jueves, 26 de marzo de 2009

Cronología de una conspiración

Finalmente llegó el momento en que debo blanquear algunos hechos réprobos de mi pasado a fin de defenderme de la cortina de humo que se cierne sobre mí, y que pronto servirá para ocultar el trágico desenlace que tendrá esta misteriosa cadena de sucesos. Aun si no, al menos estoy afirmándoles abiertamente a mis atacantes que estoy al tanto de la trama que están elucubrando.
Creo que todo empezó (tal vez fue antes y todavía no me di cuenta) cuando hace exactamente un año, luego de meditar severamente el asunto y en medio de mil y un conflictos morales, entré a trabajar en el Gobierno de la Ciudad, que estaba —y al momento de escribir el presente, todavía está— bajo la administración de Mauricio Macri. Algunos de mis compañeros y mis superiores eran partidarios suyos, pero también éramos varios los que estábamos en las cuadrillas opositoras y que, simplemente, aprovechábamos una oportunidad. El trabajo era simple: teníamos que ir a las distintas reparticiones del GCBA relevando datos del personal que serían consignados por ellos mismos y por nadie más. "Censo Integral del personal del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires - 2008" nombraron al proyecto. Prueba suficiente de mi participación en tal es la foto que salió publicada en la versión digital del diario Clarín por aquellas fechas, en la cual figuro (en una asombrosa actitud laboriosa, debo decir) y a la que, por razones de privacidad y seguridad personal, no pienso remitir a los lectores.
Aquellos que hayan leido el blog en las últimas semanas quizás ya se hayan dado cuenta que aquel trabajo que realicé en el Instituto Pasteur no era sino parte del censo y que, por lo demás —esto se los digo de yapa—, era el primero que hacíamos. Sobre el trabajo mismo no hay mucho que decir (en realidad hay bastante, pero no viene al caso); los meses se transcurrieron con relativa calma, pasando de repartición en repartición. Sí viene al caso decir que para ser remunerados por nuestras labores, tuvimos todos que hacernos monotributistas y darnos de alta en el pago de Ingresos Brutos. Al finalizar nuestro contrato, tuvimos —era sumamente aconsejable hacerlo— que darnos de baja de los dos sistemas tributarios. Yo, completamente confundido, finalmente lo hice. O creí haberlo hecho.
Ahora yo sé que al menos uno de los crueles verdugos del Gobierno (el que se encarga de perseguir a aquellos que alguna vez formaron parte de sus filas) lee este blog. (Hola, ¿cómo estás? Sí, sí, ya sé que no fue nada personal; es tu laburo). No fue sino solamente dos días después de haber publicado "Círculo de divergencias", que me llegó por correo (el correo real, que es más serio que el virtual) una Cédula de Intimación por Evasión. Los pormenores de la carta me los reservo, pero en la misma me acusan muy humildemente de no haber estado cumpliendo con mis deberes ciudadanos de pagamiento de Ingresos Brutos y que, de no revertir la situación en el plazo de dos semanas, procederían "de conformidad con la normativa vigente" [sic]. Cerraban, finalmente, con un amenazador "Queda Ud. notificado". La carta, por cierto, no facilitaba ningún e-mail, teléfono o dirección para que uno (o sea, yo) consultara cuánto debía o preguntara por qué, por qué le hacían esto a uno (o sea, yo).
A la sorpresa siguió la negación, pensando que era una mala broma de alguien; tal vez algún fanático medio chapita, qué sé yo. Después de decidir que era en serio, y que la carta me proclamaba oficialmente como "un señor adulto, que hasta tiene problemas de impuestos" me aboqué a juntar pruebas de mi inocencia y me dejé descansar sobre la gloria de que, en el peor de los casos, no debía más que $30 (treinta pesos).
Una semana pasó y, entre feriados y deberes estudiantiles medicinales, dejé decantar el asunto. Con una mente más clara y habiendo recordado que soy un cero a la izquierda para estos asuntos, ayer volví a investigar la cuestión y me di cuenta de que tal vez hace medio año no di realmente de baja lo de Ingresos Brutos, sino otra cosa. No sé qué. Tras una dudosa contrastación de mis teorías, determiné finalmente que no entendía nada, y que ya no estaba tan seguro de mi inocencia. Resolví actuar.

Como me sonaba que podía llegar a ser parte de la solución, hoy decidí llevarme a mí y a mis documentos hasta la AFIP, que, total, me queda a seis cuadras. No fue sino hasta que había caminado tres, que finalmente me golpeó con toda la dureza de la cruel realidad: era todo una conspiración contra mí, y que involucraba a las más altas esferas del poder. Trato de no ser megalómano, pero los hechos hablan por sí mismos; después de todo, a tres cuadras de mi casa casi me atropella el mismísimo Mauricio Macri, que estaba manejando un taxi, pero se había afeitado el bigote. Yo creo, por sus maniobras arriesgadas, que estaba manejando su taxi (tal vez sea un hobby suyo, no sé) y justo justo me vio y quiso aprovechar la ocasión, y en una maniobra peligrosísima hizo un giro sobre la calle que yo estaba empezando a cruzar. La maniobra no le alcanzó, porque estábamos en puntas contrarias, y si hacía un movimiento más amplio para pisarme, los transeuntes se iban a poner curiosos y quizás lo podrían desenmascarar. Entonces bajó un poquito la velocidad y, de lejos, levantando levemente la mano, me pidió perdón (y me advirtió implicitamente con el mismo gesto: "vos esperá; la próxima no fallo") y yo le devolví el gesto, como diciéndole "todo bien" ("dale, te espero, flaco" quise insinuarle, pero no sé si me llegó a ver).
Diez minutos después llegué a la AFIP, porque resulta que no estaba a seis cuadras, sino un poquito más. Ahí, el que trabaja en la mesita de Orientación (que ya le tengo completamente junada la cara de tantas veces que lo molesté el año pasado) me dijo, viendo durante sólo una milésima de segundo la carta que yo tenía en la mano, que ellos no me la habían mandado y que tenía que ir a un CGP. Yo creo que tiene una sinapsis eléctrica que va directamente desde el ojo hasta los músculos de la vocalización, especialmente preparada para casos así —pero eso lo dejo para otro post—; así como entré, en cinco segundos estaba afuera de nuevo.
Como el CGP estaba, ahora sí, a unas treinta cuadras, decidí no ir hoy. Mientras me iba, fabriqué la idea de un edificación flotante (pero construida con materiales y asistida por empleados translúcidos, para que no tapen el sol) en la que todas las reparticiones del Gobierno se aunan en una sola ventanilla y un solo empleado —uno por cada habitante, digo— al que uno pueda hacerle todas las preguntas y con el cual uno pueda gestionar todos los trámites posibles. Se llegaría desde un teletransportador puesto en cada domicilio particular (en un primer momento, mientras se prueba la idea y se aprueban los presupuestos*, puede ser un mini cohete que salga desde cada esquina de la ciudad). Lástima que no estudio Arquitectura. Pero espero que el Cruel Verdugo del Gobierno que lee este blog por lo menos tenga la caridad de acercarle mi proyecto a quien corresponda.

Mientras tanto, yo quedo en vela del terrible desenlace de estos macabros sucesos. Y de la aprobación del edificio flotante.

Tomen, uno de Clapton playin' da blues:


Eric Clapton - Driftin' Blues

*para mayor comodidad, eso mismo se gestionaría en la edificación flotante; lo pensé todo.

ACTUALIZACIÓN OCHO HORAS DESPUÉS: estaba releyendo el post para ver si había alguna falla evidentísima por algún lado, y justo, justo cuando terminé, me llega un mensaje de texto anónimo diciendo, simplemente, "Hola.".
—"Quién sos?"— contesté.
—"N te acordas de mi?"— inquirió mi anónimo molestador
—"No tengo agendado el número!"
—"Y?"— Tengo que admitir que ya no supe responder. Me asusté cuando me llegó un segundo mensaje: "T acordas d mi cm era tu nombre?".
No volví a responder. Vienen tras de mí.

ACTUALIZACIÓN CINCO MINUTOS DESPUÉS: me di cuenta de algo: quizás los del mensajito no eran los del Gobierno; después de todo, ellos tienen mis datos. ¡Son los vendedores de Hecho en Bs. Aires, que ahora recurren a nuevas tecnologías y finalmente me están acortando la ventaja!

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