martes, 9 de septiembre de 2008

Recuerdo

El otro día me acordé (en realidad me acuerdo todo el tiempo, pero nunca tengo una excusa para escribirlo, así que medio como que inventé que "el otro día me acordé" para tener una, en fin...), revisando los anaqueles de una de esas librerías chiquitas de la calle Corrientes, de una historia del año pasado.
Estaba con el microscopio rindiendo el último parcial de Histología y el profesor me dice "Bueno, vas muy bien, ahora decime qué es esto" y, sabiendo que había algo raro en lo que estaba a punto de contestar, dije "Bueno, este... Esto es, teneme paciencia, nunca me sale muy bien pronunciarlo: una válvula de Kierkegaard" —"De Kerckring...". Jamás entendí qué hacía un pensador decimonónico en mi cabeza en aquel momento, pero está más que comprobado que ir mal dormido a un parcial no es buena idea. No, no.

Por cierto, si a alguien le interesa, las válvulas de Kerckring son un mecanismo de lo más ingenioso que tiene el intestino delgado para aumentar su superficie y captar más nutrientes de los alimentos: lo único que hace es plegarse un poquito y listo. En realidad tiene otro mecanismo mucho más efectivo, que es el de tener microvellosidades en las células, aumentando directamente la superficie de éstas.

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