jueves, 26 de marzo de 2009

Cronología de una conspiración

Finalmente llegó el momento en que debo blanquear algunos hechos réprobos de mi pasado a fin de defenderme de la cortina de humo que se cierne sobre mí, y que pronto servirá para ocultar el trágico desenlace que tendrá esta misteriosa cadena de sucesos. Aun si no, al menos estoy afirmándoles abiertamente a mis atacantes que estoy al tanto de la trama que están elucubrando.
Creo que todo empezó (tal vez fue antes y todavía no me di cuenta) cuando hace exactamente un año, luego de meditar severamente el asunto y en medio de mil y un conflictos morales, entré a trabajar en el Gobierno de la Ciudad, que estaba —y al momento de escribir el presente, todavía está— bajo la administración de Mauricio Macri. Algunos de mis compañeros y mis superiores eran partidarios suyos, pero también éramos varios los que estábamos en las cuadrillas opositoras y que, simplemente, aprovechábamos una oportunidad. El trabajo era simple: teníamos que ir a las distintas reparticiones del GCBA relevando datos del personal que serían consignados por ellos mismos y por nadie más. "Censo Integral del personal del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires - 2008" nombraron al proyecto. Prueba suficiente de mi participación en tal es la foto que salió publicada en la versión digital del diario Clarín por aquellas fechas, en la cual figuro (en una asombrosa actitud laboriosa, debo decir) y a la que, por razones de privacidad y seguridad personal, no pienso remitir a los lectores.
Aquellos que hayan leido el blog en las últimas semanas quizás ya se hayan dado cuenta que aquel trabajo que realicé en el Instituto Pasteur no era sino parte del censo y que, por lo demás —esto se los digo de yapa—, era el primero que hacíamos. Sobre el trabajo mismo no hay mucho que decir (en realidad hay bastante, pero no viene al caso); los meses se transcurrieron con relativa calma, pasando de repartición en repartición. Sí viene al caso decir que para ser remunerados por nuestras labores, tuvimos todos que hacernos monotributistas y darnos de alta en el pago de Ingresos Brutos. Al finalizar nuestro contrato, tuvimos —era sumamente aconsejable hacerlo— que darnos de baja de los dos sistemas tributarios. Yo, completamente confundido, finalmente lo hice. O creí haberlo hecho.
Ahora yo sé que al menos uno de los crueles verdugos del Gobierno (el que se encarga de perseguir a aquellos que alguna vez formaron parte de sus filas) lee este blog. (Hola, ¿cómo estás? Sí, sí, ya sé que no fue nada personal; es tu laburo). No fue sino solamente dos días después de haber publicado "Círculo de divergencias", que me llegó por correo (el correo real, que es más serio que el virtual) una Cédula de Intimación por Evasión. Los pormenores de la carta me los reservo, pero en la misma me acusan muy humildemente de no haber estado cumpliendo con mis deberes ciudadanos de pagamiento de Ingresos Brutos y que, de no revertir la situación en el plazo de dos semanas, procederían "de conformidad con la normativa vigente" [sic]. Cerraban, finalmente, con un amenazador "Queda Ud. notificado". La carta, por cierto, no facilitaba ningún e-mail, teléfono o dirección para que uno (o sea, yo) consultara cuánto debía o preguntara por qué, por qué le hacían esto a uno (o sea, yo).
A la sorpresa siguió la negación, pensando que era una mala broma de alguien; tal vez algún fanático medio chapita, qué sé yo. Después de decidir que era en serio, y que la carta me proclamaba oficialmente como "un señor adulto, que hasta tiene problemas de impuestos" me aboqué a juntar pruebas de mi inocencia y me dejé descansar sobre la gloria de que, en el peor de los casos, no debía más que $30 (treinta pesos).
Una semana pasó y, entre feriados y deberes estudiantiles medicinales, dejé decantar el asunto. Con una mente más clara y habiendo recordado que soy un cero a la izquierda para estos asuntos, ayer volví a investigar la cuestión y me di cuenta de que tal vez hace medio año no di realmente de baja lo de Ingresos Brutos, sino otra cosa. No sé qué. Tras una dudosa contrastación de mis teorías, determiné finalmente que no entendía nada, y que ya no estaba tan seguro de mi inocencia. Resolví actuar.

Como me sonaba que podía llegar a ser parte de la solución, hoy decidí llevarme a mí y a mis documentos hasta la AFIP, que, total, me queda a seis cuadras. No fue sino hasta que había caminado tres, que finalmente me golpeó con toda la dureza de la cruel realidad: era todo una conspiración contra mí, y que involucraba a las más altas esferas del poder. Trato de no ser megalómano, pero los hechos hablan por sí mismos; después de todo, a tres cuadras de mi casa casi me atropella el mismísimo Mauricio Macri, que estaba manejando un taxi, pero se había afeitado el bigote. Yo creo, por sus maniobras arriesgadas, que estaba manejando su taxi (tal vez sea un hobby suyo, no sé) y justo justo me vio y quiso aprovechar la ocasión, y en una maniobra peligrosísima hizo un giro sobre la calle que yo estaba empezando a cruzar. La maniobra no le alcanzó, porque estábamos en puntas contrarias, y si hacía un movimiento más amplio para pisarme, los transeuntes se iban a poner curiosos y quizás lo podrían desenmascarar. Entonces bajó un poquito la velocidad y, de lejos, levantando levemente la mano, me pidió perdón (y me advirtió implicitamente con el mismo gesto: "vos esperá; la próxima no fallo") y yo le devolví el gesto, como diciéndole "todo bien" ("dale, te espero, flaco" quise insinuarle, pero no sé si me llegó a ver).
Diez minutos después llegué a la AFIP, porque resulta que no estaba a seis cuadras, sino un poquito más. Ahí, el que trabaja en la mesita de Orientación (que ya le tengo completamente junada la cara de tantas veces que lo molesté el año pasado) me dijo, viendo durante sólo una milésima de segundo la carta que yo tenía en la mano, que ellos no me la habían mandado y que tenía que ir a un CGP. Yo creo que tiene una sinapsis eléctrica que va directamente desde el ojo hasta los músculos de la vocalización, especialmente preparada para casos así —pero eso lo dejo para otro post—; así como entré, en cinco segundos estaba afuera de nuevo.
Como el CGP estaba, ahora sí, a unas treinta cuadras, decidí no ir hoy. Mientras me iba, fabriqué la idea de un edificación flotante (pero construida con materiales y asistida por empleados translúcidos, para que no tapen el sol) en la que todas las reparticiones del Gobierno se aunan en una sola ventanilla y un solo empleado —uno por cada habitante, digo— al que uno pueda hacerle todas las preguntas y con el cual uno pueda gestionar todos los trámites posibles. Se llegaría desde un teletransportador puesto en cada domicilio particular (en un primer momento, mientras se prueba la idea y se aprueban los presupuestos*, puede ser un mini cohete que salga desde cada esquina de la ciudad). Lástima que no estudio Arquitectura. Pero espero que el Cruel Verdugo del Gobierno que lee este blog por lo menos tenga la caridad de acercarle mi proyecto a quien corresponda.

Mientras tanto, yo quedo en vela del terrible desenlace de estos macabros sucesos. Y de la aprobación del edificio flotante.

Tomen, uno de Clapton playin' da blues:


Eric Clapton - Driftin' Blues

*para mayor comodidad, eso mismo se gestionaría en la edificación flotante; lo pensé todo.

ACTUALIZACIÓN OCHO HORAS DESPUÉS: estaba releyendo el post para ver si había alguna falla evidentísima por algún lado, y justo, justo cuando terminé, me llega un mensaje de texto anónimo diciendo, simplemente, "Hola.".
—"Quién sos?"— contesté.
—"N te acordas de mi?"— inquirió mi anónimo molestador
—"No tengo agendado el número!"
—"Y?"— Tengo que admitir que ya no supe responder. Me asusté cuando me llegó un segundo mensaje: "T acordas d mi cm era tu nombre?".
No volví a responder. Vienen tras de mí.

ACTUALIZACIÓN CINCO MINUTOS DESPUÉS: me di cuenta de algo: quizás los del mensajito no eran los del Gobierno; después de todo, ellos tienen mis datos. ¡Son los vendedores de Hecho en Bs. Aires, que ahora recurren a nuevas tecnologías y finalmente me están acortando la ventaja!

martes, 17 de marzo de 2009

Círculo de divergencias

No voy a decir que los sucesos de hoy fueron macabros ni que lo que se cierne sobre aquel parque es espantoso en modo alguno. En todo caso, creo que resulta de lo más curioso, y me atrevería a decir que hasta entretenido. Lo concreto es que hace exactamente un año, por una asignación de algunos pocos días, estuve trabajando en el Instituto de Zoonosis Luis Pasteur, ubicado en la periferia del Parque Centenario. Hoy, por razones completamente distintas, volví a ir; simplemente tenía que entregar una muestra de suero de uno de mis gatos para hacerle unos análisis. Una casualidad (muy poco rara, considerando que los horarios se superponían con poco margen) hizo que yo estuviera saliendo del edificio más o menos a la misma hora que otrora entraba a trabajar.
Sin intención de sorprender a nadie, ya todos deben intuir hacia dónde apunta el relato: al salir, allí estaban —que eran tan itinerantes como yo— mi antiguo jefe y algunos de mis antiguos compañeros. Y también estaba yo. Fue tan evidente para mí que era yo como lo es cuando uno se mira en una filmación, aun no sabiendo que en ese momento lo estaban filmando. Justo es decir que no sé muy bien qué sentí al vernos ahí parados, charlando y esperando a los compañeros que siempre llegaban tarde. Lejos de un desmayo, una baja de presión u otra cosa igualmente dramática, mi sensación y reacción bastaron de naturalidad. Claro que hubo un cierto sobresalto y un pequeño revoloteo en el estómago, pero no diferentes tampoco a lo que pasa le pasa a uno cuando se encuentra por la calle con alguna antigua amistad en la que hacía rato que siquiera pensaba.
Inmediatamente después vinieron la urgencia por el escondite y el disimulo, seguida por la intriga y luego las ansias de una entrevista con mi —nunca más literalmente— alter ego. No sé ya tampoco, por esas intemporalidades e insecuencias que a veces tiene la memoria, si la Invención de Morel o aquel cuento de Cortázar en el que afirma la inmortalidad por negación de la suya propia, como posibles explicaciones de lo que ahora estaba contemplando, vinieron a mí en aquel momento o en algún otro más tarde. Sí algunas cuantas películas y novelas me gritaban que era una pésima idea acercarme a mí mismo, que podía alterar el curso de la historia, y quién sabe cuántas cosas más. Pero, ¿qué sabían aquellos escritores y guionistas? Siempre habían sido puras conjeturas llenas de clichés. ¿Cuántos de ellos habían estado en mi lugar, enfrentándose con su propio yo? Seguramente ninguno. Además, no era yo el intruso; era él. Yo sabía perfectamente cómo habían acontecido todos los días desde aquéllos en que trabajé ahí y cómo había llegado ahora al Parque Centenario, ¿pero qué tenía él que decir a su favor? Es una intriga con la que nadie gustaría quedarse o, al menos, él sabría entender que yo no podría hacerlo.
Elaboré un plan sencillo que no contemplaba demasiadas variaciones posibles: recordé que muchas veces nos daban el horario del almuerzo por separado para dejar a alguien trabajando siempre, y pensé que entonces sería el mejor momento para acercármeme. (Era molesta la espera, pero tenía apuntes de la facultad que me subsanaban la pérdida de tiempo). Si salía con otros compañeros, supuse que improvisaría; quizás probaría llamarme al celular o algo así. No sé cómo hubiese resultado eso. El caso es que la suerte quiso que saliera yo solo en determinado momento del mediodía, y en ese momento junté algo de valor y me intercepté al bajar la pequeña escalinata.
Su reacción no fue, para mi sorpresa, de sorpresa. De hecho, fue bastante natural, y podría decirse que mucho más natural que la mía inicial; la suya fue, más bien, como encontrarse con algún conocido que sabía que podía encontrarse eventualmente por ahí dando vueltas. Cuando empezamos a hablar me desconcertó que su voz no fuese la mía, aunque en seguida me acomodó pensar que, por supuesto, la voz propia no es como uno la escucha al hablar y que, seguramente, personas ajenas a nosotros dos podría notar la importante consonancia de timbre. Para evitar tener que hacer el esfuerzo de recordar el diálogo específico y para también salvar al lector de algunas partes insulsas, opto por una exposición más prosaica del intercambio. Para evitar, también, metafisicismos estúpidos con pronombres confusos que compliquen el asunto, él va a ser él y yo voy a ser yo, invariantemente que, de alguna forma, seamos la misma persona. Eso se explica teniendo en cuenta que nuestra identidad es la misma, desde el nombre o el DNI hasta el pasado común o el aspecto físico; no se explica si pensamos que los cuerpos son diferentes y que en algún punto de la historia hubo, efectivamente, una divergencia. En calidad de esto último, opto por tratarnos como individuos diferentes.
Él, sin mucho preámbulo me preguntó si era la primera vez que me veía a mí mismo, y al responderle un poco extrañado que sí, me dijo que para él no era la primera, lo cual le había permitido darse una idea más o menos clara de qué pasaba. Me explicó que él y los demás, todos los días y desde hacía ya unos trescientos setenta, asistían al Instituto para seguir cumpliendo con el trabajo. Le contesté que no tenía sentido, que el trabajo lo habíamos terminado en unos pocos días, y que realmente ya no quedaba más por hacer; mucho menos, durante todo un año. No le entendí del todo la respuesta. A veces daba muchas vueltas antes de contestar y hablaba finalmente con cierta impresición. Me pareció, sin embargo, que dijo que seguían haciendo el mismo trabajo una y otra vez (quizás él mismo no entendía muy bien qué hacían). Me dijo también, contestando a una pregunta que nunca llegué a —pero que pensaba— hacer, que sus vidas habían transcurrido con completa normalidad, como si no fuesen duplicados (ellos creían no serlo). Intercambiamos historias y, con algunas diferencias, eran similares: aunque con dificultades horarias, él había seguido avanzando en la facultad, este blog también lo había creado (aunque le hablé de algunos posts en particular y creo que asintió por no llevarme la contra y decir que no sabía de qué hablaba), y las condiciones de, por ejemplo, el viaje en las vacaciones había sido bastante distintas. Yo le comenté qué otros trabajos nos habían asignado después del Pasteur y creo que sintió un poco de envidia acompañada de ganas de un cambio.
Finalmente llegamos al asunto de cómo era que ya se había cruzado con otras divergencias (él las llamaba así) antes que yo. Prácticamente todos los días, y nunca fuera del ámbito del Parque, se cruzaba con uno o más de nosotros. Me describió a cada uno con actitudes precisas y distintas: uno intentaba regatear la venta de un libro de Anatomía (siempre lo lograba, pero siempre volvía al día siguiente con una copia nueva, idéntica a la vendida antes), otro entraba al Museo de Ciencias Naturales, otro simplemente pasaba dando vueltas varias veces, como perdido, con la bicicleta, etcétera (no es que no me acuerde más, es que él dijo "etcétera" en ese momento). Yo recordé haber hecho todo eso en algún momento pero, por supuesto, nunca más de una vez cada acción. Dijo también, como yo mismo puedo corroborar, que la superposición nunca se da, por ejemplo, en la facultad, aun cuando nuestros horarios sean o hayan sido los mismos. Por otro lado, al parecer, y salvo hoy, sus encuentros cara a cara con las divergencias (me ofendió que me llamara a mí así, él, que tan claramente era una y no yo) nunca habían sido en la primera vez que había realizado la acción, puesto que sino yo tendría memoria de ello.
Ya que uno de ellos, el del libro de Anatomía, llevaba apareciendo por ahí más o menos su mismo tiempo (lo vendí mientras trabajaba en el lugar), él ya había podido figurarse una suerte de concepto de qué pasaba. Admitió la idea de que existían infinitas líneas temporales que divergen continuamente de la acción real (que él trató con cierto aire utópico, pero yo creo que ese soy yo), pero no supo explicar por qué no estaba plagado de nosotros por todo el Parque. Supuso que las divergencias generalmente eran tan insignificantes que la mayoría se superponían, dando la ilusión de uno solo, o que bien, por alguna razón, solamente unas pocas llegaban a nuestra realidad, y que en otra realidad existirían otras copias en acciones completamente inimaginables, como podría ser un asesinato. Tampoco supo explicar por qué no había copias de otros; lejos de querer caer en el egocentrismo de pensar que éramos los únicos, pensó que tal vez cada persona era capaz de ver sus propias divergencias y las de nadie más (lo cual era bastante raro) o que, simplemente, él nunca había visto a dos juntos y al ver a la misma dos veces seguidas pensaba, justamente, que era la misma copia. Nunca lo había conversado con otra gente, más allá de nosotros mismos. Dijo, creo que queriendo hacerse el gracioso, que el Parque Centenario encerraba algo raro y que era intrigante cómo en su periferia había tanto un observatorio astronómico, como un museo de ciencias naturales, un hospital de zoonosis y otro de oncología, sin mencionar su infinita circularidad con calles tangenciales y transversas que aparecían y desaparecían a cada vuelta. Dijo también que esto ya lo había documentado mucho más detalladamente en su blog y me pasó la dirección (no le quise decir que teníamos la misma y que nunca iba a poder ver lo que había escrito; qué sé yo por qué, creo que para no complicar el asunto). Después nos despedimos porque él volvía a trabajar y yo tenía que ir a la facultad.
Camino a casa estuve pensando en lo increible del asunto. Me dejó con la fea sensación de que seguramente ese mismo encuentro (y todo lo precedente) se iba a estar repitiendo durante el resto de los días y que, podía ser, alguna vez mi propia conciencia fuese la que hubiera de quedar atrapada en el estancado loop del Parque. Pero también pensé que quizás todo esto fue la materialización de otro yo que, al ir también al lugar, pensó que sería divertido escribir sobre una historia así. Tal vez ese otro yo soy yo y esa historia real que inventé no existió acá sino en otro tiempo, y yo simplemente la escribí. O quizás simplemente la inventé y la escribí. A fin de cuentas, ¿cómo saberlo ya?

viernes, 13 de marzo de 2009

Capítulo dos: Sentidos

Es mi intención la de completar, o al menos intentar hacerlo de alguna manera, lo que empecé en el anteúltimo post, que quedó, algo así como sin querer queriendo, mucho más escueto de lo que pretendía en el momento. Con el paso de los días me di cuenta que realmente no tenía sentido pretender hacer algo más extenso porque el tema es simplemente inabarcable, por lo que pretendo abarcarlo lo más que pueda a lo largo de distintos posts, sirviéndome aquel como puntapié inicial. De paso, advierto desde ahora, así quedo al resguardo de vuestros abogados, que esto se convirtió más en un ejercicio mental que en una exposición cabal sobre el tema, y que no deberían creerme en casi nada de lo que digo. Bien, pues.
Más allá de nosotros hay un Universo. Más que referirme a nosotros como un conjunto, estoy apelando a la individualidad de cada uno. Va de nuevo: más allá de cada uno de nosotros hay un Universo del que, sin duda, formamos parte. Esto lo podemos afirmar sin ningún tipo de miedo porque bien sabemos que estamos constantemente intercambiando —y perdón por ponerme termodinámico— materia y energía. Una manera de verlo es diciendo que somos parte del Universo porque esa materia y esa energía que intercambiamos es más suya que nuestra, que todo lo que nos constituye ahora, alguna vez fue, y dentro de muy poco va a volver a ser, suyo; por eso podemos simplificar diciendo que no somos más que un producto del Universo y, como tal, somos parte de él. Algunos incluso podrán argüir que no existe una división real entre las distintas partes del Universo y nosotros apelando, por ejemplo, al vacío que existe en la materia: desde un punto de vista subatómico las distintas partículas (neutrones, protones, eletrones, lo que quieran) que constituyen los distintos átomos que nos integran a nosotros y a nuestro entorno, no son más que eso, partículas en medio del vacío, sin delimitación clara entre un átomo y otro. Pero de hecho, nosotros sí podemos ver las cosas desde un punto de vista símil al subatómico; nuestro sistema solar está constituido de la misma manera: con un núcleo central (Sol) y muchas partículas (planetas) orbitando alrededor, lo mismo que el núcleo atómico con sus electrones. Quién les dice, quizás (seguramente) no cumplamos mayor función que la de partículas subcuánticas, en cuanto que nuestro planeta podría ser un electrón más en un átomo que podría ser el sistema solar, que podría no ser más que una partecita de la molécula que quizás sea la galaxia, en la pequeñísima célula que podría ser lo que llamamos Universo, constituyente de uno solo de millones de organismos inimaginables. Y así in eternum. De tal manera, sabiendo que los átomos tienen órbitas que en algún punto dejan de ejercer su fuerza, podemos delimitarles un límite un tanto difuso pero sin duda existente. Sabiendo que la interacción gravitacional de los distintos átomos forma moléculas, que ellas forman células, éstas tejidos, éstos órganos y éstos nos forman a nosotros, yo digo que nos podemos constituir como individuos "independientes" que, aún así, son parte constituyente del Universo.
Pero, ¡ay!, me fui salvajemente de tema. Hay un Universo alrededor nuestro y del cual formamos parte y con el que tenemos que interaccionar para sobrevivir, porque formamos agrupaciones de células, algunas de las cuales quedaron muy profundas (lejos del entorno) y necesitan estrategias para conseguir su alimento, además de que existen otras agrupaciones de células que seguramente nos quieran de alimento a nosotros. En una interacción hay siempre una ida y una vuelta de la información. La vuelta queda para otro día; la ida, es decir, la captación de la información del Universo (o llamémosle entorno, que es un poquito menos ostentoso), viene dada en un primer momento por nuestros sentidos. Eso es posible por la dinámica misma del Universo: la materia y la energía está en constante movimiento y nosotros podemos aprovecharnos de eso para informarnos de la situación general de nuestro entorno y, en base a eso, crear estrategias de supervivencia. He aquí una breve (y quizás innecesaria, pero no me importa, yo la hago igual) descripción de los cinco sentidos básicos:

-Visión:
la luz, resumiendo de una forma que desagradaría a cualquier físico, es una forma de energía electromagnética que tiene la capacidad de propagarse por el espacio en forma lineal sin necesitar materia y que comprende la superposición de energía con muchas longitudes de onda distintas. Hay una muy pequeña parte de ese espectro de luz que el ojo puede aprovechar para hacerse una imagen del entorno y es lo que se llama "luz visible", y comprende toda la gama de colores que van del rojo al violeta, cada uno de los cuales tiene una longitud de onda característica. Los pigmentos son sustancias capaces de absorber la luz y devolver energía de determinada longitud de onda al medio; así, por ejemplo, un pigmento verde puede absorber toda la luz menos la longitud de onda correspondiente al color verde, la cual "rebota". Por otro lado, los cuerpos opacos tienen la capacidad de frenar el paso de luz al ser iluminados, quedando con zonas más expuestas e iluminadas y otras menos expuestas y en penumbras. El ojo es un órgano de lo más complejo que permite el pasaje de la luz a través de una obturación, la pupila (cuyo grado de apertura lo regula un diafragma muscular, el iris), hasta que finalmente contacta con una estructura de muchas capas de células distintas, la retina. Entre esas células, hay algunas, los famosísimos conos y bastones, que contienen pigmentos. Así, los conos, especializados en la visión diurna, tienen tres subtipos: los que tienen pigmentos rojo, los que tienen pigmentos verdes y los que los tienen azules (RGB). Cada célula capta un haz específico de la luz que le llega y no la totalidad de la imagen. De esa manera, la información muy puntual de cada región del espacio viaja, con un par de paradas previas, por el nervio óptico y llega en última instancia a la corteza visual, donde toda la información se integra, pudiendo distinguir zonas con distintos colores y diferentes contrastes de luz y sombra, además del movimiento de los objetos en el espacio.

-Audición:
al moverse los distintos cuerpos en el espacio que los rodea, empujan a la capa de aire más cercana, la que a su vez empuja a la siguiente, y así sucesivamente, produciéndose la propagación aérea del movimiento inicial. Esto, dependiendo de distintos factores como la composición del cuerpo o cuerpos que originaron el movimiento, la velocidad con que se propagó el aire o la intensidad con que lo hizo, le dan distintas propiedades que nosotros podemos distinguir para formar una idea dinámica de nuestro entorno, de la misma manera que los ojos distinguen matices de colores, de luz y de sombra (y también de movimiento). El mecanismo también es complicado, pero es más bien un hecho físico: el objeto sonoro empuja el aire, el aire empuja más aire que llega a nuestros oidos externos, empujando la membrana timpánica, que empuja una serie de tres huesecillos dentro del oido medio, que provocan el movimiento de un líquido en el oido interno. Este último tiene la forma de un caracol excavado adentro del hueso del cráneo. Por supuesto, las distintas propiedades del sonido (intensidad, velocidad, etc.) se traducen en el movimiento final de este líquido. El caracol está tapizado con células capaces de sensar el movimiento, cada una de las cuales tiene una cualidad asignada en el sistema nervioso central. (por ejemplo, una va a sensar un do y otra, en otra parte, va a sensar un mi bemol en la octava siguiente). Dependiendo hasta dónde llegue la propagación del sonido en el líquido, con cuánta fuerza y a qué velocidad lo haga, se activarán las distintas células de distintas maneras, enviarán el mensaje a las cortezas auditivas y el cerebro podrá hacerse una idea de lo que sucede en el entorno, pero ahora hablando de movimientos que el ojo no puede percibir, sea porque está por fuera de su campo visual, o porque simplemente no puede ver el estado del aire.

-Olfato: la idea del olfato también es percibir información que viaja por el aire, pero no ya física sino química. Los distintos cuerpos suelen perder constantemente un pequeño número de moléculas que un grupo de células especializadas que cubren, sobre todo, la parte superior de las fosas nasales pueden sensar como olores. Por ejemplo, los alimentos en mal estado liberan olores particulares y el epitelio olfatorio puede informarlo al cerebro para evitar su ingesta, o bien podría servir para informar sobre la proximidad, dirección y el estado de otros individuos. El olfato, en definitiva, sirve también para una caracterización espacial del entorno, pero en su aspecto químico, sensando partículas tan pequeñas en el aire que ni los ojos pueden ver, ni los oidos escuchar.

-Gusto: también de naturaleza química y en estrecho contacto espacial y funcional con el olfato, el gusto da una idea precisa de la naturaleza de los alimentos que vamos a ingerir, informando sobre el contenido de hidratos de carbono, sal, su acidez o su amargura (también relacionada con alimentos poco recomendables). Por sí solas, estas cuatro propiedades sensadas por las papilas gustativas (dulce, salado, ácido o amargo) no dan una idea completa de lo que hay en la boca, sino que el sentido del gusto como lo entendemos es más bien una combinatoria con otros dos sentidos: el olfato y el tacto. Entre los tres caracterizan la naturaleza química (la estructura y sus propiedades) y la forma, consistencia y temperatura de los alimentos. Dicho sea de paso, los sabores picantes son una combinación con receptores de dolor.

-Tacto: es por decirlo de alguna manera, la última barrera sensitiva del cuerpo. No es capaz de reconocer el entorno distante, como la vista, el oido o el olfato, sino que, como el gusto, necesita un contacto inmediato para activarse. Le podemos atribuir tres subtipos: el tacto propiamente dicho, el dolor y el reconocimiento de la temperatura. Estos atributos se sensan por distintos receptores ubicados en la piel y las mucosas (pudiendo el cerebro localizar el punto casi exacto donde se produjo el estímulo), y su objetivo es: para el tacto, saber si algo está tocando o no el cuerpo, con qué intensidad, y como es su forma y su superficie; para el dolor, detectar estimulos que sean real o potencialmente nocivos para el individuo, en pos de generar una respuesta generalmente evasiva de esa noxa; para la temperatura, finalmente, es el de dar una idea de la temperatura del entorno para poder dar una respuesta adecuada (sea la apertura o cierre de los vasos, o la búsqueda o no de abrigo).

Bien. Dicho eso podemos ver que a los distintos sentidos los podemos agrupar en varios grupos distintos, por ejemplo los que perciben estímulos físicos (visión, audición y tacto), químicos (olfato, gusto y tacto), los que no necesitan el contacto (visión, audición y olfato) y los que sí (tacto y gusto), etc. Y podemos decir que con eso estamos bastante cubiertos; durante millones de años nos sirvieron de lo mejor para hacernos una buena imagen del entorno y sobrevivir. ¿Quiere decir eso que podamos ver (en el sentido amplio de la palabra) al Universo como es? Ni un poquito. Hay infinidad de cosas en él a las cuales no tenemos acceso, principalmente por dos razones: porque no tenemos la capacidad estructural para sensarlas, o porque, si bien las sensamos, no tenemos registro conciente de ellas. Por esa razón, aun con una tecnología enorme, nunca podríamos tener una idea real y acabada de cómo es. Dentro de la luz, por ejemplo, el espectro físico que realmente podemos ver es relativamente bastante pequeño, de la misma manera que hay sonidos que escapan a nuestra audición, que hay radiaciones que no podemos sentir, etc. Bien puede ser también que no distingamos con precisión las diferencias sutiles que pueda haber entre estímulos distintos, pudiendo eso entrenarse y desarrollarse como especialización: los pintores reconocen diferencias mínimas de colores, los músicos pueden distinguir fácilmente una o varias notas juntas de otra u otras, la piel se puede sensibilizar por el uso frecuente, los gourmets tienen muy desarrollado el gusto sutil, etc.
De muchos otros fenómenos en el Universo tenemos noticia porque la casualidad o el ingenio nos dieron la posibilidad de hacerlo a través de la tecnología, como la posibilidad de ver mundos lejanos o cercanos y pequeñísimos, de saber que existen ondas electromagnéticas infrarrojas y ultravioletas, que existen bastantes más de 100 elementos, o lo que quieran.
Por otro lado, existen estímulos que si bien captamos y procesamos, no somos capaces de llevar a la conciencia o, al menos, no lo hacemos todo el tiempo. Constantemente en nuestro campo visual (o sensorial en general) hay muchísima información que recibimos y la cual descartamos inmediatamente por ser poco interesante. O bien se pueden disparar mecanismos inconcientes, que son la mayoría. Por seguir con los ejemplos, somos capaces de distinguir cambios sutiles en las expresiones faciales y que eso nos dé una idea generalmente inconciente del estado emocional de otro individuo; el ver un alimento que por experiencia (u olor o aspecto) sabemos delicioso, se disparan cientos de respuestas de deseo y preparación (salivación, movimientos intestinales, etc.) sobre los que no tenemos control; al oir una bella melodía se pueden activar centros de placer, se liberan endorfinas; determinado conjunto de señales articuladas nos podrían dar la sensación de peligro, llamando a que se genere una respuesta de huida o de enfrentamiento, etc.
Gracias a todas estas estrategias es que podemos adaptarnos y sobrevivir en nuestro entorno. Un ser privado de sus sentidos casi imposiblemente podría sobrevivir por sí mismo, ya que al no tener contacto conciente con el entorno, no puede elaborar conductas apropiadas para la búsqueda de alimento y la defensa ante los peligros. Sobre estas conductas voy a volver otro día, pero la idea es que, a menos que haya un filtro de conciencia, se generan casi como respuestas estereotipadas que llevan, generalmente, a la búsqueda de placer y a la autoconservación. A eso lo podríamos llamar instinto.
Hasta acá describimos un poco por arriba lo que podría ser un animal sin conciencia o sin una construcción temporal de un yo. Una de las cuestiones más difícil sobre todo este asunto es el de las definiciones: qué definimos por "conciencia", qué por "inconciencia", qué por "yo", etc. La idea es que en posts posteriores yo pueda de alguna manera dar un concepto de las distintas definiciones, o al menos de algunas, a la vez de exponer un poco de qué manera se podría fabricar una conciencia (en cuál acepción, eso es algo que todavía no sé).

lunes, 9 de marzo de 2009

La mafia

Demostrando una vez más que todo lo que hacemos nosotros en el mundo ya lo hacían desde mucho antes las céulas del cuerpo, vemos que hay un tipo celular que anda dando vueltas desde mucho antes que apareciera la mafia siciliana. Se trata de uno de los tantos grupos celulares que componen el sistema inmune: el de las perfectamente bien nombradas "células asesinas por naturaleza" (células NK: natural killers). No hay otras en el organismo que tengan función más específica de matar a otras que ellas. Básicamente lo que hacen es acercarse a todas y cada una de las células que se ponen en su camino, y les piden un tributo para poder seguir viviendo; si no les alcanza, ¡mejor que se agarren!* Lo más cruento del asunto es que no las matan normalmente (otras células más obvias directamente se las comerían), sino que les mandan un grupito de moléculas al departamento que les rompen todo y hacen que parezca un suicidio**. ¡Genial!

Bueno, descubrí que escribir esto resumidamente y que se entendiera era más difícil de lo que pensaba. Ríanse y festéjenme el post, que sino les mando a alguien para que les rompa una pierna. He dicho.

*En realidad, y resumiendo bastante, existe un sistema de expresión de proteínas en la superficie de la célula ("CMH") que se ven normalmente en todas las células, menos cuando un virus o bacteria se apoderó de ellas, o cuando se trata de una célula tumoral; en esos casos, su número se reduce muchísimo y las NK se pueden dar cuenta.
**Les hacen inducir la apoptosis, o "muerte celular programada", que es como un mecanismo de suicidio fisiológico.