domingo, 15 de febrero de 2009

Espanto a la madrugada

Quiero empezar esta historia por el final: estoy bien, sano y salvo en mi departamento. Es un poco obvio, sí, ya sé. Que esté posteando esto es prueba suficiente de eso, como se entiende siempre de cualquier relato narrado en primera persona. Aún así, me parecía necesario aclarárselo a quien lea el blog, por redundante que sea, para evitar preocupaciones inútiles.
Como varios saben, vivo en un edificio de unos cuantos pisos por el barrio de Coghlan, una zona bastante tranquila entre los barrios porteños de Belgrano y Saavedra. La torre, con sus doce pisos de moderna construcción, desentona con prácticamente todo el resto del barrio, especialmente durante la noche, cuando se mantienen encendidas todas las luces de la fachada que da sobre la avenida Triunvirato. La espantosa historia empezó hace cuatro noches, el jueves 12 de febrero. Eran ya casi las tres de la mañana y, aprovechando la semana y media de vacaciones que todavía tenía por delante, me había preparado un té que pensaba tomar mientras leía algún nuevo libro antes de dormir. En el momento que iba a tirarme en el sillón, me acordé que no había sacado la basura y con un desgano absoluto fui a hacerlo. Una vez alcanzado el tacho de basura de mi piso (para lo cual siempre tengo que atravesar todo el pasillo, cruzando incluso las escaleras y los ascensores), estaba volviendo al departamento cuando vi que Néstor, el encargado del edificio, había venido subiendo las escaleras y ya seguía hacia el octavo piso. Había algo en su cara, o quizás en toda su expresión corporal, que me llamó de manera terrible la atención; lo saludé amablemente como siempre, porque no hay vez que él no inspire el buen trato, pero no obtuve respuesta. Lleno de curiosidad y con un estúpido ánimo de aventuras (quizás quería alguna anécdota para el día siguiente, no sé) me decidí a seguirlo, siempre guardando alguna distancia. Nunca pareció darse cuenta. Ya lo había seguido hasta el décimo piso y empecé a aburrirme del asunto: francamente, no sabía qué cosa maravillosa pretendía yo que pasara, pero decidí seguirlo hasta el final de su recorrido, seguramente por algún orgullo ridículo que no me permitía abandonar el asunto cuando ya habían pasado dos pisos de acechador ascenso. Llegamos a la puerta de la terraza del edificio. Nuevamente intenté saludarlo para disimular que lo había seguido (si ahora sí se daba cuenta, podía decir que había subido para tomar un poco de aire fresco). Tampoco hubo respuesta. Impaciente y cansado del jueguito, me fijé la hora: eran las 2:57 am. En ese momento él abrió la puerta, el reloj dio las 2:58, y una luminiscencia absoluta me cegó y sentí que me arrojaba varios pasos hacia atrás, hasta que fallé en pisar un escalón y caí por el último tramo de la escalera que daba a la terraza. Perdí el conocimiento. Desperté al día siguiente tirado en la puerta de mi departamento, del lado de adentro.
En el hospital no encontraron contusiones de ningún tipo, pero sí me dijeron que debía tomar sol más responsablemente, porque tenía quemaduras que casi podían ser de primer grado a lo largo y ancho de todo el cuerpo. Pero yo no había salido de casa hacía dos días, mucho menos tomado sol. En el momento no lo asocié con el fogonazo que había precedido a mi caida. Esa misma noche, a pesar de ser viernes, conseguí —cansado como estaba por lo ocurrido el día anterior— dormirme a eso de las once y media. Durante la noche me desperté completamente sofocado por un calor espantoso y denso, y una luz terrible entraba desde la ventana abierta de la habitación. Pude adivinar una sombra que hacía contraste con la luz. Era como una figura humanoide, de miembros larguísimos que casi tocaban el suelo. Sentía que me miraba, que me desgarraba con unos ojos que yo no veía. De repente todo desapareció y cuando mi vista se acostumbró a la falta de luz, pude ver que eran las 3:01 de la mañana. Volví a dormirme o caí inconciente, no sé.
Me desperté a las doce del mediodía completamente entumecido, con dolor de cabeza y una sensación de ardor en todo el cuerpo. Fueron las dos noches que siguieron cuando ocurrieron los hechos más espantosos de los que fui testigo en toda mi vida, y que pasaré a relatar. Siempre por alguna siniestra razón se iniciaban a las 2:58 am, pero ya se prolongaban por espacio de varias horas. Ayer, ya preparado (temblando de pies a cabeza, y con una terrible excitación nerviosa, no voy a negarlo), creo que logré darles un buen susto a ellos, y por eso es que afirmo afirmo que ya estoy a salvo.
Empezó como siempre con el fogonazo, pero las noches del sábado y el domingo me sentí arrastrado hacia afuera del edificio, sumido en un horror nauseabundo. En la penetrante luz que nos bañaba, me veía sujeto por varios pares de esos monstruosos y largos br..la luz!

3 comentarios:

Malena dijo...

Ahora me muero de ganas de hacer un comentario sobre abuso sexual intergaláctico, pero no puedo. No podés dejarme tan tranquilamente la pelota ahí, en la línea, sin arquero. Meter un gol ahora no tiene mérito.

Elizalde dijo...

Jajaja, te aseguro que en varios días que estuve pensando el asunto, jamás se me ocurrió que pudiera entenderse para ese lado.
Aunque... Sí, ahora que lo mencionás, tiene todo el sentido del mundo. De hecho, creo que hace más divertido al cuento. Te felicito!

Malena dijo...

Paso a exponer las pruebas de la fiscalía ante el jurado.

1. —cansado como estaba por lo ocurrido el día anterior—

2. de miembros larguísimos que casi tocaban el suelo

A mí me alcanza con eso.