viernes, 18 de julio de 2008

De la mitocondria a Django Reinhardt, sólo que nada que ver

¿Qué puedo decirles? Pocos axiomas hay tan importantes y entretenidos, para las leyes que rigen el cuerpo, como aquél de la correspondencia entre la forma y la función. Como dos caras de la misma moneda, no se altera una sin que se altere la otra. Esto se aplica a todos los niveles de organización dentro del cuerpo: desde el subcelular hasta el de los órganos o, incluso, al del cuerpo como un todo. Hasta las especies —y los individuos mismos— se diferencian de las demás en su forma según sus necesidades funcionales, como voy a mencionar más al final.
Pero no, querido lector, no se me conforme sólamente con eso, sea un poco más exigente. Hay otros factores que influyen a la forma final y que no necesariamente afectan a la función; esto es sobre todo cierto cuanto más grande sea aquello de lo que estemos hablando. Puedo mencionarles, como ejemplo para apaciguar vuestra sed de ejemplos, que el hígado en su cara inferior (la que mira al resto del abdomen) tiene impresas las marcas que le dejaron la vesícula biliar, el riñón derecho, el codo derecho del intestino, y otros órganos, sobre su superficie, de la misma manera que se ven las marcas de la almohada en la cara cuando uno se quedó dormido, sin que eso determine en mayor o menor medida su función.
Volvamos a lo que sí se aplica. La célula misma en todo su esplendor es una muestra perfecta de esta correspondencia entre forma y función. Podemos observarlo desde las organelas que la componen (todas esas cositas que tiene adentro, como las siempre aclamadas mitocondrias o el aparato de Golgi: ése que a todo el mundo le enseñan en la primaria que no sirve para nada; ¡pobres de ellos!) hasta la célula vista desde afuera. Un poco más complicado, incluso, y les pido que me sigan un poquito el razonamiento, es pensar que estas estructuras que la componen y su forma final están íntimamente ligadas: podemos considerar que la forma es consecuencia de sus partes constituyentes (el tipo y el número de organelas que la compongan determinarán su tamaño, y la organización de su esqueleto interno determinará su morfología, por ponerlo de alguna manera), y que estas partes a su vez están estrechamente relacionadas con las funciones que debe cumplir esa célula (por ejemplo, si la idea es que la célula libere hormonas, tendrá algunos componentes; si lo que quiere es contraerse, tendrá otros); funciones que, en última instancia, se las puede pensar como consecuentes de la forma, constituyéndose un círculo que va para cualquiera de los dos sentidos (la forma hace a la función, y la función hace a la forma). Pero no me hagan caso, soy un rebuscado, ya lo saben.
Desde lo más profundo de la célula vemos a las mitocondrias con sus membranas plegadas o al núcleo con sus poros hiperselectivos. La forma de las células no es menor ejemplo: todos vimos alguna vez el típico esquema de una neurona, con su cuerpo bien ramificado para recibir conexiones con otras, y con su axón (de longitud variable) para transmitir su impulso; los glóbulos rojos con su forma bicóncava (hundiditos de los dos lados) son especialmente deformables para poder pasar por los capilares, que a veces son más estrechos que el glóbulo mismo; etc..
Yendo a un nivel un poco superior, las fibras musculares se empaquetan todas juntitas y en el mismo sentido para que al contraerse tiren todas para el mismo lado, ¡qué quilombo sería si cada una hiciera lo que se le cantara!; la tiroides, como otro ejemplo, tiene unos (millones de) huecos esféricos (llamémosles "folículos", para hacernos los sabihondos) en los que se acumulan todas las hormonas que produce; el ojo está perfectamente (debería estarlo, vamos a ser sinceros) organizado para que la visión sea óptima: cada componente debe estar micrométricamente ubicado y su forma y opacidad deben ser ideales.
¿Y qué pasa con los órganos tal y como los vemos a ojo desnudo? ¡Lo mismo! Siguiendo con el ejemplo de los músculos, vemos que éstos tienen las más variadas formas, desde una suela de zapato hasta tener dos, tres, ¡cuatro! cabezas, dependiendo de dónde se inserten para poder cumplir su función y que tenga sentido la contracción (ya les hablaré más adelante de esto, no se me pongan mal). Los huesos están perfectamente estructurados para poder cumplir con sus diferentes funciones: por ejemplo, los huesos de los miembros son largos para poder funcionar como palancas; las costillas, por otro lado, son curvas y móviles, permitiendo la protección del tórax a la vez que tienen un papel fundamental en la respiración. La forma del intestino tan largo y plegado dentro del abdomen, con todas sus curvas, ayuda a que la comida tarde más en pasar de un lado al otro, aprovechándola más. Los ejemplos abundan.
Pero ahora hay una cuestión: del hecho que la función y la forma estén tan relacionadas entre sí, se desprende que si una se altera, la otra debería afectarse también, ¿no?. Repitan conmigo: "Síiiii". Veamos un par de ejemplos:
-Cuando uno hace ejercicio (prolongado en el tiempo, claro) el músculo se hípertrofia ("aumenta de tamaño", y espero que mis colegas no me prendan fuego la casa) para poder dar a basto con la exigencia. Cuando uno no se mueve por mucho tiempo, como en una enfermedad postrante, el músculo se atrofia porque se convierte en un órgano innecesario.
-Dependiendo del tamaño y la cantidad (entre otros factores que no vienen al caso) de alvéolos en el pulmón, el intercambio de gases será más o menos efectivo. En algunas enfermedades, como el —tan de moda, no sé por qué— enfisema pulmonar, en que se van dilatando y rompiendo los alvéolos, el intercambio se vuelve poco eficiente.
Fascinante es el estudio de la anatomía comparada entre las especies para observar cómo la forma hace a la función y viceversa. El ser humano tiene muchos músculos y ligamentos rudimentarios, por ejemplo, caidos en desuso a lo largo de la evolución, pero que en otras especies son fundamentales para su movilidad., como el ligamento cervical, que a los caballos les sirve para que no se les caiga la cabeza para adelante, para ser un poco grosero. Según los hábitos alimentarios variarán la fórmula dentaria, la cantidad de estómagos, etc. Y millares de otras cualidades adaptativas, como la forma de las narices, orejas, patas... ¡Incluso hay especies de simios muy ágiles con más de una rótula en las rodillas!
Sin ir más lejos y para ir cerrando, según el área de especialización de los humanos, se van constituyendo sus atributos físicos. Es muy visible, por ejemplo, en algunos prodigios de la música. Dizzy Gillespie, trompetista de jazz, tenía la capacidad de inflar sus cachetes al doble o triple de lo normal para aumentar la cantidad de aire que podía usar; Glenn Gould, pianista clásico, adopta posiciones encorvadas y casi deformes al momento de ejecutar una pieza; no es casualidad el prominente abdomen de algunos portentosos cantantes, como lo era el de Luciano Pavarotti (más allá de las pastas de la mamma, claro). Muchos otros músicos supieron aprovechar sus limitaciones o cualidades físicas para generar estilos muy propios de música, como Django Reinhardt, guitarrista de jazz, que al perder dos dedos en un incendio modificó su técnica para convertirse en uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos; Edmundo Rivero, cantante de tango, sufría acromegalia, enfermedad que le significaba un constante crecimiento de algunas partes del cuerpo, como las manos y la mandíbula, haciendo esto último que tuviera una caja de resonancia bastante particular, propiciándole una voluminosa voz.
Es entonces de fundamental importancia para el estudioso de la medicina dedicarle dos segundos de su tiempo a intentar relacionar la forma de una estructura con la función que ejerce. Las conclusiones que se puedan sacar pueden valerle un mejor aprendizaje y la posibilidad de estudiar mejor las situaciones en las que una u otra cambien. O no, ¡qué sé yo! Hagan lo que quieran.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahora que hablaste de los diferentes niveles de organización y de la especifidad celular que origina a los diferentes tejidos y organos, te desafio a que hables, alguna vez, acerca de especies que no llegan a pasar del nivel celular y, comparativamente, que ventajas y desventajas pueden tener con respecto a los organismo pluricelulares como nosotros.
Menejalo.

Elizalde dijo...

Vos me pedís de viruses y priones, pero el biólogo sos vos, querido; esos temas me tocan un poco por encima. El día que te pongas un blog vamos a ser todos un poquito más felices.

Anónimo dijo...

Sí, ya se que no es tu campo y que el intento de biólogo soy yo, por eso te lo planteaba como un desafío, pero bueh! Mi blog se viene pronto, pronto... O no.