sábado, 20 de septiembre de 2008

Primavera hormonal

¡Bueno, bueno! Me estaba tomando un recreo bastante intencional que pensaba romper precisamente hoy, con este post. Estaba todo planeado, todo.
Pero, ¡ah! La primavera, la primavera... No hay época del año más relacionada con el florecimiento y la algarabía reproductiva. Utilizada desde siempre con tanto simbolismo en innumerables poesías e incontables canciones, es ese momento del año en que todo ser vivo* empieza a sentir ese enamoramiento o ese instinto sexual que hace que el mundo gire (o sea, no, digo, no hace que el mundo gire, ustedes me entienden, ¿no?, es sólo una expresión); las flores florecen, los animales se aparean y los hippies cantan canciones en las plazas, ¿pero por qué? Por varias razones, algunas son un poco obvias y otras no tanto. Ya me conocen: voy a hablar de las segundas.
Desde hace relativamente poco (un par de siglos) se habla en la biología de los ritmos circadianos o, lo que es más o menos lo mismo, del reloj biológico. Se vio, quiero decir, todos lo vemos si prestamos un poco de atención, que en la naturaleza existen ritmos, ciclos en los que pasan regularmente cosas pautadas, y todas ocurren a su debido tiempo: a la noche dormimos y durante el día no; en distintos momentos del día nos da hambre; en fin, en algunas estaciones pasan algunas cosas y en otras, otras. Lejos de ser algo mágico, todas estas cuestiones tienen una correlación hormonal, ¡y que se atreva alguien a discutírmelo! Pero, de nuevo, ¿cómo se regula? o, mejor dicho, ¿cómo sabe el organismo qué momento del día o del año es? ¡Por la luz, claro! ¡Ah! La luz, fuente de vida en todo el planeta, ahora vemos que también sirve para esto. Contaba Diego Golombeck, en una charla que dio este año, que la forma en que se corroboró la importancia de la luz en el crecimiento de, por ejemplo, las plantas, fue tan simple como agarrar una, ponerla en un armario con la puerta cerrada y ver cómo se retardaba su crecimiento.
En los animales, la luz entra en el ojo e impacta en la retina, que es una capa de células pegadas contra el fondo del globo ocular especializadas en captar esa luz y transformarla en un impulso eléctrico. Por otro lado, en el cerebro existen varios centros que se encargan de mantener andando esos ritmos circadianos (como el núcleo supraquiasmático en el hipotálamo, si a alguien, no sé a quién, le interesa). Ya dije alguna vez, y se los voy a repetir cuantas veces haga falta, que en el cerebro está conectado todo con todo. Así, esa información de la retina no va solamente a la parte del corteza cerebral que nos muestra lo que vemos, sino que se dispara también para otros lugares como, justamente, ese centro en el hipotálamo que regula el reloj biológico.
Existe también en los organismos superiores una glándula poco conocida, la pineal (o epífisis) a la que algunos autores se atrevieron a llamar "el tercer ojo"; efectivamente es una sola y está un par de centímetros por encima del entrecejo, pero en la mitad posterior del cerebro, a la vez que cumple funciones muy relacionadas con la luz, como voy a explicar. En algunos anfibios está tan desarrollada y es tan importante que incluso tiene como una retina propia y envía prolongaciones a lugares por abajo de la piel del cráneo para captar la luz directamente. Pero en el hombre y muchos otros mamíferos la información lumínica de los ojos corre un camino bastante largo para finalmente alcanzar a la pineal. En esta glándula se fabrica una hormona, la melatonina, que se encarga de inhibir a muchas otras, como algunas hormonas sexuales y otras de crecimiento. Aunque esto no se demostró mucho que digamos en el humano, está bien visto en la rata y otros poco agraciados animales de experimentación. Y sí, gentes, ¿qué hace la luz? Inhibe la síntesis de melatonina. Simplificando: si hay luz, no hay melatonina que inhiba a las hormonas sexuales y éstas pueden funcionar. ¡Todo un rebusque! ¿Se dieron cuenta ya por qué esto nos importa? En primavera los días empiezan a ser más largos, empieza a haber más luz y voilà, ¡hormonas sexuales para todos!
Y no es solo la vista; todos los sentidos tienen un mayor o menor efecto psicogénico reproductivo. El olfato, sin embargo, es uno bastante especial. Siendo el sentido evolutivamente más antiguo, le quedaron atribuidas algunas funciones importantísimas de contacto con el mundo, y no solamente la de reconocer si un olor es rico o feo**. Es a través del olfato que actúan las famosísimas feromonas y que los animales pueden interactuar con el mundo. Comentemos al pasar que feromonas existen de varios tipos y no solamente aquellas sexuales que todos conocemos; pueden, por ejemplo, avisar a un animal que existe algún peligro cerca. Con la aparición y evolución de nuevos sentidos, el olfato en el humano quedó relegado a un plano bastante secundario. No obstante hace poquitos años se descubrió la presencia de un órgano, el vómero-nasal (OVN), que se sabía en otras especies como un receptor bastante especializado de feromonas, ¡y en nosotros no es nada rudimentario! Pero bueno, basta de chácharas, voy al punto: sí, hay ciertos químicos, ciertos olores, que al ser captados en la nariz puede inducir la liberación de hormonas sexuales. ¡Si lo sabrán los vendedores de perfumes!
Una vez puestas en marcha las hormonas, no hay límites para lo que puede pasar. Algunos pájaros mostrarán sus coloridas plumas, y otros pajarones intentarán asombrar con sus nuevos pasos de reggaetón,
algunos felinos demostrarán su fiereza, y la gran mayoría de los animales expelerá sus olores. Y no es necesario que ese olor provenga de su misma especie; intuyo, por ejemplo, que muchos aromas florales deben poder estimular muy bien al OVN. Es una idea, ¿eh? No sé, ustedes fíjense.
Salid, salid, pequeños, y disfrutad de los primeros días de la primavera, que después el cuerpo se acostumbra a los estímulos y ya no es tan divertido. Bueno, quizás esa primavera tarde algunos días más en llegar, ustedes saben cómo es esto de las estaciones.

*se salvan sólo algunos, como el ciervo y la oveja, que van al revés
**Les digo más: los centros olfatorios cumplen una función bastante importante en la regulación del sueño, aun cuando se corte su conexión con los receptores nasales.

viernes, 12 de septiembre de 2008

¡Explicámelo con hepatocitos!

Siempre es interesante ver cómo al especializarse uno en determinada área de la actividad humana, más tarde o más temprano termina bañándose en lenguajes que son absolutamente propios de tal. Lenguajes que, sin dejar de pertenecer —en nuestro caso al menos— el castellano, son tan indescifrables para el oido ajeno que parecen venir de tierras a la vez tan lejanas como extrañas (claro que a veces captamos alguna que otra palabra porque sigue siendo castellano; lo mismo que nos pasaría en una conversación cotidiana con otras lenguas romances como el italiano).
Así, los que hablamos de Medicina podemos pasarnos horas hablando de células, receptores, bombas sodio/potasio, proteinas, palabras terminadas en "hemia" o en "uria", triglicéridos, ácidos fosfóricos, adeninas trifosfatadas, tales o cuáles glándulas endócrinas y exócrinas, síndromes, potenciales de acción o de membrana, médulas, cortezas, acueductos, hiatos, regiones anteriores, posteriores, mediales, laterales, superiores, inferiores, cefálicas, caudales, proximales o distales, en fin, tantas más cosas, sin siquiera mosquearnos. Los filósofos podrán discurrir entre sofismas, teorías kantianas o hegelianas, mayéuticas socráticas o lo que sea; lo mismo pasa con los músicos, arquitectos, albañiles, mecánicos, abogados, lo que quieran. Por intereses personales cada uno de ellos puede llevarse mejor con el lenguaje del otro, a veces incluso pudiendo vislumbrar un poquito qué les quisieron decir. Por el contrario, se pueden producir inmensos bloqueos mentales capaces de aturdir y aburrir al más despierto de los oyentes (obviamente, jamás entenderán qué les quisieron decir).
Les juro que lo intento, voy a entidades físicas, averiguo por internet, me quedo largos ratos buscando a ver si por casualidad llego a donde tengo que llegar o si me cae la ficha y entiendo qué significan palabras como "fiscal", "regimen" o "resarcitorio", pero no hay forma, simplemente no puedo pagar mis impuestos.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Quizás algún día

No me acuerdo precisamente cuándo fue, pero en algún momento cuando empecé a estudiar Medicina, algún profesor de algo y sin siquiera venir al caso nos dijo "Bueno, chicos, el hígado tiene más de 150 conocidas", y entre caras que no parecían haber sufrido la más mínima emoción (y sin demostrar la mía, a ver si me linchaban por ignorante) me dije "¡Epa, epa! ¿No estaremos exagerando, che?" y anoté "...Más de 150 funciones" como quien anota algo importantísimo sabiendo que esa línea se va a perder entre todas las demás, mucho más importantes, en un cuaderno que después nunca más iba a saber cuál era.
Pasaron los años y, todavía, cada vez que me hablan del hígado no puedo evitar volver a ese momento —que ya ni sé cuándo fue— y decir "¡Bueno! Una función más para la lista". Algún día, cuando me sienta un poco más capacitado, voy a hacer una lista de todas las que alguna vez supe para ver si llego por lo menos a las treinta. Si en su momento lo hice con todos los huesos para ver si eran 206 y con los músculos para ver si eran 501, ¿por qué no con las funciones hepáticas? ¿Eh? ¿Quién me lo va a impedir? ¿VOS me lo vas a impedir? Ya vas a ver, le voy a decir a la Seño.

martes, 9 de septiembre de 2008

A falta de uno

Bien, bien, un post un tanto inusual. Tengo el agrado de decirles que, inconforme con tener uno solo, ahora tengo dos blogs. El segundo, recién empezando, se llama Medicina Cotidiana y lo escribo con un querido amigo y colega que también tiene otro blog, Incierto Destino, que nada tiene que ver con la Medicina pero igual les recomiendo lo visiten.
El nuevo blog tendrá explicaciones sobre procesos conocidos y diarios explicados desde un punto de vista anatomofisiológico, se imaginarán que de una manera mucho más simple de lo que alguna vez haya escrito acá. De ninguna manera implica una mengua de mi participación hacia Telodeletreo porque el carácter de los textos es levemente distinto, así que les recomiendo seguir los dos.
Descubrí que Blogspot tiene una opción para poner links a otros blogs y que aparezca cuál fue el último post (y cuándo) realizado. Lo pueden ver en el menú de la derecha, abajo del resto de los blogs.

Sin más que decir, ¡salú! Por un nuevo comienzo.

Enseñanza

¿Saben cómo saber cuando definitivamente están frente a una mala traducción de un libro? No, ya no me refiero a las dificultades de lectura que pueda presentar por conjugaciones dudosas y retorcidas (a veces fruto de traducciones muy literales), o a errores de tipeo como "especies extingidas" o "penenecen" (pertenecen) que, bueno, a cualquiera le puede pasar*.
Se dan cuenta en el momento que leen que escribieron "misterioso" como "Mr.ioso".
Esos dos segundos que tardé en darme cuenta de qué me querían decir no me los devuelve nadie.

Pensándolo mejor... ¡Ni siquiera me lo explico! ¿Cómo hacés para traducir "mysterious" a "Mr.ioso"? Mi única explicación es, teniendo en cuenta que todos los nombres propios en el libro están acompañados del prefijo "Mr.", algún zanguango le pasó un corrector que transformaba "mister" en "Mr.", por si al traductor se le había escapado algo. Que no me sorprenda volver a encontrarlo en otra parte del libro.

*No, en realidad si me estás vendiendo un libro no, lo digo para parecer un tipo abierto.

Recuerdo

El otro día me acordé (en realidad me acuerdo todo el tiempo, pero nunca tengo una excusa para escribirlo, así que medio como que inventé que "el otro día me acordé" para tener una, en fin...), revisando los anaqueles de una de esas librerías chiquitas de la calle Corrientes, de una historia del año pasado.
Estaba con el microscopio rindiendo el último parcial de Histología y el profesor me dice "Bueno, vas muy bien, ahora decime qué es esto" y, sabiendo que había algo raro en lo que estaba a punto de contestar, dije "Bueno, este... Esto es, teneme paciencia, nunca me sale muy bien pronunciarlo: una válvula de Kierkegaard" —"De Kerckring...". Jamás entendí qué hacía un pensador decimonónico en mi cabeza en aquel momento, pero está más que comprobado que ir mal dormido a un parcial no es buena idea. No, no.

Por cierto, si a alguien le interesa, las válvulas de Kerckring son un mecanismo de lo más ingenioso que tiene el intestino delgado para aumentar su superficie y captar más nutrientes de los alimentos: lo único que hace es plegarse un poquito y listo. En realidad tiene otro mecanismo mucho más efectivo, que es el de tener microvellosidades en las células, aumentando directamente la superficie de éstas.

lunes, 8 de septiembre de 2008

A ver cómo lo perciben

¿De cuántas formas distintas percibimos el mundo los distintos habitantes del planeta? ¿Cómo saber si lo que perciben dos individuos para un mismo estímulo, cualquiera que éste sea, es igual? Es más, ¿por qué habríamos de esperar que fuese igual? Algunos podemos caer en las más profundas meditaciones escuchando las variaciones Goldberg, emocionarnos con Adiós Nonino, o maravillarnos a puntos inimaginados con Fantasia Impromptu, mientras otros podrán, en todo su derecho, aburrirse hasta el sueño con tales cosas y entretenerse con Bailando por un Sueño. Lo mismo se aplica a los colores: más allá de las emociones que puedan despertar, ¿cómo determinamos si dos personas que, ya puestas de acuerdo en que lo que ven es amarillo, realmente lo ven igual? No sé si se me entiende; se pueden concensuar las percepciones, pero sólo gracias a un induccionismo un poco barato y nunca contrastable.
El cerebro es un órgano de lo más maravilloso desde todo punto de vista; capaz de crear los más articulados engaños, nos sume constantemente en una realidad inexistente allá afuera y sólo existente acá adentro. Lo sabían hace miles de años los hinduistas y llamaban maya a este mundo de engaño e irreal; lo saben hoy los fisiólogos y por miedo no le ponen nombre científico (¡y cómo hacerlo, si la ciencia no existe sin la percepción humana, por mucho que lo quieran!). Escriben los doctores Goldstein y Saavedra* "[Las percepciones] no existen como tales fuera del cerebro. Nuestras percepciones no son registros directos del mundo que nos rodea; son construidas internamente de acuerdo con reglas innatas y un preconocimiento impuesto por la capacidad del sistema nervioso".
Supongamos a dos personas con el mismo aparato acústico (un pabellón auricular parecido, una cadena de huesecillos intacta y unas estereocilias funcionando correctamente**), la una es un estudiante de Arquitectura (por decir algo) y la otra es profesor de piano en el Conservatorio Nacional, y al mismo tiempo oyen un coral de Bach. Si nunca tuvo una experiencia previa con esa pieza o con el estudio de la música, seguramente el futuro arquitecto escuche —más allá de que le guste o no— algo chato, sin más para escuchar que lo que sobresale al oido. El músico, en cambio, se verá inundado casi sin querer de muchísima información: cuatro o más voces que se conjugan unas sobre las otras, variaciones armónicas, expresiones en la ejecución del artista, etc.
¿Cómo? ¿Por qué? El cerebro está preparado para integrar los estímulos que todo el tiempo le llegan, al estar interconectado e integrado en miles de millones de sinapsis ("conexiones", pero no me iban a validar la redundancia, yo los conozco). Así un estímulo (sea acústico, visual, olfativo, gustativo, táctil, térmico, de dolor, o lo que quieran) al ser captado se va a integrar casi inmediatamente con miles de otras cuestiones (emociones, recuerdos, reflejos, conocimientos de otro tipo, etc.) que sumadas darán la percepción final que puede o no llegar a la conciencia, y entonces se generará una respuesta apropiada según se haya considerado que el estímulo era bueno o malo para el organismo (cambiar de canción, cerrar los ojos, escupir, gritar de dolor, o relajarse y dejarse inundar por el estímulo, no sé, lo que quieran).
Si bien existen en todo el sistema nervioso áreas bien determinadas con funciones específicas, como ser el área del lenguaje, el área motora, él área visual, y todas las que se puedan imaginar, le es completamente necesario que todas estén integradas. Por ejemplo, al oir un ruido fuerte necesita que lás áreas de audición se conecten de alguna manera con los músculos del cuello para poder girar la cabeza (maldita evolución que nos quitó la posibilidad de girar sólo las orejas) hacia la fuente de sonido; con las áreas visuales para intentar localizar esa fuente; en fin, con todo el cuerpo para liberar adrenalina y poder producir el escape si fuese necesario. Pero por otro lado tiene la capacidad, gracias a experiencias previas (o no) de inhibir a todos los demás sistemas y a sí mismo. Por ejemplo, si se estuviese en medio de una construcción y uno se sobresaltase a cada ruido fuerte, quedaría neurótico a los cinco minutos; necesita adaptarse e ignorar un poco los ruidos. De la misma manera que si se está en una conversación mirando a una persona, se deja de prestar atención a los ruidos del ambiente y se puede focalizar la vista sólo en esa persona, ignorando el entorno. Con el pasar del tiempo seguramente iré escribiendo más al respecto.
¡Uy! No quería hablar de Medicina. Disfruten a Oscar Peterson:


"You look good to me", el virtuosísimo Oscar Peterson en piano, con Ray Brown y Niels Pedersen, dos de los mejores contrabajistas en la historia del jazz, una joyita

*"Fisiología Humana de Houssay", Editorial El Ateneo, 7º Ed.

**Lo digo así para que se entienda, pero realmente existen adaptaciones incluso a este nivel entre una persona que está especializada en lo que hace y otra no lo está.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Patología

A veces realmente pienso que tengo un serio problema neurológico que obtusa mi sentido de la justicia y la culpa, dándole matices patológicos. Quizás un tumor productor de acciones políticamente correctas en el lóbulo frontal, no sé, yo tiro propuestas.
El subte estaba operando con demoras (la relatividad de esto es evidente y no lo voy a detallar ahora), y al lado de los molinetes había un empleado de Metrovías dispuesto a abrirle las puertas del costado a quien así lo reclamara. Ya no era hora pico y éramos contados los usuarios en ese momento. Yo había visto cómo segundos antes le había abierto la portezuela a una señorita, pero no sabía si había sido por motivos extraordinarios o porque simplemente se estaba ofreciendo ese servicio a todo el mundo, así que cuando fue mi turno de pasar (cuando realmente llegué hasta los molinetes) le pregunté al empleado "¿Paso por ahí, o por acá normalmente?". No sin cierto tono de burla —quizás se había leido las Obras Completas de Lewis Carrol la última semana, no sé—, y sin saber que estaba siendo parte de un experimento neurosociológico que nunca vería sus conclusiones, me contestó "Ah, no sé, eso depende de vos. ¿Por dónde querés pasar?". "¡Pe...!" fue lo único que atiné a contestarle antes de sumirme en profundas cavilaciones que me retuvieron cabizbajo y casi paralizado por algunos segundos.
"Su saldo es 3,60" leí en el marcador del molinete y guardé la billetera. "¡Está loco! ¿Te das cuenta?" escuché a mi interrogador decirle a otro usuario, que seguramente había aceptado la oferta, mientras ya bajaba por las escaleras hacia el andén.

Algún día lo veré desde otra perspectiva y entenderé tal vez por qué lo hice. No sé, digo.