martes, 10 de febrero de 2009

Carta

Ya no recuerdo el momento en que llegaron; no recuerdo en qué año fue, ni dónde estaba yo, ni dónde estaban los demás, ni cómo fue. Creo que nunca lo supe. Discúlpenme por eso. Quizás sea más preciso decir que nosotros llegamos. Sí, ellos entraron al planeta, pero nosotros llegamos primero adonde estaban ellos, donde estamos ahora, que es donde estaremos y estuvimos. Tengo problemas diciéndolo; este lenguaje —el de alguno de ustedes— ya es obsoleto y no puede explicar la realidad.
Fue inmediato y tan infinito como todo lo demás: en el momento en que llegamos, se disolvió el tiempo. Sí, supimos que llegamos porque ellos llegaron, pero ya sabíamos quiénes eran. Quiero decir... ¿cómo lo digo? Quiero decir que entendimos el tiempo, o pudimos apreciarlo como era, como si se corriera un velo adentro nuestro. No puedo explicarlo con exactitud porque no lo sé, lo veo en los demás y lo siento en parte, pero sé que no me pasó, no me pasa de la misma manera. Soy, fui, sigo siendo por siempre, uno de los desafortunados que no terminaron de pasar. Algunos directamente no lo soportaron y murieron (y siguen vivos y muriendo una y otra vez), y otros quedamos en el camino. Conservamos nuestro pensamiento lógico, deductivo y temporal... quiero decir, conservamos nuestro lenguaje y no logramos olvidarlo, y eso es sencillamente insoportable porque al mismo tiempo —¡cruel recurso lingüístico!— el velo está corrido y no podemos conciliar el pensamiento con la percepción. Somos testigos conscientes del presente, el futuro y el pasado del Universo de una manera... No, así no entendieron; no entenderán. Sabemos que el tiempo está ahí, pero no podemos inmiscuirnos en Él, porque sabemos lo que es, razonamos lo que es. Pero no podemos entender lo que es. Los demás sí pudieron entenderlo, y ya desconocen nuestro lenguaje. Lo sé porque algunos pudieron ver un poco más allá, conservando un lenguaje todavía más rudimentario que el nuestro. Algunos ya no conservan nuestro lenguaje. Tienen otro que nunca pudimos entender. Ellos, todos, se entendieron con el tiempo, con la historia del Universo y la pequeña historia de la humanidad. Y los que ya estaban nos recibieron con alegría, pues ya nos conocían. Por supuesto que nos conocían.
Y nosotros, los que quedamos, sentimos envidia de todos ellos. Los matamos una y otra vez porque queremos volver a ser los únicos, pero nuestro castigo es que siguen vivos. Vivos y muertos, y muriendo, y nosotros asesinándolos. Pero eso ya lo veíamos, pero no podíamos ver nuestro castigo. Los envidiamos por entenderse con —en— el Tiempo y ellos se entienden con nuestro dolor. Y son felices.
Y cada uno de nosotros tuvo que ver su propio fin y su propio nacimiento y toda su vida. Quiero decir, no la vemos como expectadores, sino que la vivimos cada vez y siempre sabemos lo que fue y lo que será, y estamos en un ciclo que dura y duró por siempre. Este momento, en el que escribo esta carta, ya lo viví y lo viviré infinitas veces, como viví y viviré infinitas veces el párrafo anterior, y la letra antes de esta última y la que vendrá después de las dos siguientes. No, perdón, así no se entiende. No quiero decir que lo viví como yo solo lo viví, sino que esto fue y será siempre, que esta carta fue y será siempre, así como todo fue y será siempre. Y existen infinitas copias de esta carta, ya la he visto tantas veces y me la han mostrado tantas veces que la conozco por entero y no me oculta ningún secreto, excepto aquellos que nunca vi y nunca veré.
Si tan solo pudiéramos entender como sabemos que entendieron los demás... Y nos seguimos repitiendo que quizás la próxima vez que nos pase, se nos correrá totalmente el velo, pero ya lo vemos como si hubiese ocurrido, como si estuviese ocurriendo y como si fuese a ocurrir, que nunca termina de pasar.
Uno a uno fuimos muriendo y es finalmente mi turno (y luego, y antes, y ahora, vuelvo a renacer), todos lo sabemos y lo supimos; sólo tiene que ocurrir una infinidad de veces este momento. Tengo paciencia, ya lo he hecho otra infinidad de veces.

2 comentarios:

Nico dijo...

Qué tortura saber que no hay absolutamente nada que no esté volviendo a pasar infinitamente.
Saber, por ejemplo, que infinitas veces dejo (dejé y dejaré) acá este vano y torpe comentario.

Malena dijo...

¡Toda una generación de doctores Manhattan! Este post sí que haría feliz a Alan Moore, y no la película de la cual él renegó hace tiempo ya. Desde que leí Watchmen la idea de un tiempo recorrible como un espacio, pero infinito (infinito en dos sentidos, infinitamente largo e infinitamente recurrente) me gusta y me apasiona mucho. Unirlo con una apreciación sobre lo inútil del lenguaje, como hiciste vos, es sencillamente brillante.

Me dejaste pensando. De acá a un tiempo este cuento-ensayo podrá generar un post en mi propio blog sobre el tema, con menos estilo, con más citas a filósofos que nadie lee y con los agradecimientos correspondientes :)