en uno solo de los dos cromosomas; para que se exprese uno recesivo, tiene que estar en los dos, no quedándole más opción que expresarse. Por poner un ejemplo evidente, en líneas generales los rasgos más oscuros son dominantes sobre los más claros; si se junta una mujer de pelo negro y ojos verdes con un hombre de pelo claro y ojos oscuros, lo más probable es que su hijo/a tenga pelo y ojos negros. Pero no necesariamente es así. Supongan que esa misma mina del ejemplo tenía (heredado de alguno de sus padres) un gen de pelo claro que no se estaba pudiendo expresar y se lo pasa a su hijo/a, él o ella va a tener pelo claro (el padre ya lo tenía, así que necesariamente tenía dos alelos recesivos para ese gen). ¿Se entiende? Por eso, y no por ninguna otra razón mágica (que así les encanta creer en la verdulería) es que "los genes se saltan generaciones": El abuelo tiene ojos claros y la abuela ojos negros, cuando se juntan, su hija recibe uno de cada uno y queda con ojos oscuros, pero el gen de ojos claros queda latente, hasta que se lo pasa a su hijo, el nieto, que del padre también recibió ojos claros.
Las "mutaciones" son alteraciones en un nucleótico, codón o gen que hacen que la proteina final tenga una modificación en uno o más aminoácidos. Puede pasar que justo el nucleótido que se cambió da un codón que sirve para el mismo aminoácido y no pasa nada. Puede pasar, también, que se altere la función de la proteina y ésta deje de funcionar como debía, resultando en algún tipo de enfermedad para la célula (y quizás para todo el organismo). O bien puede ser que la resultante sea un gen nuevo y ventajoso para el individuo o la especie. Si ese gen nuevo que se formó es lo suficientemente fuerte como para sobrevivir distintas generaciones, puede seguir manifestándose y formar parte de la evolución de la especie. Pero es complicado, ¿no les parece? Supongan que ahora mismo a uno de ustedes les entra un rayo cósmico por la ventana, y les altera el genoma de una célula de la piel de tal manera que el ser humano ahora puede ser un ser perfecto y sin enfermedades. Esa célula en algún momento va a morir y nunca va a haber podido transmitir su mensaje a la humanidad, porque no tiene la capacidad de llegar hasta las células que sí se van a reproducir a la siguiente generación: las células gonadales. Ni siquiera va a alterar al individuo, porque es una sola célula entre las billones que existen en ustedes. Si la mutación fuese en una célula gonadal, las esperanzas serían distintas; el individuo de todas formas nunca sentiría los cambios, pero puede que justo, JUSTO, se la pase a su hijo y justo sea un gen dominante; ahí el pibe crecería con todas las células como portadoras de ese gen.
Ahora sí, vayan, corran a la verdulería a impresionar a todos con sus nuevos conocimientos, ¡pero cuidado! Una última advertencia: Esta distribución tan ideal de los genes y su expresión es lo que se llama "genética mendeliana" en honor a Gregor Mendel, un monje agustino que se dedicó hace ya casi un siglo y medio a estudiar en plantas qué pasaba si juntaba una con otra (con distintos alelos y para distintos genes), y llegó a todas esas conclusiones, convirtiéndose en el padre de la genética. Los estudios siguieron después hasta que aparecieron dos científicos, Watson y Crick, que se ganaron el premio Nobel por su modelo de la molécula de ADN con dos cadenas antiparalelas y con giro (modelo que más tarde, con el avance de la tecnología, se demostró como cierto) hace ya medio siglo. Y es el día de hoy que se siguen estudiando las distintas formas en que los genes funcionan. Lo que quiero decir: la genética mendeliana, si bien no es obsoleta en ningún sentido, es incompleta. Ahora se sabe, por ejemplo, que existen características que son "multifactoriales", es decir, que se necesita más de un factor para que el individuo realmente la tenga: no basta simplemente con tener el gen para la proteina (genotipo) sino que se necesitan factores externos (dieta, modo de vida, clima, etc.) para que realmente se expresen, y es la forma en que muchas enfermedades llegan a ser fenótipicas. ¿Un ejemplo? La diabetes. Ahora sí, ¡vayan a gritar a los cuatro tiempos lo que saben de genética!