sábado, 2 de agosto de 2008

Contracara

A lo largo de la historia de la humanidad la voz popular fue condenando —por distintos motivos y de distintas maneras— infinidad de cosas, como personas, sucesos, costumbres, etc.. En la ciencia y la medicina podemos ver el mismo conventillismo que algunas veces deviene de —o en— los paradigmas que se pudieran instaurar a lo largo de varios años (siglos también, ¿por qué no?). Remontémonos a la edad media, por ejemplo, cuando el asunto de lo espiritual era voz corriente e implicaba la obvia distinción entre "sagrado" y "demoníaco", que no eran más que el nombre o la forma que se le daba a los aconteceres en aquella época; todo estaba directamente influenciado por el accionar de Dios o del Demonio. Así, la salud y la enfermedad, la simetría y la asimetría, la cordura y la locura, la capacidad o la incapacidad, e incluso la sabiduría y la ignorancia, por no seguir nombrando, eran todas manifestaciones de la beatitud y la perversidad, respectivamente. Las ciencias médicas por estar involucradas siempre de manera inseparable del resto de las ramas del devenir humano, respondían de igual manera a estas preconcepciones: en líneas generales, el enfermo, el deforme y el inválido debían ser aislados, culpados, condenados por una sociedad incomprensiva, en la que el accionar médico poco podía hacer, ya fuese por estar sumido dentro del mismo prejuicio, o por simple incapacidad técnica y teórica. Y aun así de a poco se fue en una época de excesiva proliferación en las teorías médicas, gracias al esfuerzo de investigadores que iban desde Galeno hasta Harvey, pasando por tantos otros, que fueron capaces de mirar por encima de la inquieta multitud y abstraerse de la visión general de las cosas, científica y popularmente hablando.
Ese espíritu crítico y observador, posicionado desde un lugar que siempre pretende estar libre de prejuicios, es aquel que siempre logrará vislumbrar un hilo de luz en la oscuridad de los misterios médicos. Así, es interesante ver a modo de ejemplo cómo muchos grandes investigadores de la medicina supieron ver en los hechos fisiológicos (sanos, normales) señales que podían servir para entender los hechos patológicos (enfermos, anormales), y en éstos señales para entender aquéllos. Es una práctica bastante normal la supresión de determinado órgano, tejido o molécula, para ver qué es lo que deja de funcionar una vez que ya no está, y así entender su función original. Claude Bernard, eminentísimo investigador médico francés y decimonónico, hablando de que para entender uno [hechos fisiológicos o patológicos] habrá siempre que conocer al otro, y de que al investigador poco le interesa la manera en que llegó a estudiarlos (hace la diferencia entre experiencias pasivas, en las que uno simplemente observa lo que le fue servido, y las experiencias activas, en las que uno interviene activamente, valga la redundancia, con el objeto de estudio, provocándolo para que genere una respuesta y así poder uno adaptar las ideas preconcebidas a lo observado), dice : "...no hay en la Naturaleza nada trastornado ni nada irregular, sino que todo sucede según leyes absolutas, que son siempre normales y d
eterminadas. Los efectos varían en razón de las condiciones en que se manifiestan; pero las leyes no cambian. El estado fisiológico y el patológico son regidos por las mismas fuerzas y no difieren más que por las condiciones particulares en que se manifiesta la ley vital". Esta opinión de Bernard es compartida por muchos otros; Antonio Blanco, famoso Bioquímico argentino contemporáneo, alguna vez dijo que las enfermedades congénitas son como experimentos naturales que sirven al investigador para entender los procesos fisiológicos. La concepción de que algo patológico puede regirse por las mismas fuerzas que lo fisiológico, o que una enfermedad pueda servir a algún propósito, espantaría al más intrépido ciudadano.
No hay que ir muy lejos en el tiempo —ni siquiera tenemos que movernos, de hecho— para verle la contracara al desprejuiciamiento científico: el prejuicio popular. Vivimos en una época en la que todo el mundo piensa que sabe todo sobre todo (quizás siempre fue así, no sé), pero lo cierto es que la ignorancia muchas veces está a la orden del día en la radio, la televisión, la calle e, incluso, las escuelas; simplemente se desplazó esa carga demoníaca que alguna vez existió y se les puso otros nombres: se tiende injustamente a enjuiciar muchas cuestiones que son partes constituyentes del organismo, simplemente porque muchas veces aparecen adosadas a algunas enfermedades. El colesterol, la urea, la bilirrubina, los procesos alérgicos (asociadas a estos podemos pensar en la histamina y la heparina), las grasas (ni le pongamos un "trans" porque viene el Hombre de la Bolsa y nos lleva), el tejido adiposo, todo lo ácido, las bacterias intestinales, las calorías, etc; incluso hay quienes deben considerar a las arterias coronarias como algo negativo. Otras cosas, simplemente por ser o sonar parecido a algo desagradable son condenadas al rechazo, como las mucosas, epitelios, jugos gástricos, bilis, saliva, sangre, entre tantas otras que no quiero mencionar porque me dan cosita. Incluso, y miren lo que les digo, hay quienes seguramente tomarían por negativas algunos elementos sólo porque no suenan atractivas, como la treonina, el triptofano o la ribulosa. Y todas las que mencioné son partes del organismo sin las cuales uno no puede vivir ni un día, a veces ni siquiera se concibe que uno pueda ser un ser viviente, y solo en ocasiones en que se expresan en demasía pueden ser patológicas. De hecho, hay algunas corrientes médicas que explican a la enfermedad como ruta de purificación del cuerpo y el alma —de las que ya hablaré alguna vez por ser bastante desconocidas e interesantes—, pero que de todas formas recaen en la explicación de que los extremos nunca son buenos.
Para poder entender un poco mejor el mundo tenemos que liberarnos de algunas preconcepciones que siempre parecen estar muy arraigadas en las formas de pensar, y esto se aplica a cualquie rama del interés humano, sea la medicina, la arquitectura, la ley, la pintura, la música, o lo que quieran. En la medida que uno sea capaz de abstraerse de estas ataduras y pensar más allá intentando ser original, es que el progreso de la humanidad es posible.

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