jueves, 9 de octubre de 2008

¡Ups! Me salió una cadena de pensamientos

¡Qué maravillosos son los sistemas de la vida! La ciencia no es más que un cristal a través del cual los observamos y como tal los ata a su propia realidad: si el cristal es azul, los sistemas que estudiemos se verán azules; si es rojo, se verán rojos. Ese cristal a su vez fue hecho de esa forma por el hombre para cumplir un determinado propósito (o quizás porque le fue imposible que fuera de otra manera) y por eso es él mismo el que, en última instancia, le da el color —o cualquier característica, en fin— a ese sistema que esté estudiando. La inabarcabilidad de la tan lógica mente humana pide esas abstracciones a gritos, esos modelos que no hacen más que recortarle un pedacito al Universo y ofrecérnoslo para que quizás, sólo quizás, podamos entenderlo un poquito más. Los seres vivos estamos formados por sistemas complejísimos, de lo más ingeniosos y que siempre mantienen una lógica absoluta con su entorno. Cuando no se los entiende, cuando se los piensa como faltos de sentido, bueno, es que algo estamos mirando mal, algo se nos está escapando.
La ciencia se trata básicamente de eso, de encontrarle el sentido a ese Universo, tratando siempre de ajustar un poco más la mira. Pero ojalá fuese tan simple y tan poético como eso. A la vez que tiene la capacidad de amar, el ser humano —que no escapa al eterno juego de las dualidades— es un ser egoista y ambicioso. En su camino (quiero decir, en su historia), en su afán de entender a ese Universo del que es tanta parte como cualquier otro ser, otra cosa, pareciera que se olvidó de que lo que quería era "entender", porque se dio cuenta (se creyó tan vivo) que podía forjar con sus propias manitas las herramientas para combatirlo, para cambiar todo lo que le molesta de Él. No quiero sonar tan juicioso, no digo que conscientemente quiera combatir al Universo, pero no deja de ser el resultado. Se abocó a entenderlo, no para vivir en armonía con Él, sino con la convicción de que puede encontrarle el punto débil, el lugarcito por donde entrarle para darle vuelta la partida y poder vivir un poco más cómodo.
Y sí, bueno, sabemos muchas cosas y sabremos muchas más; hacemos muchas cosas y haremos muchas más; tenemos muchas cosas y tendremos muchas más, ¿pero a qué costo? La ciencia misma nos mostró que en algún lugar desviamos el camino, que en nuestro afán de entender dejamos de comprender. En nuestro afán de crear, destruimos; en nuestro afán de hacer, deshacemos lo que ya se había hecho. En fin, en nuestro afán de curar hacemos daño. ¿Por qué? ¿Cuál es la necesidad? ¿Tan importantes somos? Quiero decir, ¿tan estúpidos somos para no poder pensar cómo tener todas estas fábricas, estos autos, estos medicamentos sin tener que dejar una ola de destrucción a nuestro paso? ¿Tanto nos cuesta cambiar las cosas que sabemos que están mal y nos van a hacer peor?
Sí, podrán criticarme mis palabras; sí, puede que sea por un bien mayor, o que la fuerza de la costumbre nos sigan llevando por ese camino; o no, no sabré contestar a la pregunta "¿y vos cómo lo cambiarías?". Pero no puedo dejar de sentir el retorcijón en el estómago cada vez que leo un ensayo médico en el que se experimentó con animales para explicar tal o cual insignificante funcionamiento de tal o cual cosa. No puedo dejar de sentir vergüenza cuando leo que más del 50% de las muertes antes de tiempo en nuestro país (en el mundo civilizado) son por enfermedades tan prevenibles como la diabetes, la hipertensión o el cáncer de pulmón. No puedo dejar de sentir frustración cuando veo que se puede pasar el primer, el segundo, el tercer año de Medicina sin tener tan siquiera una materia de procedimientos básicos de primeros auxilios (¡y nadie sabe que el 107 es el número del SAME!), o de prevención primaria de la salud, o de atención primaria de la salud.
Aun así, tengo la secreta fe de que no van a pasar muchos años más sin que se vea un cambio substancial en la manera en que se ve y se piensa el mundo. Los pequeños cambios ya están por todos lados y se ven, y son reconfortantes. Y hablando de pequeños que se ven y son reconfortantes, y también de animales, miren, un video de Michel Petrucciani:



Michel Petrucciani (piano) - Miroslav Vitous (contrabajo) - Steve Gadd (batería)
Little Piece in "C" (for U)

Por cierto, sí, originalmente el post iba a ser sobre rutas metabólicas y me dejé llevar. ¡Se los debo!
Y por cierto, Michel Petrucciani tenía una enfermedad que se llama "osteogénesis imperfecta" que es una malformación en un tejido embrionario (el mesodermo) que es el que más tarde forma parte de huesos, músculos y tantas cosas más
. ¡Tanto más admirable!

No hay comentarios: