miércoles, 3 de marzo de 2010

La siesta

Convencidos de que la muerte no era eterna sino simplemente un estado más del ser humano, los habitantes de alguna remota tribu, quizás en África o quizás en algún lugar de Asia, se dedicaron a preservar a sus muertos. Así como el sueño es la otra cara de la vigilia en el largo ciclo de la vida, ellos creían —o sabían— que la muerte lo era así de la vida en un círculo mucho más extenso, quizás eterno. Tan prolongado es tal estado de muerte que el cuerpo sucumbe eventualmente a los influjos de la descomposición, como así lo haría alguien que, yaciendo en cama por meses, no fuese debidamente cuidado. Sabiendo ellos esto, dedicaron todos sus esfuerzos a mantener alejado de sus muertos el decaimiento, conservándolos.
Así, pasado un período de tiempo que la humanidad todavía no ha visto, el primero de sus fallecidos despertó a la vida y en la antigua civilización se celebró su segundo amanecer.

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