sábado, 2 de mayo de 2009

El legado

Pese a aquel detalle, Soloza era un tipo de lo más común, tenía profesión de oficinista y los altibajos de su vida se podían confundir con los de casi todo el mundo. Alguna mujer en algún momento usó la palabra 'mediocre' para distanciarse de su lado, pero aún así no había demasiado que criticarle; era uno más, y punto. Su característica distintiva escapaba a lo que cualquier ser jamás hubiese podido observar: durante toda su vida, Soloza fue el primero para ciertas cuestiones. Y no es que fuese el primero para cosas que se pudieran premeditar o practicar, como tener las calificaciones más altas en el colegio, o como ser el primero en aplaudir en conciertos y obras de teatro —que para eso estaba Rodríguez Gil, insoportablemente competitivo en todo tipo de banalidades*. No, nada de eso.
El asunto era que, por alguna gracia que escapa a todo razonamiento posible, la primera gota de cada lluvia** le caía —siempre y cuando estuviera al descubierto— a él, a Soloza; también, entre varias otras cosas, la primera hoja desprendida en el Otoño le caía, si no encima, por lo menos en un radio de un metro por donde estuviese caminando en ese momento. Aún cuando él jamás supo de su situación, tenía cierto regocijo infantil en anunciar que se venía el agua (sic) o que había llegado el Otoño, o que había vuelto la temporada de mosquitos. Seguramente de haberlo sabido, su vida no habría cambiado en lo más mínimo. Después de todo, ningún beneficio aparente hubiese podido sacar de su cualidad.
Lo cierto es que aquella gota que le cayó aquel día, a sus setenta y cuatro años, sobre el dorso de la mano, lo deprimió: de alguna forma había adivinado que esa sería la última lluvia que vería en su vida. A fin de cuentas, la gota que le mojó la mano no había sido la primera en caer ese día. El legado ya había transmitido a una nueva persona.

*Se cuenta que Rodríguez Gil una vez llegó a empujar a alguien con tal de ser el primero en tocar las escaleras del andén al salir del tren.
**Quien se quiera aferrar de un argumentum ornithologicum, podrá decir que la existencia de una primera gota, y no de simplemente una gota entre tantas otras de una misma lluvia, es prueba irrefutable de la existencia de Dios. Como simple narrador, me mantengo imparcial en esa decisión.

2 comentarios:

aprendizdesoñador dijo...

Muy bueno. He pasado un buen rato leyendo.

Malena dijo...

Gracias por la última nota al pie :-)